Camille Parmesan: «La principal razón de que las especies se extingan es la pérdida de hábitats, no del cambio climático»

Su talante calmado y sonriente relaja la habitación en la que se encuentra, en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao . Allí, Camille Parmesan, la primera mujer que documentó cómo el cambio climático está desplazando a las especies, habla con los periodistas sobre cómo ve ella la situación actual del planeta. Su cara cambia cuando se le pregunta acerca de qué podemos hacer para revertir la situación. «Hace 30 años, cuando publiqué mi primer estudio teníamos oportunidades». Ahora, dice, la cosa es mucho más peliaguda. Ella lo comprueba con su trabajo, cerca de Bilbao, al otro lado de los Pirineos, en la Estación de Ecología Teórica y Experimental SETE, del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), en Francia, en el que intenta aislar el efecto del cambio climático y disociarlo de otros factores que podían afectar a las diferentes especies, como la pérdida de hábitats, la contaminación o el uso de fertilizantes. Por él ha sido reconocida con el Premio Fronteras del Conocimiento de la fundación.—Usted siguió a la mariposa Parche de Edith durante cuatro años, desde México a Canadá. ¿Por qué eligió esa especie y no otra?—Llevaba trabajando con ella desde hacía cuatro o cinco años para mi tesis doctoral, estudiando su ecología básica y su comportamiento. Sabíamos que era muy sensible al clima porque científicos anteriores habían documentado que las poblaciones se extinguían con fenómenos climáticos extremos: sequías, olas de calor o mucha nieve. Esto ya se conocía cuando hacía mi doctorado, a principios de la década de los noventa. En ese momento, los científicos del clima apenas empezaban a hablar de que la Tierra se iba a calentar por culpa de todos los gases de efecto invernadero que estábamos emitiendo. Porque todavía no lo veían en las temperaturas, aunque lo esperaban. —¿Era una especie de rumor entre la comunidad científica?—No era un rumor exactamente. Desde la física básica sí lo esperaban, porque conocían las propiedades de los gases de efecto invernadero. Aquellos científicos dijeron: «Miren, estamos añadiendo esto a la atmósfera y causará un calentamiento. Pero simplemente no sabemos cuando». Así que hicieron una llamada para buscar indicadores del cambio climático que no fueran la temperatura. Y pensé: «Bueno, sabemos que esta mariposa es muy sensible al clima, quizá sea un buen termómetro para saber qué está pasando». Así que propuse un proyecto completamente diferente que implicaba viajar desde México hasta Canadá y desde California hasta Colorado observando todas estas poblaciones y preguntándome «si el hábitat sigue siendo bueno, ¿está extinta la población de mariposas Edith o está bien?». —¿Qué esperaba encontrar?—Esperaba una respuesta muy compleja al cambio climático, pero vi que luego era algo más sencillo. Observé que en México se estaban muriendo, pero que en Canadá, donde a priori hacía más frío, todas estaban en muy buen estado. Convencí a mi marido para que me acompañara para ampliar los datos al año siguiente. Y, juntándolos con registros históricos que existían, porque estas mariposas son muy valiosas para los coleccionistas, vimos que se estaba desplazando al norte. Pero nos tomó cuatro años y medio documentarlo de forma rigurosa. —Usted, como la mariposa Edith, ha tenido que cambiar de residencia: de EE.UU. se fue a Inglaterra y, hace cinco años, migró a Francia. ¿Era algo que tenía previsto o factores externos le han empujado a usted también a moverse?—Después de la publicación de mi artículo, en 1996, a las pocas semanas me invitaron a dar una charla en el Capitolio al personal de la Casa Blanca. No obstante, en mi departamento en la Universidad de Texas se consideraba que todo mi trabajo sobre el cambio climático era político. Yo defendí que no, que era un informe científico publicado en revistas científicas como ‘Nature’, ‘Science’ o ‘Ecology’, no en publicaciones políticas. Entre los problemas con mi departamento y que tenía una oferta de la Universidad de Plymouth, en Reino Unido, de donde es mi marido, decidimos cambiarnos de residencia. Además, su madre en ese momento tenía 92 años y quería pasar más tiempo a su lado. Fui muy feliz allí. Pero se produjo el Brexit. —Y acabó en los Pirineos franceses.