Nuestro primer contacto no será con una civilización próspera y tranquila. Ni se parecerá en nada a lo imaginado por los escritores de ciencia ficción, que han hecho todo lo posible por prepararnos para un eventual contacto con extraterrestres. Invasiones de especies hostiles, naves inmensas cerniéndose sobre nuestras ciudades, contactos con especies altamente evolucionadas, aliens benevolentes que vienen a salvarnos de nosotros mismos… Nada de todo eso.Según un nuevo estudio del célebre astrónomo David Kipping, de la Universidad de Columbia, la primera civilización que detectemos no será necesariamente súper avanzada, ni tampoco conquistadora. Aunque sí que será, casi seguro, una civilización ‘ruidosa’, inestable y, muy probablemente, inmersa en su propia agonía final.Bajo el título de La Hipótesis Escatológica« (The Eschatian Hypothesis), el trabajo se publicará próximamente en ‘Monthly Notices of the Royal Astronomical Society’, aunque ya está disponible en el servidor de prepublicaciones ‘ arXiv ‘. Kipping, director del laboratorio Cool Worlds en Columbia y divulgador de éxito, parte de una premisa que los astrónomos conocen bien, aunque a menudo el público ignora: en el espacio, lo primero que vemos nunca es lo ‘normal’, sino lo más extremo.Una civilización sostenible y tranquila sería prácticamente invisible para nosotros; una que detona armas nucleares o quema su atmósfera emite una señal inconfundibleLa historia de la astronomía, de hecho, está plagada de ‘primeras detecciones’ que resultaron ser excepciones rarísimas, y no la norma. Es lo que se conoce como ‘sesgo de observación’. Si entramos en una habitación oscura llena de gente susurrando, y hay una única persona gritando a pleno pulmón. ¿A quién detectaremos primero? Evidentemente, al que grita. Pero eso no significa que todo el mundo en la habitación esté gritando, sino que el grito es la única ‘señal’ lo bastante fuerte como para destacar sobre el resto.Casos raros y extremos«La historia de los descubrimientos astronómicos -asegura Kipping en su estudio- muestra que muchos de los fenómenos más detectables, especialmente las primeras detecciones, no son miembros típicos de su clase, sino casos raros y extremos, con firmas observacionales desproporcionadamente grandes». Cuando observamos el cielo nocturno a simple vista, por ejemplo, podemos ver unas 2.500 estrellas. Y aproximadamente un tercio de ellas son gigantes, estrellas enormes y brillantes. Por eso, si confiáramos sólo de nuestros ojos, pensaríamos que el Universo está lleno de gigantes. Pero es mentira. En realidad, esas estrellas son una minoría, menos del 1% del total. Lo que ocurre es que son tan brillantes que ‘saltan’ a la vista, mientras que las enanas rojas, nuestras vecinas más cercanas, que son las verdaderas habitantes mayoritarias de la galaxia (cerca del 80% del total), permanecen invisibles para el ojo humano a causa de su debilidad.La búsqueda de exoplanetas nos cuenta la misma historia. A principios de los años 90, mucho antes de que encontrar otros mundos se convirtiera en rutina, los primeros planetas fuera del Sistema Solar se hallaron en el lugar más inhóspito imaginable: orbitando un púlsar , el cadáver rotatorio de una estrella muerta, un ‘faro’ cósmico que, a medida que gira, emite radiación con la precisión de un reloj. Es decir, que los planetas que orbitan alrededor del púlsar PSR B1257+12 no fueron detectados porque fueran comunes, sino porque alteraban ligeramente el ritmo perfecto de las ‘pulsaciones’. Hoy, con más de 6.000 exoplanetas confirmados, sabemos que mundos como esos son, en realidad, una rareza absoluta. De hecho, sólo se han encontrado una decena de planetas similares. Y ahora, en su estudio, Kipping aplica la misma lógica a la búsqueda de alienígenas. «Si la historia sirve de guía -escribe-, entonces puede que las primeras firmas de inteligencia extraterrestre que