Curiosidad y nostalgia sobrevolaban los pasos de este redactor cuando se encaminaba hacia el estadio Johan Cruyff para vivir el Barcelona-Valencia . Curiosidad por ver cómo gestionaba el club azulgrana un partido de Primera división entre dos equipos históricos y de numerosa afición en un campo tan pequeño. Y nostalgia por la reminiscencia al ser golpeado por estímulos visuales y auditivos que evocaban crónicas y recuerdos de ligas menores durante la habitual beca en los inicios periodísticos de que suscribe estas líneas.Los aledaños del coqueto estadio azulgrana no sufría las habituales aglomeraciones en las que se veía envuelto el Camp Nou . Previsor como pocos, el aficionado catalán suele madrugar cuando se enfrenta a lo desconocido. Muchos seguidores aprovecharon los medios facilitados por el club para llegar a las inmediaciones del campo, ubicado en Sant Joan Despí, localidad colindante con Barcelona y a ocho kilómetros del Spotify: lanzaderas con una frecuencia de cinco minutos desde las siete de la tarde. Otros optaron por el transporte público o por desplazarse en coche, llegando varias horas antes del inicio del choque y estacionando en aparcamientos de pago.Los 290 aficionados del Valencia con billete se congregaron cerca de la entrada de los autocares de los equipos. Increpados por la masiva afición culé no cayeron en la provocación. La policía iba cribando a los seguidores en ambas aceras de la calle en función del escudo de su camiseta. Mucho ruido y pocas nueces. La ausencia de bares en la zona seguramente ayudaba a mantener el control y dominar las emociones, aunque algunos ya llegaban con el alcohol en proceso de digestión.El ocaso, a las 20.20 horas, recordaba que se acerca el final del verano. Anochecía, cada vez más pronto, y las calles adyacentes eran un hormiguero. Batiburrillo de colores y camisetas de diferentes épocas que lucían los que tenían una de las 6.000 entradas que completan el aforo culé y los que aspiraban a encontrar la forma de entrar sin ella. Los que podían ver el partido sin coste económico eran los vecinos de los bloques colindantes, con sus balcones mucho más altos que el techado del Johan Cruyff. El ambiente de sus fachadas tenía retazos de fiesta mayor de pueblo o de procesión de Semana Santa, esperando el paso con sus cofrades cantando una saeta.Calentaban los jugadores, recordando también su época de juveniles o esos partidos de pretemporada que se juegan en verano, en el extranjero y ante un esparring de escaso pelaje. La imagen se asemejaba a una eliminatoria de Copa ante un Segunda RFEF , pero en esta ocasión el local era el Barcelona. La falta de espacio también pasó factura a la prensa, sin espacio para todos los que solicitaron acreditarse. El Barcelona trató de solventar el problema dando cabida a todos y montó mesas supletorias, algo más estrechas que una de camping, para la prensa escrita detrás de la última fila. La voluntad e intención del club fueron muy buenas, la visibilidad nula y las carencias para trabajar, notables a pesar del esfuerzo de los empleados culés.Noticia Relacionada el segundo palo opinion Si Oda al ego de Yamal Juanma Rodríguez «Sus salidas de tono gozan de una curiosa y escamante sobreprotección por parte del periodismo patrio»Este servidor, parapetado tras la gorra de César (un amable aficionado del Barcelona que se desplazó desde Sabadell) trataba de intuir qué sucedía en el terreno de juego. Con la salida de los jugadores y los seguidores puestos en pie me encontré con un muro de camisetas del Barça que no dejaban ni un resquicio de visibilidad. El bueno de César se giraba de vez en cuando y me ilustraba. «Flick y Corberán se están abrazando», me comentaba el simpático seguidor, al que notaba en su mirada una cierta lástima hacia mi situación.El campo, abarrotado, disfrutaba de un ambiente más familiar que de costumbre. En la calle aún había grupos de aficionados, tal vez esperando aprovechar algún disparo alto para atrapar la pelota y salir corriendo. Pitó Cuadra Fernández y decidí seguir el partido de pie , aunque fuera incompatible con la tarea de juntar letras en el ordenador. César se giró e hizo un amago de abrazarme con el gol de Fermín. La mesa de camping se interpuso entre ambos y lo impidió, pero, cómplice, me guiñó un ojo . Con el pitido final, la escasa asistencia (5.861 espectadores) facilitó el desalojo del estadio y el regreso a