Las nuevas formas de fumar y la vuelta del ‘glamour’ del cigarrillo amenazan 20 años de guerra contra el tabaco

Una mujer y un hombre fumando en una terraza, en San Sebastián.

La guerra contra el tabaco ha librado muchas batallas en España. Desde las primeras restricciones a los cigarrillos en colegios y hospitales de finales de los ochenta, el humo está cada vez más arrinconado y el número de adictos no ha parado de bajar. Si hay un punto de inflexión, seguramente sería el año 2005, con la ley cuya medida más memorable fue la prohibición de fumar en los puestos de trabajo. Luego llegó la de 2010, que lo vetó en los bares y restaurantes. La hostelería no quebró y el hábito siguió cayendo, pero lo hace cada vez de forma más lenta, mientras emergen nuevas formas de consumir nicotina que no paran de crecer y el glamour del cigarrillo vuelve de forma inesperada a series, películas, vídeos musicales y moda.

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 La prevalencia del tabaco no ha parado de bajar desde que existen registros, al contrario que el vapeo, que está en ascenso  

La guerra contra el tabaco ha librado muchas batallas en España. Desde las primeras restricciones a los cigarrillos en colegios y hospitales de finales de los ochenta, el humo está cada vez más arrinconado y el número de adictos no ha parado de bajar. Si hay un punto de inflexión, seguramente sería el año 2005, con la ley cuya medida más memorable fue la prohibición de fumar en los puestos de trabajo. Luego llegó la de 2010, que lo vetó en los bares y restaurantes. La hostelería no quebró y el hábito siguió cayendo, pero lo hace cada vez de forma más lenta, mientras emergen nuevas formas de consumir nicotina que no paran de crecer y el glamour del cigarrillo vuelve de forma inesperada a series, películas, vídeos musicales y moda.

El Anteproyecto de ley que ha aprobado el Gobierno esta semana pretende seguir avanzando en esta guerra, aumentar los espacios sin humo (a terrazas, recintos deportivos al aire libre, marquesinas de transporte público, conciertos…), equiparar nuevas formas de consumir nicotina ―como vapeadores, hierbas calentadas y bolsitas― al tabaco convencional y restringir más su publicidad. Tiene por delante una complicada tramitación parlamentaria en la que habrá de convencer a la mayoría del Parlamento de las bondades de la norma, frente a los argumentos de las patronales del tabaco, la hostelería y el vapeo, que defienden sus negocios amparándose en la libre competencia, la convivencia e, incluso, la salud.

La población mayor de 15 años que fuma se ha reducido a la mitad desde 1987 (Líneas)

Esto último lo defienden los vendedores de cigarrillos electrónicos, que lo plantean como una práctica menos dañina que el tabaco y como una vía para dejar los tradicionales. Aunque su vapor es tóxico, ciertamente no ha demostrado ser tan peligroso como la combustión del tabaco, la primera causa evitable de morbimortalidad en el mundo, que causa cada año en España 50.000 muertes y es responsable del 30% de los tumores. En contextos clínicos, también ha demostrado ser una ayuda para dejar el tabaco convencional, aunque no la más efectiva.

La forma en la que se venden los vapeadores en España, sin embargo, es muy distinta a la de otros métodos de cesación tabáquica, como las pastillas o los parches de nicotina, que se comercializan exclusivamente en farmacias. Están adornados por colores llamativos, se compran en cualquier tipo de tienda, están promocionados en festivales de música y en redes sociales por influencers con un público mayoritariamente adolescente, y tiene sabores y olores que recuerdan a los de las chucherías.

Número de cigarrillos consumidos por día entre fumadores mayores de 15 años (Líneas múltiples)

Las organizaciones que luchan contra el tabaquismo ven aquí una clara estrategia para captar adictos a la nicotina entre los jóvenes, que son “los más vulnerables”, en palabras de Ramón Reyes, presidente de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC). Su consumo es creciente entre los estudiantes de entre 14 y 18 años, según la última encuesta Estudes, del Ministerio de Sanidad: un 26% había vapeado en el último mes, casi el doble que en 2019; un 21% había fumado tabaco convencional, cinco puntos menos que hace seis años.