detectemos sean también ejemplos altamente atípicos y ‘ruidosos’ dentro de una clase más amplia».La hipótesis del gritoAquí es donde entra en juego el término que da nombre al estudio: «Escatológico». La palabra proviene de ‘escatología’, la parte de la teología y la filosofía que estudia el destino final del ser humano y del Universo (del griego ‘escatos’, último), es decir, la muerte y el juicio final. A no confundir con el término similar ‘skatós’, que significa excremento y que ha dado lugar a que la misma palabra pueda referirse también a la fisiología y el lenguaje vulgar.Pues bien, Kipping propone que las civilizaciones tecnológicas, al igual que las estrellas, podrían tener varias fases. Y las fases más brillantes, las que emiten más energía (y más señales al espacio), suelen ser también las menos estables. Pensemos en una supernova: es el evento más brillante y fácil de detectar en una galaxia, visible a millones de años luz, pero representa la muerte violenta de una estrella, no su estado habitual.Ya no se trata de buscar señales estables, escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que apenas duren días o semanas«Motivados por esto -sentencia Kipping-, proponemos la Hipótesis Escatológica: que la primera detección confirmada de una civilización tecnológica extraterrestre es muy probable que sea un ejemplo atípico, uno que sea inusualmente ‘ruidoso’ (es decir, que produzca una tecnofirma anómalamente fuerte), y plausiblemente en una fase transitoria, inestable o incluso terminal».En la práctica, esto significa que una civilización tranquila, sostenible y ecológica, que viva en equilibrio con su planeta durante millones de años, probablemente sea ‘silenciosa’ en términos de radio o emisión de energía. No la veremos. En cambio, una civilización que está quemando sus recursos, detonando armas nucleares a escala global o alterando desesperadamente su estrella para sobrevivir, emitirá una señal potentísima.Algunos científicos ya habían sugerido que nuestra propia civilización podría estar entrando en esa fase ‘ruidosa’. El cambio climático, la acumulación de contaminantes químicos en la atmósfera o la radiación de nuestras telecomunicaciones podrían ser vistos desde fuera como la ‘fiebre’ de una sociedad enferma. En palabras de Kipping, «un subproducto de una civilización en declive».¿Fue la señal ‘Wow’ una petición de auxilio?La hipótesis permite incluso especular sobre señales misteriosas del pasado. Kipping se pregunta, por ejemplo, sobre la famosa señal ‘Wow!’ detectada en 1977, un estallido de radio único y potentísimo que nunca se repitió. Bajo la lente de la Hipótesis Escatológica, tal vez no fue un saludo, sino una última llamada de socorro. Podría haber sido, como sugiere el autor, «el grito muy fuerte de ayuda de una civilización acercándose a su propio final».Para Kipping, resulta lógico pensar que si una sociedad intuye, o sabe, que va a desaparecer, o si entra en un colapso energético violento, ese breve periodo de tiempo será el que mayor huella deje en el espectro electromagnético. Según las simulaciones del astrónomo, si una sociedad es ‘ruidosa’ solo durante una millonésima parte de su vida, deberá emitir una cantidad inmensa de energía en ese ‘instante’ para que tengamos alguna posibilidad de verla antes que a sus ‘hermanas silenciosas’.Una nueva estrategia de búsquedaEl nuevo estudio, según Kipping, implica que es muy posible que hasta ahora hayamos estado buscando ‘mal’. Gran parte del esfuerzo SETI se ha centrado siempre en buscar señales continuas, faros persistentes o mensajes repetitivos dirigidos a quien pueda oirlos.Pero si cambiamos el foco y empezamos a buscar ‘accidentes’ o breves ‘explosiones’ de actividad tecnológica, entonces necesitaremos cambiar de herramientas. «En términos prácticos -aconseja el astrónomo-, la Hipótesis Escatológica sugiere que los sondeos de campo amplio y alta cadencia optimizados para transitorios genéricos pueden ofrecer nuestra mejor oportunidad».Es decir, que ya no se trataría de apuntar a una estrella y escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que duren días o semanas y que luego desaparezcan. Kipping señala que estamos entrando en una ‘era dorada’ para este tipo de búsqueda gracias a observatorios como el Vera Rubin o el Sloan Digital Sky Survey, que escanean la bóveda celeste continuamente buscando cambios, cosas que se ‘encienden’ y se ‘apagan’ repentinamente.