casa. Curiosidad y nostalgia sobrevolaban los pasos de este redactor cuando se encaminaba hacia el estadio Johan Cruyff para vivir el Barcelona-Valencia . Curiosidad por ver cómo gestionaba el club azulgrana un partido de Primera división entre dos equipos históricos y de numerosa afición en un campo tan pequeño. Y nostalgia por la reminiscencia al ser golpeado por estímulos visuales y auditivos que evocaban crónicas y recuerdos de ligas menores durante la habitual beca en los inicios periodísticos de que suscribe estas líneas.Los aledaños del coqueto estadio azulgrana no sufría las habituales aglomeraciones en las que se veía envuelto el Camp Nou . Previsor como pocos, el aficionado catalán suele madrugar cuando se enfrenta a lo desconocido. Muchos seguidores aprovecharon los medios facilitados por el club para llegar a las inmediaciones del campo, ubicado en Sant Joan Despí, localidad colindante con Barcelona y a ocho kilómetros del Spotify: lanzaderas con una frecuencia de cinco minutos desde las siete de la tarde. Otros optaron por el transporte público o por desplazarse en coche, llegando varias horas antes del inicio del choque y estacionando en aparcamientos de pago.Los 290 aficionados del Valencia con billete se congregaron cerca de la entrada de los autocares de los equipos. Increpados por la masiva afición culé no cayeron en la provocación. La policía iba cribando a los seguidores en ambas aceras de la calle en función del escudo de su camiseta. Mucho ruido y pocas nueces. La ausencia de bares en la zona seguramente ayudaba a mantener el control y dominar las emociones, aunque algunos ya llegaban con el alcohol en proceso de digestión.El ocaso, a las 20.20 horas, recordaba que se acerca el final del verano. Anochecía, cada vez más pronto, y las calles adyacentes eran un hormiguero. Batiburrillo de colores y camisetas de diferentes épocas que lucían los que tenían una de las 6.000 entradas que completan el aforo culé y los que aspiraban a encontrar la forma de entrar sin ella. Los que podían ver el partido sin coste económico eran los vecinos de los bloques colindantes, con sus balcones mucho más altos que el techado del Johan Cruyff. El ambiente de sus fachadas tenía retazos de fiesta mayor de pueblo o de procesión de Semana Santa, esperando el paso con sus cofrades cantando una saeta.Calentaban los jugadores, recordando también su época de juveniles o esos partidos de pretemporada que se juegan en verano, en el extranjero y ante un esparring de escaso pelaje. La imagen se asemejaba a una eliminatoria de Copa ante un Segunda RFEF , pero en esta ocasión el local era el Barcelona. La falta de espacio también pasó factura a la prensa, sin espacio para todos los que solicitaron acreditarse. El Barcelona trató de solventar el problema dando cabida a todos y montó mesas supletorias, algo más estrechas que una de camping, para la prensa escrita detrás de la última fila. La voluntad e intención del club fueron muy buenas, la visibilidad nula y las carencias para trabajar, notables a pesar del esfuerzo de los empleados culés.Noticia Relacionada el segundo palo opinion Si Oda al ego de Yamal Juanma Rodríguez «Sus salidas de tono gozan de una curiosa y escamante sobreprotección por parte del periodismo patrio»Este servidor, parapetado tras la gorra de César (un amable aficionado del Barcelona que se desplazó desde Sabadell) trataba de intuir qué sucedía en el terreno de juego. Con la salida de los jugadores y los seguidores puestos en pie me encontré con un muro de camisetas del Barça que no dejaban ni un resquicio de visibilidad. El bueno de César se giraba de vez en cuando y me ilustraba. «Flick y Corberán se están abrazando», me comentaba el simpático seguidor, al que notaba en su mirada una cierta lástima hacia mi situación.El campo, abarrotado, disfrutaba de un ambiente más familiar que de costumbre. En la calle aún había grupos de aficionados, tal vez esperando aprovechar algún disparo alto para atrapar la pelota y salir corriendo. Pitó Cuadra Fernández y decidí seguir el partido de pie , aunque fuera incompatible con la tarea de juntar letras en el ordenador. César se giró e hizo un amago de abrazarme con el gol de Fermín. La mesa de camping se interpuso entre ambos y lo impidió, pero, cómplice, me guiñó un ojo . Con el pitido final, la escasa asistencia (5.861 espectadores) facilitó el desalojo del estadio y el regreso a casa.