—Como inmigrante, inmediatamente sentí un fuerte sentimiento en contra de nosotros, que sería la ruina del mundo académico en Gran Bretaña. Porque la mayor parte de las becas de investigación provienen de la UE, con estudiantes extranjeros. Sentimos que teníamos que irnos de allí, incluso aunque yo tenía un puesto fijo, pues estaban despidiendo a gente. Al principio pensamos en volver a EE.UU. o Canadá, pero entonces Trump fue reelegido presidente. El primer mandato fue un desastre en materia de cambio climático y este pinta aún peor, como podemos ver. En ese momento era 2017 y el presidente Emmanuelle Macron publicó un vídeo ofreciendo Francia como oportunidad a los científicos climáticos estadounidenses. Postulé y ¡bum!, obtuve el puesto. Estoy feliz allí, me quedaré hasta que me jubile, este es mi gran último paso profesional.Noticia Relacionada estandar Si Avelino Corma, químico: «Ni podemos usar solo estiércol como abono ni vestirnos todos de lana merina. Hace falta la química» Patricia Biosca Su nombre suena para el Nobel, aunque el investigador español dice sentirse «pagado» con su trayectoria—¿Y qué hace exactamente allí?—Por un lado tengo mi propio trabajo de campo sobre la mariposa Edith, pero también hago grandes análisis de enormes conjuntos de datos de todas las especies del mundo. En estos metaanálisis se engloban 200 o 300 estudios diferentes y se sacan conclusiones a escala global de miles de especies que van desde mamíferos y peces a árboles y hongos. Cualquier estudio en el que los autores observaron cómo el cambio climático puede estar actuando entra dentro de estos grandes análisis. —Pero cada autor tomará los parámetros diferentes en función de lo que busque. ¿Cómo los unifican?—A veces nosotros mismos hacemos trabajo de campo recopilando la información, algo que a mí me encanta. Otras veces extraemos los datos de otros estudios. Es una combinación de ambas. El mayor problema aquí, aparte del volumen de trabajo, es que muchos biólogos no descartan las señales de pérdida de hábitat, que es la principal razón por la que las especies están disminuyendo, no por el cambio climático directamente. Y ahí entra mi trabajo. —¿Usted padece ansiedad climática?—En general, soy una persona optimista. Soy una persona feliz y trato de no deprimirme por mi trabajo. Sin embargo, hace diez años realmente pensaba que teníamos posibilidades de controlar el cambio climático. Pero ahora mi esperanza fluctúa. Si hubiéramos tomado medidas contundentes hace 30 años, cuando se publicó mi artículo… Si en ese momento nos hubiéramos dado cuenta de lo grande que era esto, habríamos tenido muchísimas más opciones de descarbonizar, de construir más centrales nucleares de nueva generación; habríamos invertido más en energías renovables, mejorando la solar y la eólica… Si hubiéramos hecho eso, a estas alturas estaríamos bien.MÁS INFORMACIÓN noticia Si Un ‘tsunami lento’ amenaza el Sur global: más de cien millones de edificios, sentenciados por la subida del nivel del mar noticia Si El mayor cráter de la Luna no se formó como se creía—Por lo menos ahora se ha introducido este mensaje en la sociedad, a pesar de políticos como Trump que le restan valor.