«En lugar de apuntar a tecnofirmas estrechamente definidas -concluye el estudio-, las estrategias de búsqueda escatológica darían prioridad a los transitorios amplios y anómalos (…) cuyas luminosidades y escalas de tiempo son difíciles de reconciliar con fenómenos astrofísicos conocidos».MÁS INFORMACIÓN noticia Si A menos de tres días de una posible colisión entre satélites por culpa de Elon Musk noticia Si Así esa verdadera ‘piel’ del Sol: cambiante, ‘espumosa’ y llena de púasEn resumen, es muy probable que nuestro primer ‘contacto’ no sea con un invasor, o con un pacífico ‘embajador galáctico’, sino con el equivalente cósmico de un devastador incendio, o de un naufragio: una señal brillante y breve de alguien que brilló con demasiada intensidad antes de apagarse para siempre. Nuestro primer contacto no será con una civilización próspera y tranquila. Ni se parecerá en nada a lo imaginado por los escritores de ciencia ficción, que han hecho todo lo posible por prepararnos para un eventual contacto con extraterrestres. Invasiones de especies hostiles, naves inmensas cerniéndose sobre nuestras ciudades, contactos con especies altamente evolucionadas, aliens benevolentes que vienen a salvarnos de nosotros mismos… Nada de todo eso.Según un nuevo estudio del célebre astrónomo David Kipping, de la Universidad de Columbia, la primera civilización que detectemos no será necesariamente súper avanzada, ni tampoco conquistadora. Aunque sí que será, casi seguro, una civilización ‘ruidosa’, inestable y, muy probablemente, inmersa en su propia agonía final.Bajo el título de La Hipótesis Escatológica« (The Eschatian Hypothesis), el trabajo se publicará próximamente en ‘Monthly Notices of the Royal Astronomical Society’, aunque ya está disponible en el servidor de prepublicaciones ‘ arXiv ‘. Kipping, director del laboratorio Cool Worlds en Columbia y divulgador de éxito, parte de una premisa que los astrónomos conocen bien, aunque a menudo el público ignora: en el espacio, lo primero que vemos nunca es lo ‘normal’, sino lo más extremo.Una civilización sostenible y tranquila sería prácticamente invisible para nosotros; una que detona armas nucleares o quema su atmósfera emite una señal inconfundibleLa historia de la astronomía, de hecho, está plagada de ‘primeras detecciones’ que resultaron ser excepciones rarísimas, y no la norma. Es lo que se conoce como ‘sesgo de observación’. Si entramos en una habitación oscura llena de gente susurrando, y hay una única persona gritando a pleno pulmón. ¿A quién detectaremos primero? Evidentemente, al que grita. Pero eso no significa que todo el mundo en la habitación esté gritando, sino que el grito es la única ‘señal’ lo bastante fuerte como para destacar sobre el resto.Casos raros y extremos«La historia de los descubrimientos astronómicos -asegura Kipping en su estudio- muestra que muchos de los fenómenos más detectables, especialmente las primeras detecciones, no son miembros típicos de su clase, sino casos raros y extremos, con firmas observacionales desproporcionadamente grandes». Cuando observamos el cielo nocturno a simple vista, por ejemplo, podemos ver unas 2.500 estrellas. Y aproximadamente un tercio de ellas son gigantes, estrellas enormes y brillantes. Por eso, si confiáramos sólo de nuestros ojos, pensaríamos que el Universo está lleno de gigantes. Pero es mentira. En realidad, esas