Así restauran los CSI de Patrimonio Nacional: un cóctel de artesanía y tecnología

Lucio Maire abre un librillo de oro, de apenas unos centímetros, entre cuyas hojas se intercalan 25 panes de oro de 22 quilates. Como el material es tan fino y delicado, no puede cogerlo con las manos, así que lo sopla y el pan de oro vuela hasta depositarse en una almohadilla llamada plomazón. El restaurador lo corta ahí. Luego, se pasa por el carrillo una brocha (una polonesa) “para que esta coja un poquito de grasa y de electricidad estática”, dice. Al acercar la polonesa al pan de oro, este se adhiere y así puede aplicarlo sobre el marco de un cuadro que está dorando y sobre el que ha aplicado previamente una solución compuesta por agua, cola de conejo y un poco de aguardiente. “Una vez tuvimos que explicar por qué pedíamos aguardiente para trabajar”, bromea. El pan de oro se pega al marco y cuando este se seque, Maire le pasará una piedra de bruñir para sacarle brillo. Él es uno de los más de 40 profesionales que trabajan en el Palacio Real de Madrid en los 13 talleres de restauración de Patrimonio Nacional (PN).

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La restauradora Ana Loureiro trabaja en una talla de una Santa Isabel en el Taller de escultura de Patrimonio Nacional en el Palacio Real de Madrid, el 29 de mayo. El Palacio Real alberga 13 talleres en los que medio centenar de profesionales investiga y preserva las piezas del arte y la cultura que acopió durante siglos la monarquía española  

Lucio Maire abre un librillo de oro, de apenas unos centímetros, entre cuyas hojas se intercalan 25 panes de oro de 22 quilates. Como el material es tan fino y delicado, no puede cogerlo con las manos, así que lo sopla y el pan de oro vuela hasta depositarse en una almohadilla llamada plomazón. El restaurador lo corta ahí. Luego, se pasa por el carrillo una brocha (una polonesa) “para que esta coja un poquito de grasa y de electricidad estática”, dice. Al acercar la polonesa al pan de oro, este se adhiere y así puede aplicarlo sobre el marco de un cuadro que está dorando y sobre el que ha aplicado previamente una solución compuesta por agua, cola de conejo y un poco de aguardiente. “Una vez tuvimos que explicar por qué pedíamos aguardiente para trabajar”, bromea. El pan de oro se pega al marco y cuando este se seque, Maire le pasará una piedra de bruñir para sacarle brillo. Él es uno de los más de 40 profesionales que trabajan en el Palacio Real de Madrid en los 13 talleres de restauración de Patrimonio Nacional (PN).

Son los CSI del conjunto de obras y piezas del arte y la cultura que durante siglos acopió la monarquía española y que hoy forman parte de las colecciones reales. Los restauradores desarrollan su tarea en la cuarta planta, donde antiguamente vivían los trabajadores del Palacio Real, en talleres de diferentes disciplinas: pintura, escultura, ebanistería, tapicería, relojería, dorado, metales, encuadernación, guarnicionería, porcelana… Así que los trabajos pueden abarcar desde reintegrar una pintura, limpiar un tapiz flamenco, conservar documentos antiguos o poner a punto un reloj del siglo XIX. La misión es “preservar, restaurar e investigar”, según Patrimonio, y para ello se combina la artesanía tradicional con las últimas tecnologías. En 2024 se restauraron 488 piezas por un equipo que, en su mayoría, lleva décadas en los talleres de Patrimonio.

“Restauramos el dorado de las carrozas que se usan cuando presentan las cartas credenciales los embajadores al Rey”, cuenta Maire en el Taller de dorado y estucos. Sus cinco integrantes se ocupan de toda pieza que tenga dorado: sillas, sofás, marcos o consolas, como la que le tocó poner en orden para la reina Isabel II de Inglaterra cuando se hospedó en el Palacio del Pardo. “Había que hacerlo rápido, pero al final quedó bien”.

Maire explica su trabajo delante de una espectacular pieza, cuatro hipocampos de oro fino del siglo XIX. Tienen cabeza de caballo y cuerpo de monstruo marino. Su función era servir de peana de un envolvedor en caoba (donde se cambiaban los pañales a los bebés de la realeza). El restaurador enseña también un marco de grandes dimensiones en caoba, desmontado porque estaba “revirado”, retorcido. A la madera le afectan la temperatura, la humedad… Maire muestra unos cortes en la parte trasera del marco “que han hecho en el taller de ebanistería y con los que han conseguido devolverlo a su estado original”. El marco es para un cuadro que irá a la Galería de las Colecciones Reales, en Madrid.

Hipocampos dorados que servían de peana para un envolvedor (donde se cambiaban los pañales a los bebés de la realeza) en el Taller de dorado y estucos de Patrimonio Nacional en el Palacio Real de Madrid.

