Cambio de rumbo

Crónica de una muerte anunciada. Lo que todo el sevillismo barruntaba y también, aunque sin decirlo, el beticismo: al Sevilla ya no le vale ni la anomalía propia de los choques contra el Betis, que suelen escapar a toda lógica, para conseguir ganar o empatar el derbi. Porque la lógica ha acabado imponiéndose, y esta lógica es aplastante: este Betis es muy superior en capacidad, talento y juego, a este Sevilla. Pero falta, además, el ingrediente esencial, ese que nos ha permitido en los últimos años salir airosos en el Villamarín: el coraje. Y la sensación de anoche es que a este Sevilla le faltan muchas cosas, pero también ha perdido el coraje.Para competir, un equipo necesita dignidad. Pero cuando los de arriba pierden los papeles, resulta difícil que los que juegan no acaben traspapelados. La Junta de Accionistas de hace unos días volvió a anegar al sevillismo de vergüenza ajena. Falta categoría, altura, nivel. Y nos acercamos peligrosamente a la caricatura. Porque el sainete paternofilial ha adquirido una dimensión absolutamente mortadelesca que, me temo, está contaminándolo todo de indolencia y apatía.«No puedes con ese toro, José María», le gritó el padre al hijo. Anoche el toro era el Betis, un toro de ojos verdes, como los que intentó criar el poeta Fernando Villalón. Al otro lado de la SE-30, cerca del Villamarín, en la dehesa de Tablada, Belmonte iba por las noches a torear desnudo a la luz de la luna. Pero Belmonte era un matador. Este Sevilla endeble torea con espadas de juguete, y solo pudo manejar el capote medio tiempo. En el segundo, pareció como si no hubiera saltado al ruedo. Un torero cobarde, amedrentado, sin ideas.Tras el descanso, el Sevilla no pareció haberse enterado de que iba perdiendo. Salió desnortado, incapaz de hacer sangre, alelado. En esta ocasión, García Pimienta sí realizó numerosos cambios, y desde más temprano que otras veces, pero la realidad es que ninguno de ellos mejoró al equipo. Estuve muy pendiente, pero juro que no conseguí comprobar que Akor Adams estaba jugando, y eso que no es precisamente bajito. Saúl tampoco aportó nada, ni Ejuke, ni Peque, ni Lokonga… En la banda, el entrenador catalán recordaba a Steve McCroskey, el supervisor de la torre de Aterriza como puedas: desesperado, eligiendo un mal día para dejar de fumar, e incapaz de tomar una sola decisión efectiva.Pero lo más doloroso fue tener la sensación, al final del partido, de que a muchos de los jugadores sevillistas les traía al pairo la derrota. Se percibe falta de entusiasmo, como esos estudiantes que dan por perdido el curso y ya no se esfuerzan porque saben que van a repetir. Gudelj no es precisamente uno de ellos: en su entrevista a pie de campo postpartido, definió muy claramente su sentimiento: estaba tragando veneno. Sin embargo, resulta difícil compartir su diagnóstico sobre el juego del equipo: según él, el Sevilla lo había dado todo.¿Alguien puede creerlo? Este equipo tiene lo que tiene; la comparación con el Betis en algunas posiciones resulta bastante cruel. Pero la medianía puede repararse con el esfuerzo. La neurociencia ha acuñado el concepto de «fuerza histérica» para referirse a las manifestaciones de fuerza extrema de un ser humano, más allá de lo que se considera normal, cuando está en una situación crítica o se enfrenta a un gran estrés. El Sevilla atraviesa un momento societario y deportivo de tremendo estrés, pero eso no derivó ayer, ante el eterno rival, en una manifestación de fuerza histérica reparadora. Más bien, lo que se vio, especialmente en la segunda parte, fue un despliegue de falta de entusiasmo, depresión, pura astenia primaveral. Eso que se padeceremos todos en los próximos días, por el cambio de hora, y los sevillistas por el cambio de rumbo en los