estrellas son una minoría, menos del 1% del total. Lo que ocurre es que son tan brillantes que ‘saltan’ a la vista, mientras que las enanas rojas, nuestras vecinas más cercanas, que son las verdaderas habitantes mayoritarias de la galaxia (cerca del 80% del total), permanecen invisibles para el ojo humano a causa de su debilidad.La búsqueda de exoplanetas nos cuenta la misma historia. A principios de los años 90, mucho antes de que encontrar otros mundos se convirtiera en rutina, los primeros planetas fuera del Sistema Solar se hallaron en el lugar más inhóspito imaginable: orbitando un púlsar , el cadáver rotatorio de una estrella muerta, un ‘faro’ cósmico que, a medida que gira, emite radiación con la precisión de un reloj. Es decir, que los planetas que orbitan alrededor del púlsar PSR B1257+12 no fueron detectados porque fueran comunes, sino porque alteraban ligeramente el ritmo perfecto de las ‘pulsaciones’. Hoy, con más de 6.000 exoplanetas confirmados, sabemos que mundos como esos son, en realidad, una rareza absoluta. De hecho, sólo se han encontrado una decena de planetas similares. Y ahora, en su estudio, Kipping aplica la misma lógica a la búsqueda de alienígenas. «Si la historia sirve de guía -escribe-, entonces puede que las primeras firmas de inteligencia extraterrestre que detectemos sean también ejemplos altamente atípicos y ‘ruidosos’ dentro de una clase más amplia».La hipótesis del gritoAquí es donde entra en juego el término que da nombre al estudio: «Escatológico». La palabra proviene de ‘escatología’, la parte de la teología y la filosofía que estudia el destino final del ser humano y del Universo (del griego ‘escatos’, último), es decir, la muerte y el juicio final. A no confundir con el término similar ‘skatós’, que significa excremento y que ha dado lugar a que la misma palabra pueda referirse también a la fisiología y el lenguaje vulgar.Pues bien, Kipping propone que las civilizaciones tecnológicas, al igual que las estrellas, podrían tener varias fases. Y las fases más brillantes, las que emiten más energía (y más señales al espacio), suelen ser también las menos estables. Pensemos en una supernova: es el evento más brillante y fácil de detectar en una galaxia, visible a millones de años luz, pero representa la muerte violenta de una estrella, no su estado habitual.Ya no se trata de buscar señales estables, escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que apenas duren días o semanas«Motivados por esto -sentencia Kipping-, proponemos la Hipótesis Escatológica: que la primera detección confirmada de una civilización tecnológica extraterrestre es muy probable que sea un ejemplo atípico, uno que sea inusualmente ‘ruidoso’ (es decir, que produzca una tecnofirma anómalamente fuerte), y plausiblemente en una fase transitoria, inestable o incluso terminal».En la práctica, esto significa que una civilización tranquila, sostenible y ecológica, que viva en equilibrio con su planeta durante millones de años, probablemente sea ‘silenciosa’ en términos de radio o emisión de energía. No la veremos. En cambio, una civilización que está quemando sus recursos, detonando armas nucleares a escala global o alterando desesperadamente su estrella para sobrevivir, emitirá una señal potentísima.Algunos científicos ya habían sugerido que nuestra propia civilización podría estar entrando en esa fase ‘ruidosa’. El cambio climático, la acumulación de contaminantes químicos en la atmósfera o la radiación de nuestras telecomunicaciones podrían ser vistos desde fuera como la ‘fiebre’ de una sociedad enferma. En palabras de Kipping, «un subproducto de una civilización en declive».