Un principio fundamental en las labores de restauración de PN es evitar actuaciones agresivas. “Nunca usamos el mismo material que el de la pieza original. Si este es oro, no ponemos oro, sino un polvillo que imita al oro, por ejemplo”, explica la restauradora Ana Loureiro en el Taller de escultura. Otra clave es la “reversibilidad”. “Que se pueda discernir lo que es la restauración de lo que es el original. Se hace así por si en el futuro, por la razón que sea, se decide que no se hizo lo correcto. Así se podría eliminar fácilmente”. De cada intervención se hace un informe pormenorizado.

Loureiro afrontó durante tres años la restauración de una de las obras estrella de la Galería de las Colecciones Reales, El arcángel San Miguel venciendo al demonio, de Luisa Roldán (1692), en madera tallada y policromada, en la que el arcángel pisa y encadena a un demonio desnudo que se retuerce. “Cuando vino, los cuernos del demonio eran muy grandes, debido a una restauración anterior. Por fotos antiguas vi que eran más pequeños”. También subraya que “la limpieza de una pieza tan grande es muy dura” (en este caso, de 2,64 metros de altura). “No te puedes imaginar la cantidad de superficie que tiene una escultura, pliegues y recovecos, que para limpiarlos tienes que retorcer mucho la mano”. Loureiro, que lleva 30 años en la casa, acabó diciendo de esta pieza como Miguel Ángel cuando el Papa le preguntaba insistentemente cuándo iba a acabar la Capilla Sixtina: “¡Cuando la acabe!”.

La restauradora Ana Loureiro trabaja en una talla de una Santa Isabel en el Taller de escultura de Patrimonio Nacional en el Palacio Real de Madrid, el 29 de mayo.

“Lo que más tratamos es madera policromada, aunque también nos llegan piezas de piedra, alabastro, metal, marfil… Incluso una vez tuvimos una escultura de coral que hay en El Escorial”, agrega Loureiro. Con las de madera lo primero es mirar si está atacada por xilófagos. “Esta tenía termita y carcoma, con unos agujeros tremendos que hubo que rellenar con resina”, dice mostrando una talla de santa Isabel procedente del palacio de La Granja (Segovia).

Las grietas estructurales de esta santa se rellenaron con piezas de una madera menos densa que el original, que luego se cortan al ras para que no se note. Es lo que se llama un “enchuletado”. Además, hubo que asentar el color en las grietas, que se planchó con una espátula caliente.

En el taller de Radiología, Santiago Herrero enciende la pantalla de un aparato de rayos X industrial para estudiar la radiografía que le ha hecho al óleo Las Marías en el sepulcro (1841), de Federico de Madrazo, que se expone en el Alcázar de Sevilla. “Hacemos radiografías, entre otras pruebas, a los cuadros para ver si tienen daños o arrepentimientos [los cambios realizados por el artista en la composición de una obra]. A veces, se ve que hay un cuadro pintado sobre otro. Hay que tener en cuenta que, salvo los pintores de corte, los artistas no tenían mucho material, así que lo reutilizaban”.

A Las Marías les acompaña un retrato de María Josefa de Borbón, hija de Carlos III, que podrá verse próximamente en una exposición del Museo del Prado. Herrero recuerda que este cuadro “fue vandalizado” en 1960 por alguien que arremetió contra los mengs que había en El Escorial con un objeto punzante. Como si se tratase de un humano, la radiografía muestra las huellas de los cortes en la tela.

La restauradora Margarita Tapia junto a una fotoescultura en el Taller de restauración de porcelana y vidrio de Patrimonio Nacional, en el Palacio Real de Madrid, el 29 de mayo.

A unos metros, Margarita Tapia despliega en el Taller de porcelana y vidrio un abanico en cuya tela se ve impresa una fotografía coloreada de dos niñas y un niño, los hijos de Alfonso XII y su esposa, Victoria Eugenia. Los tres, rubitos, vestidos de blanco y sentados sobre la arena a la orilla del mar. “Tiene sucio el varillaje, que es de hueso”, dice Tapia mientras humedece un hisopo y limpia con cuidado el polvo de cada varilla.

Limpieza de un abanico con una fotografía impresa coloreada con los hijos de Alfonso XII y su esposa, Victoria Eugenia, en el Taller de porcelana y vidrio de Patrimonio Nacional, en el Palacio Real de Madrid, el 29 de mayo.

Este taller parece un gabinete de curiosidades: hay un patín de madera, un enorme jarrón, un juego con sus fichas y varias fotoesculturas. Así se llaman las delicadas y costosas piezas en porcelana, de la época de Isabel II, que tenían mucho detalle porque se realizaban a partir de un molde con el que el artista se había ayudado de 24 fotografías, tomadas a la vez al retratado en 360 grados.

Su compañera Lourdes Cabanas también está en tareas de limpieza, pero de una pieza única, “un estuche de lectura y escritura, hecho en varios materiales, plata, madera, marfil…”. Lo mandó hacer el marqués de Corvera, ministro de Fomento, en 1861, para que aprendiera a leer, a escribir y los números el príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII.

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