Declarada culpable la australiana que sirvió ‘hongos de la muerte’ a sus comensales fallecidos

Invitó a comer a sus ex suegros y les sirvió un plato cocinado con setas venenosas; ella consumió otras, y después fingió también padecer gastroenteritis Leer Invitó a comer a sus ex suegros y les sirvió un plato cocinado con setas venenosas; ella consumió otras, y después fingió también padecer gastroenteritis Leer  

La vida de Erin Parrerson se ha convertido, a juzgar por el veredicto del jurado, en una de esas historias del género true crime que tanto le interesan. El desenlace de su propia trama, sin embargo, ha evidenciado que esta australiana -conocida como la superdetective en los grupos de las redes sociales en los que compartía su fascinación por las historias criminales- no ató todos los cabos a la hora de cometer un asesinato que creyó perfecto. Defiende su inocencia, aunque se enfrenta a una condena máxima. Esta madre de dos hijos, de 11 y 16 años, ha sido declarada culpable de tres cargos de asesinato y uno de homicidio en grado de tentativa por haber servido un almuerzo con hongos venenosos a sus ex suegros y a otra pareja en julio de 2023. El veredicto se ha conocido este lunes y se enfrenta a cadena perpetua.

El decorado donde se llevó a cabo lo que se ha interpretado como un triple asesinato en el Tribunal de Latrobe Valley, una localidad regional de Victoria, parece salido de una película. Los eucaliptos flanquean el que ella consideraba su hogar de por vida. Se trata de una casa de dos pisos recién construida y ubicada en Leongatha, un pueblo de apenas 6.000 habitantes a una hora de Wilsons Promontory, uno de los parques nacionales más espectaculares de Victoria y de Australia. Aquel sábado 29 de julio, el invierno ya era cerrado y Erin había invitado a almorzar a los padres de su ex marido, Don y Gail Patterson, ambos de 70 años, y a una pareja de conocidos de la iglesia, Heather -hermana de Gail- e Ian Wilkinson. Simon, su ex, declinó la invitación «porque le incomodaba demasiado».

El plato principal del menú fue beef Wellington, un clásico de la gastronomía británica que consta de solomillo de ternera, prosciutto -ingrediente no incluido aquel mediodía- y una mezcla de champiñones picados, chalotas, ajo y hierbas. Todo ello se envuelve en una masa de hojaldre que tras ser horneado queda dorada y crujiente. El veredicto interpreta que la variación de Erin fueron los llamados hongos de la muerte o Amanita phalloides. Una semana después de aquel encuentro, sus ex suegros y Heather habían fallecido e Ian estaba en la UCI. Finalmente, sobrevivió milagrosamente, no fue dado de alta hasta dos meses más tarde y su testimonio ha sido clave.

Erin siempre ha insistido que se trató de un accidente, sin embargo, según el veredicto del jurado, y a falta de que se redacte la sentencia, el homicidio había sido premeditado de manera meticulosa. Argumentó durante el juicio de casi nueve semanas de duración que, además de los champiñones del supermercado, también incluyó los de otra variedad que tenía en una fiambrera sin saber que eran letales. Tal y como declaró Ian, durante aquella comida anunció que padecía un cáncer avanzado -no diagnosticado al final-. Arrancó de sus comensales unas sinceras oraciones antes de que se marcharan. Aquella noche, los cuatro invitados padecieron diarrea y vómitos, y por la mañana fueron hospitalizados. Simon, ex marido de la condenada, recuerda que Heather, su tía, le dijo que Erin comió un plato distinto al del resto.

Primero fue el hígado y poco a poco el resto de los órganos los que comenzaron a fallar. Cuando los médicos identificaron que habían sido envenenados con hongos de la muerte, ya era demasiado tarde. Durante el juicio, la cocinera condenada afirmó que la noche del almuerzo ella también se sentía «bastante mareada» e «indispuesta», sin embargo, su hijo confesó que su madre bebió café el día después al menos en dos ocasiones. El lunes a primera hora, Erin fue al hospital de Leongatha, donde afirmó tener una gastroenteritis. Se marchó antes de que le dieran el alta ante la estupefacción de los médicos, conscientes de que era, potencialmente, una de las personas expuestas a las mismas setas que las otras cuatro víctimas. El doctor que la atendió llamó a la Policía. «Sólo estuvo aquí cinco minutos», les dijo. Erin regresó más tarde y los resultados no presentaron indicio alguno de envenenamiento.

A partir de entonces comenzaron las sospechas, las preguntas, las respuestas a medias -según la Fiscalía-, los cambios de versiones sobre la procedencia de aquellos champiñones hasta que poco a poco se fue dilucidando su pasión por las setas silvestres y la presencia de Amanita phalloides cerca de la residencia de Erin. Tenía incluso una máquina deshidratadora para secar hongos de la que se despojó, dice, «por miedo a que la acusaran y a perder a sus hijos».

Declarada culpable de tres cargos de asesinato y un intento de homicidio, el tribunal no ha establecido un motivo específico. Las pruebas presentadas en las que se determina que ella misma recolectó las setas, las deshidrató, las incorporó deliberadamente en la comida, usó un plato diferente para sí misma y desechó el deshidratador de alimentos han sido suficientes para determinar que actuó con premeditación y engaño, y que trató de encubrir sus acciones. Una vez sea redactada la sentencia, la defensa de Erin podrá recurrirla a una instancia superior.

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