¿Fue la señal ‘Wow’ una petición de auxilio?La hipótesis permite incluso especular sobre señales misteriosas del pasado. Kipping se pregunta, por ejemplo, sobre la famosa señal ‘Wow!’ detectada en 1977, un estallido de radio único y potentísimo que nunca se repitió. Bajo la lente de la Hipótesis Escatológica, tal vez no fue un saludo, sino una última llamada de socorro. Podría haber sido, como sugiere el autor, «el grito muy fuerte de ayuda de una civilización acercándose a su propio final».Para Kipping, resulta lógico pensar que si una sociedad intuye, o sabe, que va a desaparecer, o si entra en un colapso energético violento, ese breve periodo de tiempo será el que mayor huella deje en el espectro electromagnético. Según las simulaciones del astrónomo, si una sociedad es ‘ruidosa’ solo durante una millonésima parte de su vida, deberá emitir una cantidad inmensa de energía en ese ‘instante’ para que tengamos alguna posibilidad de verla antes que a sus ‘hermanas silenciosas’.Una nueva estrategia de búsquedaEl nuevo estudio, según Kipping, implica que es muy posible que hasta ahora hayamos estado buscando ‘mal’. Gran parte del esfuerzo SETI se ha centrado siempre en buscar señales continuas, faros persistentes o mensajes repetitivos dirigidos a quien pueda oirlos.Pero si cambiamos el foco y empezamos a buscar ‘accidentes’ o breves ‘explosiones’ de actividad tecnológica, entonces necesitaremos cambiar de herramientas. «En términos prácticos -aconseja el astrónomo-, la Hipótesis Escatológica sugiere que los sondeos de campo amplio y alta cadencia optimizados para transitorios genéricos pueden ofrecer nuestra mejor oportunidad».Es decir, que ya no se trataría de apuntar a una estrella y escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que duren días o semanas y que luego desaparezcan. Kipping señala que estamos entrando en una ‘era dorada’ para este tipo de búsqueda gracias a observatorios como el Vera Rubin o el Sloan Digital Sky Survey, que escanean la bóveda celeste continuamente buscando cambios, cosas que se ‘encienden’ y se ‘apagan’ repentinamente.«En lugar de apuntar a tecnofirmas estrechamente definidas -concluye el estudio-, las estrategias de búsqueda escatológica darían prioridad a los transitorios amplios y anómalos (…) cuyas luminosidades y escalas de tiempo son difíciles de reconciliar con fenómenos astrofísicos conocidos».MÁS INFORMACIÓN noticia Si A menos de tres días de una posible colisión entre satélites por culpa de Elon Musk noticia Si Así esa verdadera ‘piel’ del Sol: cambiante, ‘espumosa’ y llena de púasEn resumen, es muy probable que nuestro primer ‘contacto’ no sea con un invasor, o con un pacífico ‘embajador galáctico’, sino con el equivalente cósmico de un devastador incendio, o de un naufragio: una señal brillante y breve de alguien que brilló con demasiada intensidad antes de apagarse para siempre.
Nuestro primer contacto no será con una civilización próspera y tranquila. Ni se parecerá en nada a lo imaginado por los escritores de ciencia ficción, que han hecho todo lo posible por prepararnos para un eventual contacto con extraterrestres. Invasiones de especies hostiles, naves inmensas … cerniéndose sobre nuestras ciudades, contactos con especies altamente evolucionadas, aliens benevolentes que vienen a salvarnos de nosotros mismos… Nada de todo eso.
Según un nuevo estudio del célebre astrónomo David Kipping, de la Universidad de Columbia, la primera civilización que detectemos no será necesariamente súper avanzada, ni tampoco conquistadora. Aunque sí que será, casi seguro, una civilización ‘ruidosa’, inestable y, muy probablemente, inmersa en su propia agonía final.
Bajo el título de La Hipótesis Escatológica« (The Eschatian Hypothesis), el trabajo se publicará próximamente en ‘Monthly Notices of the Royal Astronomical Society’, aunque ya está disponible en el servidor de prepublicaciones ‘arXiv‘.
Kipping, director del laboratorio Cool Worlds en Columbia y divulgador de éxito, parte de una premisa que los astrónomos conocen bien, aunque a menudo el público ignora: en el espacio, lo primero que vemos nunca es lo ‘normal’, sino lo más extremo.
