El viento en esta parte de la ladera corre un poco más fuerte de lo habitual. Entre espinos y jaras de más de metro y medio de alto, hay una pequeña calva de tierra, con cristales y algunos trozos de metal oxidados. Son los restos del Jeep Defender en el que viajaban siete de los 11 bomberos forestales que murieron durante los incendios de la Riba de Saelices, en Guadalajara, hace justo 20 años, los más mortales en lo que va de siglo. Hace 20 años, el 17 de julio de 2005, el retén subió al monte desde el municipio de Santa María del Espino para tener una mejor visión del fuego, generado por una barbacoa a varios kilómetros del lugar, e impedir que pudiera llegar a zonas habitadas. Pero desde su posición no vieron que el fondo de un barranco estaba ardiendo. El fuego ascendió tan rápidamente que apenas tuvieron tiempo de subirse a sus coches. En las más de 13.000 hectáreas calcinadas, dos décadas después, vuelve a crecer tímidamente vegetación después de dos décadas de cambios en los modelos de prevención y extinción de incendios.
El fuego de Guadalajara en 2005, en el que murieron 11 bomberos, obligó al Estado a repensar los modelos de prevención y extinción
El viento en esta parte de la ladera corre un poco más fuerte de lo habitual. Entre espinos y jaras de más de metro y medio de alto, hay una pequeña calva de tierra, con cristales y algunos trozos de metal oxidados. Son los restos del Jeep Defender en el que viajaban siete de los 11 bomberos forestales que murieron durante los incendios de la Riba de Saelices, en Guadalajara, hace justo 20 años, los más mortales en lo que va de siglo. Hace 20 años, el 17 de julio de 2005, el retén subió al monte desde el municipio de Santa María del Espino para tener una mejor visión del fuego, generado por una barbacoa a varios kilómetros del lugar, e impedir que pudiera llegar a zonas habitadas. Pero desde su posición no vieron que el fondo de un barranco estaba ardiendo. El fuego ascendió tan rápidamente que apenas tuvieron tiempo de subirse a sus coches. En las más de 13.000 hectáreas calcinadas, dos décadas después, vuelve a crecer tímidamente vegetacióndespués de dos décadas de cambios en los modelos de prevención y extinción de incendios.
Un incendio tan virulento solo se puede generar si se dan algunas circunstancias muy concretas. “Si se alinean los astros”, como dice Miguel Aguilar, ingeniero de montes de 63 años y director del Centro Operativo Provincial (COP) de Guadalajara, y que en 2005 era el jefe de la Sección de Informes Ambientales, por lo que su dedicación a incendios era “muy reducida, y estacional”. Aguilar se dedicó a estudiar a fondo el incendio y explica que uno de los principales motivos es la vegetación de la zona.
Aguilar cuenta que el terreno resulta óptimo para la plantación de pinos, por lo que la zona se convirtió en un potente centro de la resina a principios del siglo XX, antes de que la industria encontrara sustitutivos más baratos y fáciles de conseguir. Los resineros sustituyeron muchos de los robles por pinos, bajo los cuales crecía vegetación. La resina es altamente inflamable, lo que provocó que también los troncos ardieran, algo poco habitual en incendios, según el director del COP.






