Su padre, el famoso revolucionario Xi Zhongxun, cayó en desgracia por deslealtad hacia Mao Zedong. La rehabilitación social de la familia llegó en los primeros años de aperturismo Leer Su padre, el famoso revolucionario Xi Zhongxun, cayó en desgracia por deslealtad hacia Mao Zedong. La rehabilitación social de la familia llegó en los primeros años de aperturismo Leer
En la primavera de 1967, la Revolución Cultural había entrado en una de sus fases más oscuras. En un centro de reeducación en Pekín para las familias burguesas de altos funcionarios del Partido Comunista Chino (PCCh), seis personas fueron arrastradas al escarnio público: cinco adultos y un adolescente de 13 años. Este último era el hijo del famoso revolucionario Xi Zhongxun, antiguo jefe de propaganda y viceprimer ministro, caído en desgracia por deslealtad hacia el líder Mao Zedong.
Aquel adolescente se llamaba Xi Jinping. Como castigo por la supuesta traición de su padre, fue obligado a llevar un pesado gorro metálico con forma de cabeza de burro frente una multitud enfurecida que lo insultaba. Entre quienes gritaban se encontraba su propia madre, Qi Xin, forzada a participar en la humillación a su hijo para demostrar su lealtad al régimen y no acabar en la cárcel como su marido.
El joven Xi fue encerrado en otro centro de reeducación juvenil. Más adelante, al igual que otros muchos chavales de familias adineradas de las grandes ciudades, fue enviado al campo en el marco de la campaña de Mao para templar a la juventud urbanita a través del trabajo rural. Xi pasó siete años cavando pozos en una aldea al norte de China, viviendo aislado en casas excavadas en la roca. Fue allí donde recibió una carta que marcaría su vida: una de sus dos hermanas mayores, también repudiada por el régimen, se había suicidado.
Hubo un momento en el que Xi huyó del campo y buscó refugio en Pekín. Pero no contó con que su propia madre, en vez de abrirle las puertas de casa, lo denunciaría a las autoridades. No quería que su hijo se convirtiera en un desertor de por vida.
La rehabilitación social de la familia llegó en los primeros años de aperturismo bajo la batuta del reformista Deng Xiaoping. La reinserción del padre se materializó con un puesto como subdirector de una fábrica de tractores. Después, de vuelta en la política, Xi Zhongxun fue uno de los impulsores de las zonas económicas especiales que hicieron que la región de Cantón se convirtiera en la fábrica del mundo.
Estos episodios se recogen en la primera biografía en inglés dedicada a Xi Zhongxun, el padre del actual líder chino, escrita por el historiador Joseph Torigian, profesor en la Universidad de Stanford. En Los intereses del Partido son lo primero: la vida de Xi Zhongxun, Torigian plantea una interesante pregunta: ¿cómo pudieron padre e hijo mantener una fe inquebrantable en el sistema de partido único después de haber sufrido en carne propia su brutalidad?
Según el propio autor, padre e hijo fueron formados en una cultura política de raíz bolchevique que glorificaba la disciplina, el sacrificio y la idea de forjarse a uno mismo a través del sufrimiento. Lejos de quebrar su lealtad, la persecución habría reforzado su adhesión a la causa del PCCh, concebido como un proyecto histórico al que el individuo debía subordinarse por completo. Todo ello, destaca Torigian, ayudó a moldear al dirigente que emergería décadas después como el líder más poderoso de China desde la época de Mao.
La narrativa oficial comparte esa línea en las edulcoradas biografías que se han publicado sobre Xi: los años de humillación y penurias fueron una suerte de rito iniciático que lo convirtieron en un presidente fuerte, austero, incorruptible y profundamente conectado con las masas rurales.
Xi Zhongxun murió en 2002. Su viuda (era su segunda esposa), Qi Xin, tiene ahora 99 años. Sobre la anciana madre del presidente chino, la propaganda estatal la ha presentado como una «guerrera» que lideró un batallón de mujeres durante la invasión japonesa a finales de la década de 1930. Xi Jinping tiene una hermana mayor, Qi Qiaoqiao, que abrió un fondo con inversiones en el sector minero e inmobiliario, y un hermano pequeño, Xi Yuanping, quien dirige una organización medioambiental en Pekín.
El líder de la superpotencia asiática está casado con Peng Liyuan, una famosa soprano. La pareja tiene una hija, Xi Mingze, quien ha mantenido un perfil muy bajo y apenas se sabe nada sobre ella más que algunas notas publicadas por medios estadounidenses: estudió en Harvard bajo seudónimo y después de graduarse regresó a China. La vida privada de Xi Jinping y la de su familia se mantiene siempre fuera del foco mediático nacional. La gran mayoría de los chinos incluso desconoce que la pareja tiene una hija.
Xi, que tiene 72 años, lleva desde 2012 en el poder. Además de presidente de China, también es secretario general del Partido -el cargo de quien realmente manda- y presidente de la Comisión Militar Central, órgano que dirige los asuntos del ejército. En 2018 enmendó la Constitución para abolir los límites de mandato y, un año antes, incluyó su ideología homónima (el Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo con Características Chinas) en los planes de estudio obligatorio en escuelas y universidades.
Xi comenzó en 2022 un tercer mandato sin precedentes con una reorganización en la élite política del Partido Comunista, rompiendo además una norma no oficial respecto a que los líderes se tenían que jubilar a los 68 años. Rodeado de un equipo de leales, el culto extremo a su figura se ha consolidado. Ha reforzado el control del PCCh sobre el Estado y la sociedad por igual. Todo ello sin ser cuestionado dentro de casa a pesar de los extremos cierres de la pandemia y las turbulencias económicas. Y su sobriedad nunca deja nada de espacio la improvisación: lleva más de una década sin dar una entrevista, no participa en ruedas de prensa ni tiene gabinete de comunicación.
Xi ha liderado personalmente una campaña contra la corrupción que se ha llevado por delante a millones de funcionarios de todos los niveles (y también a rivales políticos); ha reforzado el control sobre el ejército y consolidado el papel de los medios como herramientas que sirven a los intereses del Partido, limitando cada vez más la libertad de prensa. En la práctica no hay ningún otro líder en el mundo, ni siquiera el estadounidense Donald Trump, que concentre tanto poder en sus manos. Este año, los medios estatales han puesto en especial valor la estabilidad en el liderazgo de Xi en medio de una política de encanto global que ha lanzado Pekín en su pulso con Estados Unidos.
Las encuestas que publican de vez en cuando los medios estatales aseguran que más del 80% de los chinos apoyan a su Gobierno. Es cierto que, si la popularidad de Xi y el PCCh se hubiera desplomado, los censurados medios locales no lo contarían. Pero también lo es que, a pie de calle, se siente ese incuestionable respaldo hacia el poder.
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