Fútbol
Con aforo para 6.000 aficionados y muchos vecinos viendo el choque desde los balcones de sus casas, no parecía un partido de la Liga entre dos históricos como Barça y Valencia
Curiosidad y nostalgia sobrevolaban los pasos de este redactor cuando se encaminaba hacia el estadio Johan Cruyff para vivir el Barcelona-Valencia. Curiosidad por ver cómo gestionaba el club azulgrana un partido de Primera división entre dos equipos históricos y de numerosa afición en … un campo tan pequeño. Y nostalgia por la reminiscencia al ser golpeado por estímulos visuales y auditivos que evocaban crónicas y recuerdos de ligas menores durante la habitual beca en los inicios periodísticos de que suscribe estas líneas.
Los aledaños del coqueto estadio azulgrana no sufría las habituales aglomeraciones en las que se veía envuelto el Camp Nou. Previsor como pocos, el aficionado catalán suele madrugar cuando se enfrenta a lo desconocido. Muchos seguidores aprovecharon los medios facilitados por el club para llegar a las inmediaciones del campo, ubicado en Sant Joan Despí, localidad colindante con Barcelona y a ocho kilómetros del Spotify: lanzaderas con una frecuencia de cinco minutos desde las siete de la tarde. Otros optaron por el transporte público o por desplazarse en coche, llegando varias horas antes del inicio del choque y estacionando en aparcamientos de pago.
Los 290 aficionados del Valencia con billete se congregaron cerca de la entrada de los autocares de los equipos. Increpados por la masiva afición culé no cayeron en la provocación. La policía iba cribando a los seguidores en ambas aceras de la calle en función del escudo de su camiseta. Mucho ruido y pocas nueces. La ausencia de bares en la zona seguramente ayudaba a mantener el control y dominar las emociones, aunque algunos ya llegaban con el alcohol en proceso de digestión.
El ocaso, a las 20.20 horas, recordaba que se acerca el final del verano. Anochecía, cada vez más pronto, y las calles adyacentes eran un hormiguero. Batiburrillo de colores y camisetas de diferentes épocas que lucían los que tenían una de las 6.000 entradas que completan el aforo culé y los que aspiraban a encontrar la forma de entrar sin ella. Los que podían ver el partido sin coste económico eran los vecinos de los bloques colindantes, con sus balcones mucho más altos que el techado del Johan Cruyff. El ambiente de sus fachadas tenía retazos de fiesta mayor de pueblo o de procesión de Semana Santa, esperando el paso con sus cofrades cantando una saeta.
Calentaban los jugadores, recordando también su época de juveniles o esos partidos de pretemporada que se juegan en verano, en el extranjero y ante un esparring de escaso pelaje. La imagen se asemejaba a una eliminatoria de Copa ante un Segunda RFEF, pero en esta ocasión el local era el Barcelona. La falta de espacio también pasó factura a la prensa, sin espacio para todos los que solicitaron acreditarse. El Barcelona trató de solventar el problema dando cabida a todos y montó mesas supletorias, algo más estrechas que una de camping, para la prensa escrita detrás de la última fila. La voluntad e intención del club fueron muy buenas, la visibilidad nula y las carencias para trabajar, notables a pesar del esfuerzo de los empleados culés.
Este servidor, parapetado tras la gorra de César (un amable aficionado del Barcelona que se desplazó desde Sabadell) trataba de intuir qué sucedía en el terreno de juego. Con la salida de los jugadores y los seguidores puestos en pie me encontré con un muro de camisetas del Barça que no dejaban ni un resquicio de visibilidad. El bueno de César se giraba de vez en cuando y me ilustraba. «Flick y Corberán se están abrazando», me comentaba el simpático seguidor, al que notaba en su mirada una cierta lástima hacia mi situación.
El campo, abarrotado, disfrutaba de un ambiente más familiar que de costumbre. En la calle aún había grupos de aficionados, tal vez esperando aprovechar algún disparo alto para atrapar la pelota y salir corriendo. Pitó Cuadra Fernández y decidí seguir el partido de pie, aunque fuera incompatible con la tarea de juntar letras en el ordenador. César se giró e hizo un amago de abrazarme con el gol de Fermín. La mesa de camping se interpuso entre ambos y lo impidió, pero, cómplice, me guiñó un ojo. Con el pitido final, la escasa asistencia (5.861 espectadores) facilitó el desalojo del estadio y el regreso a casa.
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