Una civilización sostenible y tranquila sería prácticamente invisible para nosotros; una que detona armas nucleares o quema su atmósfera emite una señal inconfundible
La historia de la astronomía, de hecho, está plagada de ‘primeras detecciones’ que resultaron ser excepciones rarísimas, y no la norma. Es lo que se conoce como ‘sesgo de observación’. Si entramos en una habitación oscura llena de gente susurrando, y hay una única persona gritando a pleno pulmón. ¿A quién detectaremos primero? Evidentemente, al que grita. Pero eso no significa que todo el mundo en la habitación esté gritando, sino que el grito es la única ‘señal’ lo bastante fuerte como para destacar sobre el resto.
Casos raros y extremos
«La historia de los descubrimientos astronómicos -asegura Kipping en su estudio- muestra que muchos de los fenómenos más detectables, especialmente las primeras detecciones, no son miembros típicos de su clase, sino casos raros y extremos, con firmas observacionales desproporcionadamente grandes».
Cuando observamos el cielo nocturno a simple vista, por ejemplo, podemos ver unas 2.500 estrellas. Y aproximadamente un tercio de ellas son gigantes, estrellas enormes y brillantes. Por eso, si confiáramos sólo de nuestros ojos, pensaríamos que el Universo está lleno de gigantes. Pero es mentira. En realidad, esas estrellas son una minoría, menos del 1% del total. Lo que ocurre es que son tan brillantes que ‘saltan’ a la vista, mientras que las enanas rojas, nuestras vecinas más cercanas, que son las verdaderas habitantes mayoritarias de la galaxia (cerca del 80% del total), permanecen invisibles para el ojo humano a causa de su debilidad.
La búsqueda de exoplanetas nos cuenta la misma historia. A principios de los años 90, mucho antes de que encontrar otros mundos se convirtiera en rutina, los primeros planetas fuera del Sistema Solar se hallaron en el lugar más inhóspito imaginable: orbitando un púlsar, el cadáver rotatorio de una estrella muerta, un ‘faro’ cósmico que, a medida que gira, emite radiación con la precisión de un reloj. Es decir, que los planetas que orbitan alrededor del púlsar PSR B1257+12 no fueron detectados porque fueran comunes, sino porque alteraban ligeramente el ritmo perfecto de las ‘pulsaciones’.
Hoy, con más de 6.000 exoplanetas confirmados, sabemos que mundos como esos son, en realidad, una rareza absoluta. De hecho, sólo se han encontrado una decena de planetas similares.
Y ahora, en su estudio, Kipping aplica la misma lógica a la búsqueda de alienígenas. «Si la historia sirve de guía -escribe-, entonces puede que las primeras firmas de inteligencia extraterrestre que detectemos sean también ejemplos altamente atípicos y ‘ruidosos’ dentro de una clase más amplia».
La hipótesis del grito
Aquí es donde entra en juego el término que da nombre al estudio: «Escatológico». La palabra proviene de ‘escatología’, la parte de la teología y la filosofía que estudia el destino final del ser humano y del Universo (del griego ‘escatos’, último), es decir, la muerte y el juicio final. A no confundir con el término similar ‘skatós’, que significa excremento y que ha dado lugar a que la misma palabra pueda referirse también a la fisiología y el lenguaje vulgar.
Pues bien, Kipping propone que las civilizaciones tecnológicas, al igual que las estrellas, podrían tener varias fases. Y las fases más brillantes, las que emiten más energía (y más señales al espacio), suelen ser también las menos estables. Pensemos en una supernova: es el evento más brillante y fácil de detectar en una galaxia, visible a millones de años luz, pero representa la muerte violenta de una estrella, no su estado habitual.