derbis. Crónica de una muerte anunciada. Lo que todo el sevillismo barruntaba y también, aunque sin decirlo, el beticismo: al Sevilla ya no le vale ni la anomalía propia de los choques contra el Betis, que suelen escapar a toda lógica, para conseguir ganar o empatar el derbi. Porque la lógica ha acabado imponiéndose, y esta lógica es aplastante: este Betis es muy superior en capacidad, talento y juego, a este Sevilla. Pero falta, además, el ingrediente esencial, ese que nos ha permitido en los últimos años salir airosos en el Villamarín: el coraje. Y la sensación de anoche es que a este Sevilla le faltan muchas cosas, pero también ha perdido el coraje.Para competir, un equipo necesita dignidad. Pero cuando los de arriba pierden los papeles, resulta difícil que los que juegan no acaben traspapelados. La Junta de Accionistas de hace unos días volvió a anegar al sevillismo de vergüenza ajena. Falta categoría, altura, nivel. Y nos acercamos peligrosamente a la caricatura. Porque el sainete paternofilial ha adquirido una dimensión absolutamente mortadelesca que, me temo, está contaminándolo todo de indolencia y apatía.«No puedes con ese toro, José María», le gritó el padre al hijo. Anoche el toro era el Betis, un toro de ojos verdes, como los que intentó criar el poeta Fernando Villalón. Al otro lado de la SE-30, cerca del Villamarín, en la dehesa de Tablada, Belmonte iba por las noches a torear desnudo a la luz de la luna. Pero Belmonte era un matador. Este Sevilla endeble torea con espadas de juguete, y solo pudo manejar el capote medio tiempo. En el segundo, pareció como si no hubiera saltado al ruedo. Un torero cobarde, amedrentado, sin ideas.Tras el descanso, el Sevilla no pareció haberse enterado de que iba perdiendo. Salió desnortado, incapaz de hacer sangre, alelado. En esta ocasión, García Pimienta sí realizó numerosos cambios, y desde más temprano que otras veces, pero la realidad es que ninguno de ellos mejoró al equipo. Estuve muy pendiente, pero juro que no conseguí comprobar que Akor Adams estaba jugando, y eso que no es precisamente bajito. Saúl tampoco aportó nada, ni Ejuke, ni Peque, ni Lokonga… En la banda, el entrenador catalán recordaba a Steve McCroskey, el supervisor de la torre de Aterriza como puedas: desesperado, eligiendo un mal día para dejar de fumar, e incapaz de tomar una sola decisión efectiva.Pero lo más doloroso fue tener la sensación, al final del partido, de que a muchos de los jugadores sevillistas les traía al pairo la derrota. Se percibe falta de entusiasmo, como esos estudiantes que dan por perdido el curso y ya no se esfuerzan porque saben que van a repetir. Gudelj no es precisamente uno de ellos: en su entrevista a pie de campo postpartido, definió muy claramente su sentimiento: estaba tragando veneno. Sin embargo, resulta difícil compartir su diagnóstico sobre el juego del equipo: según él, el Sevilla lo había dado todo.¿Alguien puede creerlo? Este equipo tiene lo que tiene; la comparación con el Betis en algunas posiciones resulta bastante cruel. Pero la medianía puede repararse con el esfuerzo. La neurociencia ha acuñado el concepto de «fuerza histérica» para referirse a las manifestaciones de fuerza extrema de un ser humano, más allá de lo que se considera normal, cuando está en una situación crítica o se enfrenta a un gran estrés. El Sevilla atraviesa un momento societario y deportivo de tremendo estrés, pero eso no derivó ayer, ante el eterno rival, en una manifestación de fuerza histérica reparadora. Más bien, lo que se vio, especialmente en la segunda parte, fue un despliegue de falta de entusiasmo, depresión, pura astenia primaveral. Eso que se padeceremos todos en los próximos días, por el cambio de hora, y los sevillistas por el cambio de rumbo en los derbis.  

