Qué extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna ocasión hasta osan añadir el odioso “como yo digo”. Pues bien, lo que tú dices es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores. ¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño infligido.
Es desolador que un número tan chusco como el del PP en el Congreso con fotos de víctimas de ETA pretenda patrimonializar el dolor ajeno
Qué extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna ocasión hasta osan añadir el odioso “como yo digo”. Pues bien, lo que tú dices es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores. ¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño infligido.
Estamos moldeados en gran parte por aquellos ejemplos en los que fuimos instruidos. Uno de los aprendizajes más sofisticados que existen es el del buen ejercicio de la risa. Hacer saber a un niño que la risa puede ser tan liberadora como dañina y que la burla denota más cretinez que inteligencia es prepararlo para entender qué siente el otro ante sus actos. Dice Don Quijote al ser objeto de mofa: “Es mucha sandez la risa que de leve causa procede”. Sandez es la palabra exacta para definir a quien, por no comprender, ni entiende de qué se está riendo. Esta semana, el Congreso de los Diputados se convirtió en un patio de colegio sin profesores al mando, sin reglas, dejando el ambiente al libre albedrío de quienes carecen de la instrucción necesaria en el humor como para saber que se están burlando de las personas a quienes dicen defender. Yo solo había visto en las noticias televisivas a Miguel Tellado agitar en el aire un cartelillo con rostros de asesinados por ETA, que han sido llorados en silencio y con respeto por españoles de distinto signo. Verlos en manos de quien los estaba utilizando para excusar errores propios ya me pareció el colmo de la ignominia. Sabemos que estos números están pensados para ser transmitidos, porque los políticos han aprendido a actuar para X, pero lo que seguramente no imaginaba quien ideó este gag, que pretendía subrayar la complicidad del Gobierno con una organización terrorista que ya no existe, es que al ampliar el foco y aparecer la imagen de la bancada contemplaríamos el verdadero significado del show. Ahí estaba la diputada popular Macarena Montesinos riéndole la gracia siniestra a su compañero Miguel Tellado mientras señalaba las fotos, ambos mostrando sonrisas burlescas, autosatisfechos por ese golpe bajo con el que esperaban avergonzar al contrario, sin comprender, porque a la vista está que desconocen los sofisticados mecanismos de la risa, que suele ser más transparente que el llanto, que a quien verdaderamente ofendían era al recuerdo mismo de los asesinados, de sus familiares y de todos aquellos que con dolor hemos acompañado la memoria de las víctimas de ETA cuando existía y cuando dejó de matar.
Es desolador que un número tan chusco pretenda patrimonializar el dolor ajeno. A pesar de que corremos el peligro de hacernos tolerantes a lo grotesco, muchos no esperábamos presenciar el espectáculo de esas risas. El mundo se está dividiendo peligrosamente en dos: quienes educan a los niños en el uso extraordinario de la risa para curar heridas, reforzar la generosidad y ensanchar corazones, y quienes nunca podrán advertirles del sentido maléfico que puede extraerse de una carcajada, porque ni ellos mismos distinguen entre risa y crueldad.
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