Ya no se trata de buscar señales estables, escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que apenas duren días o semanas
«Motivados por esto -sentencia Kipping-, proponemos la Hipótesis Escatológica: que la primera detección confirmada de una civilización tecnológica extraterrestre es muy probable que sea un ejemplo atípico, uno que sea inusualmente ‘ruidoso’ (es decir, que produzca una tecnofirma anómalamente fuerte), y plausiblemente en una fase transitoria, inestable o incluso terminal».
En la práctica, esto significa que una civilización tranquila, sostenible y ecológica, que viva en equilibrio con su planeta durante millones de años, probablemente sea ‘silenciosa’ en términos de radio o emisión de energía. No la veremos. En cambio, una civilización que está quemando sus recursos, detonando armas nucleares a escala global o alterando desesperadamente su estrella para sobrevivir, emitirá una señal potentísima.
Algunos científicos ya habían sugerido que nuestra propia civilización podría estar entrando en esa fase ‘ruidosa’. El cambio climático, la acumulación de contaminantes químicos en la atmósfera o la radiación de nuestras telecomunicaciones podrían ser vistos desde fuera como la ‘fiebre’ de una sociedad enferma. En palabras de Kipping, «un subproducto de una civilización en declive».
¿Fue la señal ‘Wow’ una petición de auxilio?
La hipótesis permite incluso especular sobre señales misteriosas del pasado. Kipping se pregunta, por ejemplo, sobre la famosa señal ‘Wow!’ detectada en 1977, un estallido de radio único y potentísimo que nunca se repitió. Bajo la lente de la Hipótesis Escatológica, tal vez no fue un saludo, sino una última llamada de socorro. Podría haber sido, como sugiere el autor, «el grito muy fuerte de ayuda de una civilización acercándose a su propio final».
Para Kipping, resulta lógico pensar que si una sociedad intuye, o sabe, que va a desaparecer, o si entra en un colapso energético violento, ese breve periodo de tiempo será el que mayor huella deje en el espectro electromagnético. Según las simulaciones del astrónomo, si una sociedad es ‘ruidosa’ solo durante una millonésima parte de su vida, deberá emitir una cantidad inmensa de energía en ese ‘instante’ para que tengamos alguna posibilidad de verla antes que a sus ‘hermanas silenciosas’.
Una nueva estrategia de búsqueda
El nuevo estudio, según Kipping, implica que es muy posible que hasta ahora hayamos estado buscando ‘mal’. Gran parte del esfuerzo SETI se ha centrado siempre en buscar señales continuas, faros persistentes o mensajes repetitivos dirigidos a quien pueda oirlos.
Pero si cambiamos el foco y empezamos a buscar ‘accidentes’ o breves ‘explosiones’ de actividad tecnológica, entonces necesitaremos cambiar de herramientas. «En términos prácticos -aconseja el astrónomo-, la Hipótesis Escatológica sugiere que los sondeos de campo amplio y alta cadencia optimizados para transitorios genéricos pueden ofrecer nuestra mejor oportunidad».
Es decir, que ya no se trataría de apuntar a una estrella y escuchar durante horas, sino de vigilar todo el cielo todo el tiempo, buscando destellos, anomalías que duren días o semanas y que luego desaparezcan. Kipping señala que estamos entrando en una ‘era dorada’ para este tipo de búsqueda gracias a observatorios como el Vera Rubin o el Sloan Digital Sky Survey, que escanean la bóveda celeste continuamente buscando cambios, cosas que se ‘encienden’ y se ‘apagan’ repentinamente.
«En lugar de apuntar a tecnofirmas estrechamente definidas -concluye el estudio-, las estrategias de búsqueda escatológica darían prioridad a los transitorios amplios y anómalos (…) cuyas luminosidades y escalas de tiempo son difíciles de reconciliar con fenómenos astrofísicos conocidos».
En resumen, es muy probable que nuestro primer ‘contacto’ no sea con un invasor, o con un pacífico ‘embajador galáctico’, sino con el equivalente cósmico de un devastador incendio, o de un naufragio: una señal brillante y breve de alguien que brilló con demasiada intensidad antes de apagarse para siempre.
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