Guillermo Saccomanno, ganador del premio Alfaguara: “Los escritores no tienen buen destino”

Guillermo Saccomanno, en una foto de enero cedida por la editorial Alfaguara.

Cuando el año pasado le cancelaron el alquiler de la cabaña donde vivía en Villa Gesell (Argentina), Guillermo Saccomanno pensó: “¿Y ahora qué hago?”. Su novia le ofreció el garaje de su casa. Al visitarlo, Saccomanno pensó: “En este espacio puedo escribir perfectamente”. No había ventanas, pero sí un baño, una kitchenette y un lugar para sentarse y tipear. Allí se instaló para trabajar en una novela centrada en la vida de una familia del pueblo descrito en el libro, titulado Cámara Gesell. Sin embargo, una neumonía primero, el coronavirus después y otra neumonía, sumados a una serie de trastornos neurológicos que hacían que no pudiera pronunciar la palabra pensada, le complicaron la tarea. Contra todo esto, se dijo: “La novela la termino”. Con su novia poniéndole paños en la cabeza para aliviar la fiebre, tecleando en el celular en la clínica donde estaba internado, siguió la trama de esos personajes desesperados, amorales, rastreros y egoístas. La escribió en tres meses y la corrigió en otros tres: un escape al malestar que lo inundaba.

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Saccomanno, en enero en una imagen cedida por la editorial Alfaguara. El narrador y ensayista argentino, que publica este jueves la novela ‘Arderá el viento’, sostiene que “escribir es una felicidad, pero la felicidad de caminar por la cornisa”  

Cuando el año pasado le cancelaron el alquiler de la cabaña donde vivía en Villa Gesell (Argentina), Guillermo Saccomanno pensó: “¿Y ahora qué hago?”. Su novia le ofreció el garaje de su casa. Al visitarlo, Saccomanno pensó: “En este espacio puedo escribir perfectamente”. No había ventanas, pero sí un baño, una kitchenette y un lugar para sentarse ytipear. Allí se instaló para trabajar en una novela centrada en la vida de una familia del pueblo descrito en el libro, titulado Cámara Gesell. Sin embargo, una neumonía primero, el coronavirus después y otra neumonía, sumados a una serie de trastornos neurológicos que hacían que no pudiera pronunciar la palabra pensada, le complicaron la tarea. Contra todo esto, se dijo: “La novela la termino”. Con su novia poniéndole paños en la cabeza para aliviar la fiebre, tecleando en el celular en la clínica donde estaba internado, siguió la trama de esos personajes desesperados, amorales, rastreros y egoístas. La escribió en tres meses y la corrigió en otros tres: un escape al malestar que lo inundaba.

El escritor, guionista y ensayista cree que, con 76 años, está “dando una vuelta gratis”. “No sé si el miedo es una combustión, pero cuando estás metido en una novela te salvás, porque antes de morirte tenés que terminarla”, dice. Por insistencia de su novia y unos amigos, decidió enviarla al premio Alfaguara. Entre 725 manuscritos, el jurado la eligió por unanimidad. Además de la publicación, el galardón incluye una escultura de Martín Chirino y 168.000 euros.

Pregunta. ¿Qué significa este premio para vos?

Respuesta. No puedo ignorar el factor económico. Me agarra en un momento en que estoy en línea de flotación. Yo toda mi vida viví en la línea de flotación. Toda mi vida fue sin canuto [sin ahorros]. En octubre tuve un aneurisma y me hicieron una operación de urgencia. La obra social me iba a dar el material quirúrgico, pero no con la rapidez que yo necesitaba. Mis hijas juntaron los 15.000 dólares que costaba la operación: dinero que hoy, cinco meses después, aún no me reintegran. De algún modo, esta anécdota explica qué significa este premio: es una alegría y funciona ya no tanto como ahorro sino como soporte. Los escritores no tienen buen destino. Este no es un oficio saludable. En ese sentido, es un oficio de riesgo. Después está el prestigio, porque lo han ganado escritores que yo admiro como Tomás [Eloy Martínez] y [Leopoldo] Brizuela. Y también, por otro lado, ser leído en tu lengua. Me ha pasado de ir a Uruguay o a Chile y descubrir que allí no estaban mis libros.

P. En una entrevista decía que escribir es la felicidad. ¿Le gusta escribir o le gusta haber escrito?

R. Yo creo que cuando escribís tenés la idea de que estás haciendo algo. A veces, sentís un poder inaudito. Cuando te sale, sentís que la música suena. Pero también cuando no sale, te sentís el último alfeñique, el Kafka que aparece en los diarios. ¿No? Yo, por eso, trato de no tener libros míos en casa.

P. ¿Por qué?

R. Porque si volvés atrás, pensás: “¡Uy, qué bien que me salía antes!”. O también te puede pasar: “¡Cómo pude escribir esta pelotudez!”.