—He sido testigo de un aumento gradual en la aceptación de la idea de que los humanos estamos causando el cambio climático. Ahora los políticos hablan del tema y se intenta llegar a acuerdos. Pero las acciones no han coincidido con las palabras. Políticamente, la negación del cambio climático ha aumentado en lugar de disminuir, como hemos visto en los últimos tiempos. Así que nuestras opciones siguen disminuyendo. Mientras las emisiones de gases invernadero sigan aumentando, será más y más difícil ser optimista con el cambio climático. No sé cómo vamos a salir de esta, especialmente en la situación política actual. Su talante calmado y sonriente relaja la habitación en la que se encuentra, en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao . Allí, Camille Parmesan, la primera mujer que documentó cómo el cambio climático está desplazando a las especies, habla con los periodistas sobre cómo ve ella la situación actual del planeta. Su cara cambia cuando se le pregunta acerca de qué podemos hacer para revertir la situación. «Hace 30 años, cuando publiqué mi primer estudio teníamos oportunidades». Ahora, dice, la cosa es mucho más peliaguda. Ella lo comprueba con su trabajo, cerca de Bilbao, al otro lado de los Pirineos, en la Estación de Ecología Teórica y Experimental SETE, del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), en Francia, en el que intenta aislar el efecto del cambio climático y disociarlo de otros factores que podían afectar a las diferentes especies, como la pérdida de hábitats, la contaminación o el uso de fertilizantes. Por él ha sido reconocida con el Premio Fronteras del Conocimiento de la fundación.—Usted siguió a la mariposa Parche de Edith durante cuatro años, desde México a Canadá. ¿Por qué eligió esa especie y no otra?—Llevaba trabajando con ella desde hacía cuatro o cinco años para mi tesis doctoral, estudiando su ecología básica y su comportamiento. Sabíamos que era muy sensible al clima porque científicos anteriores habían documentado que las poblaciones se extinguían con fenómenos climáticos extremos: sequías, olas de calor o mucha nieve. Esto ya se conocía cuando hacía mi doctorado, a principios de la década de los noventa. En ese momento, los científicos del clima apenas empezaban a hablar de que la Tierra se iba a calentar por culpa de todos los gases de efecto invernadero que estábamos emitiendo. Porque todavía no lo veían en las temperaturas, aunque lo esperaban. —¿Era una especie de rumor entre la comunidad científica?—No era un rumor exactamente. Desde la física básica sí lo esperaban, porque conocían las propiedades de los gases de efecto invernadero. Aquellos científicos dijeron: «Miren, estamos añadiendo esto a la atmósfera y causará un calentamiento. Pero simplemente no sabemos cuando». Así que hicieron una llamada para buscar indicadores del cambio climático que no fueran la temperatura. Y pensé: «Bueno, sabemos que esta mariposa es muy sensible al clima, quizá sea un buen termómetro para saber qué está pasando». Así que propuse un proyecto completamente diferente que implicaba viajar desde México hasta Canadá y desde California hasta Colorado observando todas estas poblaciones y preguntándome «si el hábitat sigue siendo bueno, ¿está extinta la población de mariposas Edith o está bien?». —¿Qué esperaba encontrar?—Esperaba una respuesta muy compleja al cambio climático, pero vi que luego era algo más sencillo. Observé que en México se estaban muriendo, pero que en Canadá, donde a priori hacía más frío, todas estaban en muy buen estado. Convencí a mi marido para que me acompañara para ampliar los datos al año siguiente. Y, juntándolos con registros históricos que existían, porque estas mariposas son muy valiosas para los coleccionistas, vimos que se estaba desplazando al norte. Pero nos tomó cuatro años y medio documentarlo de forma rigurosa. —Usted, como la mariposa Edith, ha tenido que cambiar de residencia: de EE.UU. se fue a Inglaterra y, hace cinco años, migró a Francia. ¿Era algo que tenía previsto o factores externos le han empujado a usted también a moverse?—Después de la publicación de mi artículo, en 1996, a las pocas semanas me invitaron a dar una charla en el Capitolio al personal de la Casa Blanca. No obstante, en mi departamento en la Universidad de Texas se consideraba que todo mi trabajo sobre el cambio climático era político. Yo defendí que no, que era un informe científico publicado en revistas científicas como ‘Nature’, ‘Science’ o ‘Ecology’, no en publicaciones políticas. Entre los problemas con mi departamento y que tenía una oferta de la Universidad de Plymouth, en Reino Unido, de donde es mi marido, decidimos cambiarnos de residencia. Además, su madre en ese momento tenía 92 años y quería pasar más tiempo a su lado. Fui muy feliz allí. Pero se produjo el Brexit. —Y acabó en los Pirineos franceses.