El uso de cigarrillos electrónicos se ha disparado entre los estudiantes de 14 a 18 años (Líneas múltiples)

Numerosos estudios muestran que los adolescentes que vapean tienen más probabilidades de fumar tabaco convencional. La revisión más amplia hasta ahora, publicada hace unas semanas en British Medical Journal, calculaba que multiplica por tres el riesgo. Fue un tema que se debatió la semana pasada en el congreso anual de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). Mónica Pérez-Ríos, coordinadora de su Grupo de Trabajo de Tabaco, explica que hubo opiniones encontradas: “No estamos viendo un aumento de la prevalencia de los cigarrillos tradicionales, pero no sabemos si hubieran bajado más sin el vapeo. No puedo decir que sean la puerta de entrada [al tabaco] o que no. Hay estudios de cohortes que dicen que sí [como el mencionado], y seguimientos de encuestas donde no se ve”.

Una de las primeras versiones del anteproyecto de ley aprobado esta semana limitaba los puntos de venta de los vapeadores, como sucede con el tabaco, que no puede venderse en cualquier tienda. Pero la medida se quedó en el camino en la negociación con otros ministerios, lo mismo que sucedió con el empaquetado genérico, que igualaría las cajetillas eliminando los logos de las marcas, que quedarían impresos en una tipografía estándar para todas.

El atractivo del cigarrillo

Esto ha decepcionado a los activistas contra el humo, que creen que hay que poner más difícil el acceso al vapeo, por un lado, y hacer menos atractivo al cigarrillo tradicional, por otro. “Se trata de poner trabas y de trabajar en la prevención”, subraya Ramón Reyes. Porque, aunque parecía que fumar ya no estaba de moda, los pitillos vuelven a emerger como elemento de glamour en el audiovisual, como sucedió hace décadas.

En la película Materialistas, fumar es un rasgo distintivo (y cool) de Dakota Johnson, la actriz protagonista. Algo parecido sucede en la serie The Bear. O en un videoclip de Rosalía, quien en una story de Instagram mostró cómo en su último cumpleaños regalaba cigarrillos a los asistentes. La influencer Carlota Maranon señalaba hace un año que en los últimos eventos de moda era frecuente ver a famosos que encendían un cigarrillo justo antes de la zona de las fotos para que se les viera fumando.

En un reciente reportaje de The New York Times, Jared Oviatt, el creador de la cuenta de Instagram @Cigfluencers, que sube fotos de famosos fumando, decía que últimamente le resulta mucho más fácil encontrar material que cuando empezó a recopilarlas, en 2021. Son solo unos pocos ejemplos de lo que parece una tendencia.

Laura del Horno, de la AECC, señala que, aunque es difícil de medir, sí que han percibido este aumento del cigarrillo en series y películas. “La industria no puede renunciar al tabaco convencional, pero es imposible demostrar si están detrás de este auge, ni siquiera lo podemos hacer en campañas en redes sociales que son muy obvias”, explica. En su opinión, este fenómeno pone sobre la mesa la importancia de trabajar con las plataformas, como Netflix o HBO, para fomentar las buenas prácticas en la emisión de contenido y que el pitillo no vuelva a convertirse en un signo de distinción positiva.

Si se relaja la guardia, la caída del consumo del tabaco podría revertirse, alerta Rodrigo Córdoba, delegado del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo, que pone el ejemplo de Italia, donde tras la pandemia hubo un incremento.

Tanto Córdoba como Reyes, presidente de la AECC, abogan por una subida de impuestos, que es la medida que se ha mostrado más eficaz para reducir el número de fumadores y para evitar que los jóvenes inicien el hábito. “El precio de la cajetilla en España, de unos cinco euros, es muy inferior a otros países vecinos [en Francia cuesta unos 12 ], y no cubre los costes sanitarios y sociales que genera el tabaquismo”, señala Córdoba.

Un estudio presentado en la última Conferencia Mundial de Control del Tabaco mostraba, con modelos matemáticos en cada país, cómo cada punto de subida de los impuestos representa una bajada del consumo y, a la vez, un aumento de ingresos. Para España calcula que si la cajetilla costase 11 euros, la tasa de fumadores se reduciría en cinco puntos y se recuperarían más de 15.000 millones de euros, entre lo que se sacase de los impuestos y lo que se ahorraría en sanidad.

Dentro de la guerra contra el tabaco que comenzó en España hace 20 años, en 2006 hubo un aumento importante de las tasas para evitar las marcas muy baratas que proliferaban por entonces. Desde entonces, ha habido más incrementos, pero ninguno ha puesto el precio de los países más prósperos de Europa. Fuentes del Ministerio de Sanidad explican que la intención es subirlos, pero es una medida que depende de Hacienda, que ha vetado otras como el empaquetado genérico.

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