Los niños creen. Tampoco tienen otra opción. Aparecen, de golpe, en un mundo del que no saben nada. Solo pueden confiar en sí mismos, y en sus padres. Les dicen que la verdura sienta bien y el chocolate menos; que hay que ir cada día al colegio; o que tres señores a lomos de camellos traen regalos el 6 de enero. Así será, pues. Poco a poco, sin embargo, descubren el mundo a su alrededor. Y, con él, construyen su propia verdad. Siempre y cuando, eso sí, se les permita.
Dos novelas y un cómic recientes reflexionan sobre infancias dañadas por las visiones obsesivas de sus progenitores, un tema presente en series, filmes y sucesos reales como la casa de los horrores de Oviedo
Los niños creen. Tampoco tienen otra opción. Aparecen, de golpe, en un mundo del que no saben nada. Solo pueden confiar en sí mismos, y en sus padres. Les dicen que la verdura sienta bien y el chocolate menos; que hay que ir cada día al colegio; o que tres señores a lomos de camellos traen regalos el 6 de enero. Así será, pues. Poco a poco, sin embargo, descubren el mundo a su alrededor. Y, con él, construyen su propia verdad. Siempre y cuando, eso sí, se les permita.
Porque el papá de Arthur le inculcó una versión alternativa, el de Peggy la encerró en el bosque y el Capitán hasta privó a sus hijos del nombre, junto con cualquier otro vínculo con la sociedad. Tres historias recientes y ficticias: un cómic y dos novelas. Aunque parecidas a otra, muy real: la llamada casa de los horrores de Oviedo. En un mundo dado a teorías estrafalarias, cultura y actualidad llevan a interrogarse sobre un abismo aún peor: cuando la conspiración nace en la familia. Cuando son los adultos los que creen. Y hacen creer.
Que el término “mar” define a una silla y los gatos son atroces depredadores, como en el filme Canino, de Yorgos Lanthimos. Que la casa es un Cuartel General, y fuera solo hay enemigos, como en el tebeo El Rey Medusa, de Brecht Evens (Astiberri). O que la salvación se halla en la selva, adonde el padre de Crisálida, de Fernando Navarro (Impedimenta), arrastra a su familia. “Que la persona que más debe cuidarte no te cuide es especialmente terrorífico, es el desamparo en grado sumo”, apunta el novelista. “Se mezclan ternura y peligro”, agrega el dibujante belga. Aunque la realidad compite con la inventiva de los artistas: ahí están los 13 hermanos cautivos de sus padres del llamado Caso Turpin. “Tocaban la hierba, vieron un caracol y estaban completamente fascinados”, dijo un policía que rescató hace unos meses a los tres niños recluidos por sus progenitores en la vivienda de Oviedo. Como si fuera una secuencia de Canino.

Partía de un suceso Habitación, el filme de Lenny Abrahamson basado en las vivencias de Elizabeth Fritzl, violada y retenida en un sótano durante 24 años por su padre. Y fue otra tragedia verídica la que inspiró a Claire Fuller para Nuestros días serán infinitos (Impedimenta). En 2011, un joven alemán afirmó haber habitado cinco años entre árboles con su padre, hasta que el hombre murió, él lo enterró y se marchó. Decía que no recordaba ni su nombre ni nada previo a la vida salvaje. La escritora se quedó impactada. Y empezó a fraguar un libro ambientado en Inglaterra, en el verano de 1976: James aparta a la pequeña Peggy en una cabaña, y le explica que el mundo ha sido destruido. La hija, cómo no, le cree. Durante años.
“Cuando una persona tiene poder y autoridad sobre otra, aunque el amor esté ahí, a veces puede ser muy peligroso”, reflexiona la escritora. Empeñados en llevar a sus hijos hacia la luz, estos padres los empujan a las sombras. Amor, aquí, rima especialmente con horror. “Detrás de todo lo que ocurre en la niña protagonista se oculta un mal amor, y cómo el miedo ―a no saber cuidar― acaba creando aún más miedo y más mal y menos amor”, añade Navarro.

Montse, la madre de La Mesías (de los Javis, en Movistar+),está tan convencida de su misión divina que se dispone a sacrificar a su prole. Por su bien, según ella. Igual que Chris Quaglin, en el documental Homegrown (de Michael Premo, en Movistar +), repite que lo está haciendo todo por su hijo. Es decir, participar en organizaciones violentas de extrema derecha, fomentar el supremacismo blanco, asaltar el Congreso de EE UU. Mejorar el mundo, en su visión. Acumular delitos suficientes para 12 años de cárcel, según la justicia, por lo que acabó en prisión antes de que su bebé naciera. “El Capitán es un personaje a ratos quizá adelantado a su tiempo por su miedo profundo ante el porvenir, por cierta conciencia colectiva que, contradicción, le lleva a ser cada vez más egoísta”, dice Navarro. Crisálida relata cómo la niña Nada sobrevive a esos delirios. Y cómo la obsesión de un padre recae sobre sus seres más queridos.
Irene y Enric, en La Mesías, arrastran aún de adultos las heridas de esa infancia enclaustrada. “La serie habla mucho de la educación, de cómo lo que aprendemos y vivimos de pequeños nos persigue siempre”, afirmaba Javier Calvo a la revista de la Academia de Cine en 2023.Tocará a psicólogos y otros especialistas tratar de resolver las consecuencias de criarse entre basura, mascarillas, medicamentos y mentiras que sufrieron los tres niños prisioneros de sus padres en Oviedo.