—Como inmigrante, inmediatamente sentí un fuerte sentimiento en contra de nosotros, que sería la ruina del mundo académico en Gran Bretaña. Porque la mayor parte de las becas de investigación provienen de la UE, con estudiantes extranjeros. Sentimos que teníamos que irnos de allí, incluso aunque yo tenía un puesto fijo, pues estaban despidiendo a gente. Al principio pensamos en volver a EE.UU. o Canadá, pero entonces Trump fue reelegido presidente. El primer mandato fue un desastre en materia de cambio climático y este pinta aún peor, como podemos ver. En ese momento era 2017 y el presidente Emmanuelle Macron publicó un vídeo ofreciendo Francia como oportunidad a los científicos climáticos estadounidenses. Postulé y ¡bum!, obtuve el puesto. Estoy feliz allí, me quedaré hasta que me jubile, este es mi gran último paso profesional.Noticia Relacionada estandar Si Avelino Corma, químico: «Ni podemos usar solo estiércol como abono ni vestirnos todos de lana merina. Hace falta la química» Patricia Biosca Su nombre suena para el Nobel, aunque el investigador español dice sentirse «pagado» con su trayectoria—¿Y qué hace exactamente allí?—Por un lado tengo mi propio trabajo de campo sobre la mariposa Edith, pero también hago grandes análisis de enormes conjuntos de datos de todas las especies del mundo. En estos metaanálisis se engloban 200 o 300 estudios diferentes y se sacan conclusiones a escala global de miles de especies que van desde mamíferos y peces a árboles y hongos. Cualquier estudio en el que los autores observaron cómo el cambio climático puede estar actuando entra dentro de estos grandes análisis. —Pero cada autor tomará los parámetros diferentes en función de lo que busque. ¿Cómo los unifican?—A veces nosotros mismos hacemos trabajo de campo recopilando la información, algo que a mí me encanta. Otras veces extraemos los datos de otros estudios. Es una combinación de ambas. El mayor problema aquí, aparte del volumen de trabajo, es que muchos biólogos no descartan las señales de pérdida de hábitat, que es la principal razón por la que las especies están disminuyendo, no por el cambio climático directamente. Y ahí entra mi trabajo. —¿Usted padece ansiedad climática?—En general, soy una persona optimista. Soy una persona feliz y trato de no deprimirme por mi trabajo. Sin embargo, hace diez años realmente pensaba que teníamos posibilidades de controlar el cambio climático. Pero ahora mi esperanza fluctúa. Si hubiéramos tomado medidas contundentes hace 30 años, cuando se publicó mi artículo… Si en ese momento nos hubiéramos dado cuenta de lo grande que era esto, habríamos tenido muchísimas más opciones de descarbonizar, de construir más centrales nucleares de nueva generación; habríamos invertido más en energías renovables, mejorando la solar y la eólica… Si hubiéramos hecho eso, a estas alturas estaríamos bien.MÁS INFORMACIÓN noticia Si Un ‘tsunami lento’ amenaza el Sur global: más de cien millones de edificios, sentenciados por la subida del nivel del mar noticia Si El mayor cráter de la Luna no se formó como se creía—Por lo menos ahora se ha introducido este mensaje en la sociedad, a pesar de políticos como Trump que le restan valor.—He sido testigo de un aumento gradual en la aceptación de la idea de que los humanos estamos causando el cambio climático. Ahora los políticos hablan del tema y se intenta llegar a acuerdos. Pero las acciones no han coincidido con las palabras. Políticamente, la negación del cambio climático ha aumentado en lugar de disminuir, como hemos visto en los últimos tiempos. Así que nuestras opciones siguen disminuyendo. Mientras las emisiones de gases invernadero sigan aumentando, será más y más difícil ser optimista con el cambio climático. No sé cómo vamos a salir de esta, especialmente en la situación política actual.  

