La regla no escrita de la rotación geográfica determina que el próximo secretario general será alguien de América Latina o el Caribe Leer La regla no escrita de la rotación geográfica determina que el próximo secretario general será alguien de América Latina o el Caribe Leer
Con el multilateralismo en innegable crisis, Naciones Unidas encarará en 2026 la compleja misión de encontrar un (o una) líder que contribuya a moderar esa situación y a recuperar la importancia de la organización. La regla no escrita de la rotación geográfica determina que el puesto será para alguien de América Latina o el Caribe, y 80 años de liderazgos masculinos hacen crecer la presión para que por primera vez sea una mujer.
Los candidatos hoy son tres, aunque hay otros que prevén postularse: la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, la ex vicepresidenta costarricense Rebeca Grynspan y el actual director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el argentino Rafael Grossi.
El sitio web de la ONU, en sus ofertas de trabajo, pide un diplomático «excepcional», con «liderazgo probado» y «sólidas capacidades de gestión» para suceder al portugués António Guterres dentro de un año, en el comienzo de 2027. «El puesto es de máxima relevancia y exige los más altos estándares de eficiencia, competencia e integridad, así como un compromiso firme con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas», añade, antes de enfocarse en el elefante en la habitación: «Ninguna mujer ha ocupado este cargo hasta la fecha. Los Estados Miembros están especialmente alentados a nominar candidatas mujeres».
Así y todo, ser mujer no es garantía de éxito en esta carrera. Con los pergaminos de haber sido dos veces presidenta de su país, además de Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos entre 2018 y 2022 y directora ejecutiva de ONU Mujeres entre 2010 y 2013, Bachelet debería ser la candidata más fuerte, pero no lo es.
La líder socialista, de 74 años, está entrampada entre la política interna de su país y el escenario internacional. Gabriel Boric, el presidente de izquierdas saliente, respalda su candidatura, pero José Antonio Kast, el derechista que asumirá el poder el 11 de marzo, no ha sido claro aún sobre el asunto.
«Hoy soy presidente electo. No correspondería que emita un pronunciamiento o un juicio… lo que corresponde es que respetemos la institucionalidad: hoy hay un presidente en ejercicio que es Gabriel Boric», dijo Kast tras reunirse con Bachelet en un encuentro definido como «muy cordial», pese a las amplias distancias políticas que los separan.
Kast dio a entender, sin embargo, que entregará su apoyo a Bachelet: «Estamos convencidos, como equipo, que Chile está primero».
Pero el problema de Bachelet, que asumiría la secretaría general con 75 años, no está solamente en la política local sino especialmente en la internacional. Su candidatura no es precisamente la que prefiere el Gobierno estadounidense de Donald Trump, lanzado a la cruzada mundial anti-woke, y aunque la ONU ha sido tradicionalmente un organismo relativamente independiente a las presiones y deseos de Washington a la hora de elegir su líder, su presupuesto depende en parte importante de Washington. Las preferencias de la Casa Blanca son importantes y se harán sentir en el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos es uno de los cinco miembros permanentes.
Y es el Consejo de Seguridad, compuesto por 15 miembros, el que recomendará formalmente a un candidato a la Asamblea General, integrada por 193 miembros, para su elección como décimo secretario general de la ONU en 2026. El sistema contempla que el Consejo de Seguridad celebre votaciones secretas, denominadas sondeos de opinión, hasta que se alcanza un consenso sobre un candidato. Las opciones que se ofrecen a los miembros del Consejo para cada candidato en el sondeo de opinión son: apoyar, rechazar o no opinar. Así, es necesario que los cinco miembros permanentes del Consejo con derecho a veto -Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, China y Francia- se pongan de acuerdo sobre un candidato.
¿Podría esto beneficiar a Grossi? De los tres candidatos, el argentino de 64 años es el que más involucrado está hoy en la política mundial, nada menos que al frente del organismo que cuida de la seguridad nuclear en todo el planeta. Moscú lo conoce bien, en los inicios de la guerra de Ucrania, Grossi negoció en las capitales rusa y ucraniana y fue en persona a la central nuclear de Zaporiya, un codiciado y peligroso objetivo en la guerra. El argentino visitó 13 veces Ucrania, bajo fuego y con casco, y siempre supo mantener el diálogo con ambos gobiernos. Tendrá que reconstruir, en cambio, su relación con Teherán, que lo responsabiliza de la guerra de los 12 días en la que Estados Unidos e Israel destruyeron las instalaciones nucleares de Irán.
Grossi es esencialmente un socialdemócrata moderado, pero como hábil diplomático que es, ha sabido desarrollar unas muy buenas relaciones con el Gobierno del libertario Javier Milei, entregado incondicionalmente a Trump e Israel. Así, el background de Grossi -bien visto por Estados Unidos, Rusia e Israel- podría quizá complicar el plan para ver por primera vez a una mujer al frente de la ONU, aunque la diplomacia hiperideologizada y de amigo-enemigo que viene desarrollando la Casa Rosada podría jugar en contra a Grossi.
Entretanto, el argentino está lanzado y no es tímido en su campaña. En recientes entrevistas sostuvo que la ONU «olvidó la premisa inicial sobre la cual fue creada, velar por la paz y la seguridad internacionales».
Grynspan, de 70 años, es desde 2021 la secretaria general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), y, al igual que Grossi, cuidadosamente crítica del trabajo del que es en última instancia su jefe, Guterres. La ONU, dice Grynspan, debe ser más «flexible y rápida». Lo vivió ella misma al sentar a Rusia y Ucrania a la misma mesa para negociar, en el inicio de la guerra, el acuerdo del grano que permitió que el comercio por el Mar Negro no se detuviera.
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