Porque terraplanismo, denuncias de “falsos granizos” o la convicción de que Elvis Presley sigue vivo pueden hacer daño, por supuesto. Pero, por lo menos, los adultos eligen libremente cree tales patrañas. Al pequeño Arthur, en cambio, nunca se le dio a escoger. Su padre es como los antivacunas, aunque a lo bestia. Tanto que a Evens el cómic El Rey Medusa le está costando años y, por más que lo intente, no ve posible reducirlo a menos de una trilogía y un millar de páginas. “El delirio del libro está en la mente del padre, y lo que el niño vive es una experiencia simplificada de lo que está pasando por la cabeza de su progenitor”, señala.
El tebeo mezcla dos puntos de partida: un párrafo, que el historietista escribió en 2012, simulando una redacción de un niño encantado con la vida con su padre, pero donde asomaban elementos inquietantes e irreales; y el brote psicótico que el mismo dibujante sufrió, un año después. “No se trató de alucinaciones, de ver lo que no era. Más bien, era interpretar las cosas de manera loca, ver lo que todos los demás ven, pero sospechar, leer en ello mensajes personales de sociedades secretas y cosas por el estilo”, recuerda. Hace años que Evens empezó sus viñetas. Igual que Fuller escribió Nuestros días serán infinitos mucho antes de que parte de la población mundial considerara creíble que Hillary Clinton y otros poderosos desataran en una isla privada su supuesta pulsión pedófila. Ambos concuerdan en que la realidad ha hecho sus libros más verosímiles.

El historietista ahora está fascinado con una teoría que ha descubierto últimamente: la idea de que los conspiranoicos de extrema derecha del movimiento QAnon ven el mundo como si fuera un videojuego o un juego de mesa difícil. Es decir, precisa de un complejo aprendizaje inicial. Luego, sin embargo, es posible dominarlo y convertirse en maestro. Parecen creerlo James, Arthur y el Capitán. Y Chris Quaglin cuando, en el documental Homegrown, grita: “Soy un chovinista occidental. Me niego a disculparme por crear el mundo moderno”. A los cuatro también les une su género. “Creo que culturalmente sentimos que los niños están menos protegidos por sus padres que por sus madres, nos preocupa más la ausencia materna que la paterna”, apunta Evens.
Pese a todo, eso sí, los pequeños de estas ficciones salen adelante. Demuestran fuerza, resiliencia, aguante. “Los niños son muy duros. Y creo que lo son porque habitan la infancia: un paraíso. Un tiempo en el que no existen la reflexión, la melancolía, la moral. Un niño acepta lo que ocurre ―la violencia, el mal, el terror― sin cuestionarlo. Y se maneja en lo que sea que suceda”, sostiene Navarro. La joven Nada de Crisálida huye cuando ya se ha traspasado cualquier límite. Para Peggy, en Nuestros días serán infinitos, la chispa salta cuando ve unas botas ajenas en medio de los helechos. Tanto en Canino como en La Mesías, curiosamente, la mecha de la rebelión se enciende por el cine. Con puertas y ventanas cerradas, la televisión se convierte en único atajo hacia lo que pasa fuera.

El documental The Wolfpackmuestra que algo parecido ocurría de verdad en la casa de los Angulo: el padre confinó a madre y siete hijos en un apartamento de Manhattan durante 14 años, de ahí que conocieran el mundo a través de las películas que veían, y recreaban en casa. Hasta que uno de los hermanos se atrevió a contradecir las órdenes. “Esta mañana he encontrado una foto en blanco y negro de mi padre al fondo del cajón de la cómoda. No tiene pinta de mentiroso”, se lee al principio de Nuestros días serán infinitos, cuando Peggy ya ha vuelto a casa.
“James quiere proteger demasiado a su hija, hasta el extremo en que se convierte en una amenaza para ella”, afirma la escritora. Lo cual conecta con otra tendencia actual: la corriente educativa más en boga anima a cuidar más de los niños, mimarles, ofrecerles apego, seguridad. Pero, ¿sobreprotegerles puede suponer otra forma de aislamiento?

“Me pregunto si los adultos siempre han querido ser extremadamente protectores, y simplemente no podían permitírselo concreta y psicológicamente, ya que tenían demasiado trabajo, y estaban totalmente ocupados sin más minutos en el día para cuidar más de sus hijos”, responde Evens. “Hay un momento en los Simpson en que Homer se empeña en ser buen padre y Lisa y Bart le dicen que corren más peligro así que con su infraprotección. No tengo hijos y no me atrevo a decir cuánto hay de broma y de cierto en este chiste”, sugiere Navarro. A la vez, el empeño del padre de la película Captain Fantastic, de Matt Ross, por criar a sus niños fuera del sistema y celebrar “el día de Noam Chomsky» en lugar de la Navidad, destapaba tanto sus excesos como algunos fallos de la estancada educación tradicional. Material para largos debates, como los que el personaje tenía con sus hijos, a los que vetaba el adjetivo “interesante”: “Es una no-palabra. Sed más específicos”.
La crianza, al fin y al cabo, está llena de dudas. Y más cuando se vuelve apocalíptica, descarrilada, traicionera. “¿Qué pudo llevar a esta situación?; ¿las mascarillas que llevan padres y niños pueden ser solo algo anecdótico?; ¿qué motivó la llegada a Oviedo y este modelo de vida? Todas estas preguntas las tendrá que responder la investigación”, señaló el comisario principal de la Policía Local ante el caso de Oviedo. Aun así, Evens cree que arte y fantasía pueden ayudar a entender. O, al menos, intentarlo. “A veces en la ficción podemos sentirnos de golpe identificados con algo que estábamos y estamos seguros de que no somos. Obviamente, hay que manejarlo con cuidado: nunca debería haber confusión entre comprender algo, estar de acuerdo o tolerarlo”. Conviene, en definitiva, observar, reflexionar y escuchar mucho. Mirar el mundo y aprender, como hacen los niños. Cuando no se lo impiden.
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