Su talante calmado y sonriente relaja la habitación en la que se encuentra, en la sede de la Fundación BBVA en Bilbao. Allí, Camille Parmesan, la primera mujer que documentó cómo el cambio climático está desplazando a las especies, habla con los periodistas sobre … cómo ve ella la situación actual del planeta. Su cara cambia cuando se le pregunta acerca de qué podemos hacer para revertir la situación. «Hace 30 años, cuando publiqué mi primer estudio teníamos oportunidades». Ahora, dice, la cosa es mucho más peliaguda. Ella lo comprueba con su trabajo, cerca de Bilbao, al otro lado de los Pirineos, en la Estación de Ecología Teórica y Experimental SETE, del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), en Francia, en el que intenta aislar el efecto del cambio climático y disociarlo de otros factores que podían afectar a las diferentes especies, como la pérdida de hábitats, la contaminación o el uso de fertilizantes. Por él ha sido reconocida con el Premio Fronteras del Conocimiento de la fundación.

—Usted siguió a la mariposa Parche de Edith durante cuatro años, desde México a Canadá. ¿Por qué eligió esa especie y no otra?

—Llevaba trabajando con ella desde hacía cuatro o cinco años para mi tesis doctoral, estudiando su ecología básica y su comportamiento. Sabíamos que era muy sensible al clima porque científicos anteriores habían documentado que las poblaciones se extinguían con fenómenos climáticos extremos: sequías, olas de calor o mucha nieve. Esto ya se conocía cuando hacía mi doctorado, a principios de la década de los noventa. En ese momento, los científicos del clima apenas empezaban a hablar de que la Tierra se iba a calentar por culpa de todos los gases de efecto invernadero que estábamos emitiendo. Porque todavía no lo veían en las temperaturas, aunque lo esperaban.

—¿Era una especie de rumor entre la comunidad científica?

—No era un rumor exactamente. Desde la física básica sí lo esperaban, porque conocían las propiedades de los gases de efecto invernadero. Aquellos científicos dijeron: «Miren, estamos añadiendo esto a la atmósfera y causará un calentamiento. Pero simplemente no sabemos cuando». Así que hicieron una llamada para buscar indicadores del cambio climático que no fueran la temperatura. Y pensé: «Bueno, sabemos que esta mariposa es muy sensible al clima, quizá sea un buen termómetro para saber qué está pasando». Así que propuse un proyecto completamente diferente que implicaba viajar desde México hasta Canadá y desde California hasta Colorado observando todas estas poblaciones y preguntándome «si el hábitat sigue siendo bueno, ¿está extinta la población de mariposas Edith o está bien?».

—¿Qué esperaba encontrar?

—Esperaba una respuesta muy compleja al cambio climático, pero vi que luego era algo más sencillo. Observé que en México se estaban muriendo, pero que en Canadá, donde a priori hacía más frío, todas estaban en muy buen estado. Convencí a mi marido para que me acompañara para ampliar los datos al año siguiente. Y, juntándolos con registros históricos que existían, porque estas mariposas son muy valiosas para los coleccionistas, vimos que se estaba desplazando al norte. Pero nos tomó cuatro años y medio documentarlo de forma rigurosa.

—Usted, como la mariposa Edith, ha tenido que cambiar de residencia: de EE.UU. se fue a Inglaterra y, hace cinco años, migró a Francia. ¿Era algo que tenía previsto o factores externos le han empujado a usted también a moverse?

