Cuando los ancianos del envejecido Japón matan a sus padres centenarios por la «fatiga del cuidador»

La falta de ayudas estatales en el país más envejecido del mundo y la edad avanzada de muchos hijos que cuidan a sus progenitores centenarios convierten muchas veces su tarea en insoportable Leer La falta de ayudas estatales en el país más envejecido del mundo y la edad avanzada de muchos hijos que cuidan a sus progenitores centenarios convierten muchas veces su tarea en insoportable Leer  

«Maté a mi madre», reconoció Masato Watabe tras ser detenido. Según sus propias palabras, había tapado la boca de su madre hasta que dejó de respirar. Luego, fue él mismo quien llamó a la policía para confesar el crimen. «Ella estaba sufriendo mucho y yo tampoco estoy bien. Me encuentro demasiado cansado. Soy muy mayor para seguir cuidándola. La asfixié en un acto de caridad porque estaba preocupado por todo lo que ella podía sufrir si a mí me pasaba algo», relató a los agentes.

Watabe, de 79 años, estaba viviendo con su madre, una anciana de 100 años, en Machida, un suburbio al oeste de Tokio. El crimen ocurrió el pasado 25 de noviembre. No fue hasta varios días después cuando la historia comenzó a circular en los medios locales, reavivando un viejo debate en la opinión pública japonesa sobre la presión -emocional, física y económica- que soportan muchas personas mayores cuando cuidan a sus progenitores ancianos y enfermos.

Japón es, desde hace tiempo, el país más envejecido del mundo. La combinación del declive dramático de la natalidad con un aumento sostenido de la esperanza de vida ha alterado profundamente su estructura social. Se estima que casi un 30% de la población tiene más de 65 años, y actualmente alrededor de uno de cada 10 ciudadanos supera los 80 años. Además, hay alrededor de 90.000 ancianos que están por encima de los 100 años.

Tras la difusión del caso de Watabe, en programas de televisión y redes sociales surgieron voces que pedían comprensión y, en algunos casos, clemencia. Muchos argumentaban que Watabe había llegado al límite después de años cuidando a una madre enferma, sin apenas ayudas estatales, aislado, exhausto. Para algunos, la acción parecía, aunque extrema e inadmisible, una manifestación desesperada de piedad. «No quería que siguiera sufriendo», se justificaban algunos defensores.

Al mismo tiempo, hubo quienes recordaron que el homicidio no está justificado bajo ninguna circunstancia, y exigieron que la justicia actuara con firmeza para prevenir futuros casos. La posición común estaba en la necesidad de reforzar los servicios de asistencia a personas mayores, el alivio a los cuidadores y políticas públicas que respondan al envejecimiento acelerado de la población.

Porque el actual envejecimiento extremo supone una creciente demanda de cuidado doméstico, una responsabilidad que recae, en muchos casos, sobre hijos adultos o cónyuges muy mayores, sin suficiente apoyo público ni redes de ayuda. Aunque Japón presume de contar con uno de los sistemas de seguro de cuidados a largo plazo más avanzados del mundo, las listas de espera para centros de día o residencias son largas, y los costes no siempre son asumibles para las familias. En las zonas más rurales, donde se concentra más población envejecida, la escasez de estos servicios agrava la situación.

El caso de Watabe no es una excepción aislada. Apenas unos días antes, un tribunal de Tokio condenó a tres años de prisión a Yoko Komine, una mujer de 71 años, por matar a su madre de 102 años. Komine admitió que había estrangulado a su madre porque ya no podía seguir cuidándola debido a una lesión en la espalda. «El sistema nos abandonó y yo no podía seguir haciéndome cargo, por lo que mi madre estaba mejor muerta», declaró durante el juicio.

También a finales de noviembre, en la prefectura de Nagano, la policía arrestó a una mujer de 63 años bajo sospecha de haber asesinado a su madre de 88 años, con quien vivía. Aunque de este caso no trascendieron apenas detalles.

El concepto «fatiga del cuidador» en relación con estos crímenes lo popularizó el periódico Mainichi Shimbun, con amplia tirada en Japón, en una comentada investigación que publicó hace un par de años sobre el aumento de asesinatos y suicidios de las personas mayores de 60 años. Según su informe, en la década anterior a 2021, cada ocho días tuvo lugar algún suicidio de una persona mayor o un asesinato a manos de algún familiar.

«Lo más destacado en los últimos años fueron los casos de cuidadores mayores que se encontraban estancados económica, física o emocionalmente, o que se ahogaban en su angustia. Sin esperanzas para el futuro, estos cuidadores habían decidido matar a sus seres queridos», señala el periódico.

En Japón, los sociólogos han señalado que el fenómeno de hijos septuagenarios u octogenarios que matan a padres nonagenarios o centenarios no es un hecho muy aislado ni reciente: constituye una de las manifestaciones más crudas del envejecimiento en cascada que experimenta el país. Cada vez hay más familias en las que conviven hasta tres generaciones que superan simultáneamente la barrera de los 70 años, lo que crea estructuras domésticas muy frágiles, con cuidadores tan vulnerables como sus pacientes.

Detrás de esto hay también un fuerte componente cultural: en Japón, al igual que en otras sociedades asiáticas vecinas como Corea del Sur o China, asumir el cuidado de los padres suele considerarse un deber moral, el cual está profundamente arraigado. Y aunque el peso físico y emocional de este deber se vuelva insoportable, muchos hijos siente que pedir ayuda equivale a traicionar ese mandato social.

Los periodistas japoneses que llevan años escribiendo sobre estos casos señalan que en el trasfondo de los crímenes aparece un elemento que se repite con frecuencia: la soledad. Muchos ancianos que cuidan a otros ancianos viven en barrios envejecidos, donde la densidad de población es baja y los servicios comunitarios se han reducido. Ese aislamiento prolongado, señalan, puede convertirse en un caldo de cultivo para decisiones extremas cuando ya no se distinguen los límites entre el deber, el sacrificio y la desesperación.

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