El documental 7291, que ha emitido este jueves Televisión Española, no cuenta nada nuevo. Nada que no se supiera. No desvela ninguna información que permaneciera oculta. Quien haya seguido a fondo lo que pasó en las residencias de Madrid durante la pandemia no encontrará ni siquiera imágenes que no haya visto antes, pues prácticamente todas —salvo alguna que otra entrevista— están sacadas de las comisiones de investigación (la oficial y la extraoficial) y de las sesiones de la Asamblea de Madrid donde se debatió la gestión de marzo y abril de 2020.
El trabajo sirve para hacernos conscientes de lo que pasó, de lo que es una residencia, de cómo viven quienes las habitan, y para que el espectador juzgue lo que se podría haber hecho mejor
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos
El trabajo sirve para hacernos conscientes de lo que pasó, de lo que es una residencia, de cómo viven quienes las habitan, y para que el espectador juzgue lo que se podría haber hecho mejor

El documental 7291, que ha emitido este jueves Televisión Española, no cuenta nada nuevo. Nada que no se supiera. No desvela ninguna información que permaneciera oculta. Quien haya seguido a fondo lo que pasó en las residencias de Madrid durante la pandemia no encontrará ni siquiera imágenes que no haya visto antes, pues prácticamente todas —salvo alguna que otra entrevista— están sacadas de las comisiones de investigación (la oficial y la extraoficial) y de las sesiones de la Asamblea de Madrid donde se debatió la gestión de marzo y abril de 2020.
Para una mayoría que no habrá hecho este seguimiento, el documental resume en dos horas de una forma cabal y equilibrada aquella tragedia en lo peor de la pandemia. Hay muchas voces críticas con la Comunidad de Madrid, pero también da espacio holgado a quienes la defienden, incluidos responsables del Gobierno autonómico de la época y de los autores de los polémicos protocolos de derivación de los ancianos de las residencias, que privaron a muchos de ellos de atención hospitalaria.
Es un trabajo que trata a los ciudadanos como adultos para que saquen sus conclusiones con todo este material, en el que no faltan documentos oficiales y cifras procedentes de la propia Comunidad. Si hay que sacarle peros, se basan más en su formato: un producto audiovisual simple y lineal, que se puede hacer largo, pero cuyas carencias se justifican en los títulos de crédito, en los que solo el responsable de la música acompaña a su autor, Juanjo Castro, que se encarga de todo lo demás, desde la cámara hasta el montaje, pasando por el guion.
La ingenuidad podría llevar a cuestionarse qué ha molestado de 7291 a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que lo ha calificado de “engañoso”, y a su Gobierno, que lo ha tachado de “campaña de la izquierda”. Podría haber aparecido ella misma para aclarar las cosas, pero rechazó participar.
Quizás le moleste ver a familiares de las víctimas de las residencias llorando mientras rememoran la muerte de sus seres queridos. Cómo una hija cuenta cómo imploraba para que llevasen a su padre al Hospital de la Paz para intentar salvarlo. Porque ella, Ayuso, no se ha molestado en escucharles en los cinco años que han transcurrido desde aquello.
Quizás le incomode presenciar a las trabajadoras de las residencias narrando cómo la falta de mórficos para sedar a los ancianos moribundos les abocaba a gastar sus últimos alientos en agarrarse a las barandillas de las camas para intentar respirar.
O, a lo mejor, le desagrada verse a sí misma en las sesiones de la Asamblea, negando la mayor. Aunque cabría descartar esto último, habida cuenta de que ha redoblado su apuesta, y ya ni siquiera da por válida la cifra que da nombre al documental, 7.291, el número de fallecidos en residencias sin derivación hospitalaria que hasta ahora no había cuestionado.
Es difícil imaginar el horror que debieron ser las residencias durante los primeros meses de la pandemia, cuando el virus era imprevisible, cuando morían cientos de ancianos, se contagiaban trabajadores sin los equipos de seguridad mínimos, afrontando lo desconocido con miedo y bolsas de basura. Imposible un buen desenlace de aquello. El virus no podía haber encontrado mejor caldo de cultivo para expandirse y matar, si es que esos trozos de material genético tuvieran tal propósito.
7291 sirve para recordarlo, hacernos un poco más conscientes de lo que pasó, de lo que es una residencia, de cómo viven quienes las habitan, y para que el espectador juzgue lo que se podría haber hecho mejor y lo que se podría haber evitado.
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Sobre la firma

Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.
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