—Después de la publicación de mi artículo, en 1996, a las pocas semanas me invitaron a dar una charla en el Capitolio al personal de la Casa Blanca. No obstante, en mi departamento en la Universidad de Texas se consideraba que todo mi trabajo sobre el cambio climático era político. Yo defendí que no, que era un informe científico publicado en revistas científicas como ‘Nature’, ‘Science’ o ‘Ecology’, no en publicaciones políticas. Entre los problemas con mi departamento y que tenía una oferta de la Universidad de Plymouth, en Reino Unido, de donde es mi marido, decidimos cambiarnos de residencia. Además, su madre en ese momento tenía 92 años y quería pasar más tiempo a su lado. Fui muy feliz allí. Pero se produjo el Brexit.

—Y acabó en los Pirineos franceses.

—Como inmigrante, inmediatamente sentí un fuerte sentimiento en contra de nosotros, que sería la ruina del mundo académico en Gran Bretaña. Porque la mayor parte de las becas de investigación provienen de la UE, con estudiantes extranjeros. Sentimos que teníamos que irnos de allí, incluso aunque yo tenía un puesto fijo, pues estaban despidiendo a gente. Al principio pensamos en volver a EE.UU. o Canadá, pero entonces Trump fue reelegido presidente. El primer mandato fue un desastre en materia de cambio climático y este pinta aún peor, como podemos ver. En ese momento era 2017 y el presidente Emmanuelle Macron publicó un vídeo ofreciendo Francia como oportunidad a los científicos climáticos estadounidenses. Postulé y ¡bum!, obtuve el puesto. Estoy feliz allí, me quedaré hasta que me jubile, este es mi gran último paso profesional.

—¿Y qué hace exactamente allí?

—Por un lado tengo mi propio trabajo de campo sobre la mariposa Edith, pero también hago grandes análisis de enormes conjuntos de datos de todas las especies del mundo. En estos metaanálisis se engloban 200 o 300 estudios diferentes y se sacan conclusiones a escala global de miles de especies que van desde mamíferos y peces a árboles y hongos. Cualquier estudio en el que los autores observaron cómo el cambio climático puede estar actuando entra dentro de estos grandes análisis.

—Pero cada autor tomará los parámetros diferentes en función de lo que busque. ¿Cómo los unifican?

—A veces nosotros mismos hacemos trabajo de campo recopilando la información, algo que a mí me encanta. Otras veces extraemos los datos de otros estudios. Es una combinación de ambas. El mayor problema aquí, aparte del volumen de trabajo, es que muchos biólogos no descartan las señales de pérdida de hábitat, que es la principal razón por la que las especies están disminuyendo, no por el cambio climático directamente. Y ahí entra mi trabajo.

—¿Usted padece ansiedad climática?

—En general, soy una persona optimista. Soy una persona feliz y trato de no deprimirme por mi trabajo. Sin embargo, hace diez años realmente pensaba que teníamos posibilidades de controlar el cambio climático. Pero ahora mi esperanza fluctúa. Si hubiéramos tomado medidas contundentes hace 30 años, cuando se publicó mi artículo… Si en ese momento nos hubiéramos dado cuenta de lo grande que era esto, habríamos tenido muchísimas más opciones de descarbonizar, de construir más centrales nucleares de nueva generación; habríamos invertido más en energías renovables, mejorando la solar y la eólica… Si hubiéramos hecho eso, a estas alturas estaríamos bien.

—Por lo menos ahora se ha introducido este mensaje en la sociedad, a pesar de políticos como Trump que le restan valor.

—He sido testigo de un aumento gradual en la aceptación de la idea de que los humanos estamos causando el cambio climático. Ahora los políticos hablan del tema y se intenta llegar a acuerdos. Pero las acciones no han coincidido con las palabras. Políticamente, la negación del cambio climático ha aumentado en lugar de disminuir, como hemos visto en los últimos tiempos. Así que nuestras opciones siguen disminuyendo. Mientras las emisiones de gases invernadero sigan aumentando, será más y más difícil ser optimista con el cambio climático. No sé cómo vamos a salir de esta, especialmente en la situación política actual.

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