P. Si pensamos en el cuento del otro Borges y se encontrá con su yo de 20 años, ¿qué le diría?

R. No puedo, no puedo.

P. ¿Qué consejo literario le daría a ese escritor en ciernes?

R. Que labure. Que le dé. Que le meta.

P. ¿Era algo que tenía claro desde el principio?

R. No sé si lo tenía en claro, porque uno empieza con una gran omnipotencia: tenés por delante un largo camino. Ahora, el camino lo tengo recorrido. Estoy viendo qué pasa en este tiempo ―no sé si de descuento, pero…― suplementario. Además, en este oficio todos los días tenés algo nuevo. Delante tenés el abismo.

P. ¿Por qué?

R. Tenés que tratar de no caer. Escribir es una felicidad, pero la felicidad de caminar por la cornisa.

P. ¿Dónde escribís?

R. Acá en casa. Pero también a veces escribo en los bares. A la tardecita, me voy al Florida Garden. Llevo un cuaderno y un libro. De cualquier modo, creo que este es un trabajo full time, porque cuando no estás escribiendo estás pensando o anotando ideas. Y en esto lo fundamental para mí es la lectura de poesía. Yo creo ser, como muchos, un poeta frustrado. Me fascina la poesía: escribo poesía, pero no la muestro. Aunque escribo sobre poesía.

Saccomanno, en enero en una imagen cedida por la editorial Alfaguara.
Saccomanno, en enero en una imagen cedida por la editorial Alfaguara.Lucrecia rampoldi

P. En una entrevista decía que uno necesita probarse todo el tiempo, uno nunca se puede quedar tranquilo. ¿Por qué?

R. ¡Porque no! ¿Cómo te vas a quedar tranquilo? (risas). Si estás tranquilo, fuiste…

P. ¿Y ahora qué viene? Digo, en este sentido de estar pensando en no quedarse quieto.

R. Uno de los fantasmas que te genera un premio como este es que implica viajar. Y eso te distrae, te hace barullo la cabeza. Yo preferiría estar escribiendo en vez de estar charlando con vos. ¿Entendés? Yo sé que salgo en el suplemento de Cultura de EL PAÍS, pero el suplemento de Cultura no escribe por mí.

P. ¿Qué relegó por la escritura?

R. Uno relega en las relaciones afectivas, posterga. Como decía Kafka, la literatura es como una religión. Te exige ser devoto, te exige ser feligrés. Entonces ahí ponés situaciones familiares, situaciones de pareja, vivís en función de… Creo que no se puede ser escritor de a ratos.

P. ¿Es una decisión que se toma?

R. Yo creo que es tomarle el gusto a la disciplina. Por supuesto, hay otro tipo de escritores, hay escritores a los que les interesa más la figuración ―salir en la tele y en los diarios― que publicar. Hay cantidad de jetones que se cuelgan de cualquier causa para tener una fotito en el diario. No digo que no haya escritores que ganen dinero: los hay y algunos muy buenos, pero no hay que engañarse. Si hay una promesa es a largo plazo. Dios te invita a un asado cuando ya no tenés dientes.

P. ¿Qué es escribir bien?

R. Encontrar una voz y una visión del mundo personal. Que de algo, vos puedas pensar: es arltiano, es borgiano, es kafkiano.

P. Decía que en los últimos tiempos no hay una preocupación por el lenguaje…

R. ¡Encontrar una voz propia!

P. ¿Es porque no se busca?

R. La trampa está en que uno busca su propia voz, pero no se da cuenta cuando la encuentra. Porque si te das cuenta, entonces comienza la maquinita de repetir: tenés un formato. Lo interesante es no hacer nada igual. A mí me gusta que cada libro sea diferente. Yo creo que esta novela [Arderá el viento] no tiene nada que ver con Mirlo. Está bien, vos podés decir: sí, ¿y Cámara Gesell? Pero es un territorio. Y yo he escrito distintas cosas sobre ese territorio.

P. ¿La competencia es contra uno mismo?

R. Sí. Estás boxeando con el espejo.

P. ¿Y ganás o perdés?

R. No sé.

P. Perdés siempre… (risas).

R. Lo que pasa es que si rompés el espejo ya no estás más vos. Esa es la trampa. No podés romper el espejo. Lo ideal es pasar del otro lado. Y en esa dialéctica, se te va la vida.

P. Una carrera desesperada hacia un lugar al que no vas a llegar nunca.

R. Y si llegaste no lo sabés… Además: sabiendo de antemano que no la vas a tener fácil. En ningún país, pero acá [en Argentina] menos… Acá, los escritores se ganan la vida trabajando en cosas parecidas a la literatura: la publicidad, los guiones, el periodismo… y tratando de que eso no los contamine.

P. Fogwill decía que la de los escritores era una carrera de fracaso.

R. Es una sucesión. El lema creo que es eso que dijo Beckett: “Fracasa, fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Es decir, ir perfeccionando la derrota. Además, ¿qué pretendés ganar? ¿La eternidad? Si en la eternidad no vas a estar…

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