Crónica de una muerte anunciada. Lo que todo el sevillismo barruntaba y también, aunque sin decirlo, el beticismo: al Sevilla ya no le vale ni la anomalía propia de los choques contra el Betis, que suelen escapar a toda lógica, para conseguir ganar o empatar el derbi. Porque la lógica ha acabado imponiéndose, y esta lógica es aplastante: este Betis es muy superior en capacidad, talento y juego, a este Sevilla. Pero falta, además, el ingrediente esencial, ese que nos ha permitido en los últimos años salir airosos en el Villamarín: el coraje. Y la sensación de anoche es que a este Sevilla le faltan muchas cosas, pero también ha perdido el coraje.

Para competir, un equipo necesita dignidad. Pero cuando los de arriba pierden los papeles, resulta difícil que los que juegan no acaben traspapelados. La Junta de Accionistas de hace unos días volvió a anegar al sevillismo de vergüenza ajena. Falta categoría, altura, nivel. Y nos acercamos peligrosamente a la caricatura. Porque el sainete paternofilial ha adquirido una dimensión absolutamente mortadelesca que, me temo, está contaminándolo todo de indolencia y apatía.

«No puedes con ese toro, José María», le gritó el padre al hijo. Anoche el toro era el Betis, un toro de ojos verdes, como los que intentó criar el poeta Fernando Villalón. Al otro lado de la SE-30, cerca del Villamarín, en la dehesa de Tablada, Belmonte iba por las noches a torear desnudo a la luz de la luna. Pero Belmonte era un matador. Este Sevilla endeble torea con espadas de juguete, y solo pudo manejar el capote medio tiempo. En el segundo, pareció como si no hubiera saltado al ruedo. Un torero cobarde, amedrentado, sin ideas.

Tras el descanso, el Sevilla no pareció haberse enterado de que iba perdiendo. Salió desnortado, incapaz de hacer sangre, alelado. En esta ocasión, García Pimienta sí realizó numerosos cambios, y desde más temprano que otras veces, pero la realidad es que ninguno de ellos mejoró al equipo. Estuve muy pendiente, pero juro que no conseguí comprobar que Akor Adams estaba jugando, y eso que no es precisamente bajito. Saúl tampoco aportó nada, ni Ejuke, ni Peque, ni Lokonga… En la banda, el entrenador catalán recordaba a Steve McCroskey, el supervisor de la torre de Aterriza como puedas: desesperado, eligiendo un mal día para dejar de fumar, e incapaz de tomar una sola decisión efectiva.

Pero lo más doloroso fue tener la sensación, al final del partido, de que a muchos de los jugadores sevillistas les traía al pairo la derrota. Se percibe falta de entusiasmo, como esos estudiantes que dan por perdido el curso y ya no se esfuerzan porque saben que van a repetir. Gudelj no es precisamente uno de ellos: en su entrevista a pie de campo postpartido, definió muy claramente su sentimiento: estaba tragando veneno. Sin embargo, resulta difícil compartir su diagnóstico sobre el juego del equipo: según él, el Sevilla lo había dado todo.

¿Alguien puede creerlo? Este equipo tiene lo que tiene; la comparación con el Betis en algunas posiciones resulta bastante cruel. Pero la medianía puede repararse con el esfuerzo. La neurociencia ha acuñado el concepto de «fuerza histérica» para referirse a las manifestaciones de fuerza extrema de un ser humano, más allá de lo que se considera normal, cuando está en una situación crítica o se enfrenta a un gran estrés. El Sevilla atraviesa un momento societario y deportivo de tremendo estrés, pero eso no derivó ayer, ante el eterno rival, en una manifestación de fuerza histérica reparadora. Más bien, lo que se vio, especialmente en la segunda parte, fue un despliegue de falta de entusiasmo, depresión, pura astenia primaveral. Eso que se padeceremos todos en los próximos días, por el cambio de hora, y los sevillistas por el cambio de rumbo en los derbis.

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