El día tampoco acompañó. El ingeniero explica que ese 2005 fue el segundo año más seco hasta aquella fecha desde que hay registros. La vegetación estaba seca y, sumado a los rapidísimos vientos que corrían después de unos días de calima, eso hizo que las llamas alcanzaran los 60 metros y avanzaran a cuatro kilómetros por hora. El umbral seguro para extinguir incendios se encuentra en “una altura de tres metros de llama y una velocidad de un kilómetro por hora”, explica Aguilar.
El fuego tan agresivo sorprendió al retén que acudió a controlar el incendio. Las llamaradas treparon monte arriba tan rápidamente por un flanco no vigilado que no tuvieron tiempo de reacción.En una entrevista en TVE dos días después del accidente, Jesús Abad, el único superviviente del destacamento, contó que vieron humo negro y cuando voltearon la cabeza tuvieron frente a sí “una ola gigante, pero de fuego”. “El huracán de fuego fue muy grande. Nos vio y dijo ‘vosotros sois míos’, porque estaba muy lejos”, explicó completamente vendado y postrado en la cama.
Aun habiendo pasado 20 años, todavía se pueden diferenciar las zonas que fueron afectadas. El camino de tierra, arropado por la sombra de cientos de pinos, termina en una imponente ladera verde por las jaras. También han quedado algunos pinos de tronco grueso y negruzco que consiguieron salvarse. Pero, sobre todo, crecen árboles jóvenes, aún solo unos pocos metros de alto. Aunque hay bastantes pinos, la mayoría son robles, cuyas semillas estaban enterradas en el suelo en el momento del incendio. Lo que se ve, en definitiva, es el conato de un nuevo bosque, aunque muy diferente del que conocían los vecinos de la zona.






El incendio sacudió al país. Más de 20 técnicos y responsables del área de incendios de Guadalajara fueron imputadosen la instrucción. Todos ellos quedaron finalmente absueltos, pero “les costó cinco años de vida”, señala Aguilar. Finalmente, la Audiencia Provincial de Guadalajara solo declaró culpable a Marcelino H., la persona que inició la barbacoa, por un delito de incendio forestal cometido por imprudencia grave y le impuso una pena de dos años de prisión y una indemnización de más de diez millones de euros a la Junta de Castilla-La Mancha en concepto de daños causados por el incendio.




El presidente autonómico de la época, el socialista José María Barreda, denuncia una “instrumentalización política impresentable” del accidente y del juicio, que considera la etapa “más difícil” en su legislatura. “Un incendio de esas características, que es absolutamente incontrolable aquí, en California y en cualquier sitio donde se produce de esta manera, siempre produce mucha frustración, mucho dolor, mucho daño y mucho susto”, relata. Las consecuencias del incendio generaron “una reflexión” en el Estado central y en las autonomías sobre las políticas de prevención y extinción de fuegos.
Fruto de la desgracia, el Gobierno decide ejecutar cambios en la legislación contra incendios. A escala estatal, uno de los que más ha repercutido en la forma de intervenir ante desastres naturales fue la creación de la Unidad Militar de Emergencias (UME), un cuerpo conformado por personal de las fuerzas armadas para asistir en este tipo de catástrofes. Ese año 2006, el Gobierno aprobó un real decreto en el que definía la estructura orgánica de la UME y establecía su rango de actuación para que “una vez alcanzada su capacidad operativa plena, pueda intervenir con rapidez en las zonas de mayor riesgo”. Desde que la unidad comienza su actividad en 2007 hasta este 2025, han realizado 724 intervenciones, de las cuales 506 han sido en incendios forestales, según datos del Ministerio de Defensa actualizados el pasado 7 de julio.
También había que repensar el modelo autonómico. Hasta ese 2005, el personal contra los incendios se contrataba solo en verano. Muchos de ellos eran estudiantes que se sacaban un dinero en sus vacaciones, como José Antonio Carrasco, que lleva 18 años trabajando de continuo en Infocam, el Servicio de Prevención y Extinción de Incendios Forestales de Castilla-La Mancha. Se encuentra en el retén de Molina de Aragón, una casita antigua en pleno bosque, junto a otros tres compañeros. Desde allí cuenta que “casi todos” eran estudiantes antes de 2005. Un año después, la Junta cambia los contratos: indefinidos y durante todo el año. Esto permite a los bomberos forestales dedicarse exclusivamente a ello y asentarse en un territorio muy falto de población joven.
La profesionalización del oficio ha ocasionado que se asienten unos protocolos y ha dado a estos profesionales una formación que antes no tenían. “Yo he tenido ocho protocolos de actuación en una sola intervención. A lo mejor, la primera vez te quedas con uno, pero vas cogiendo de todas las cosas. Eso es el trabajo”, señala Carrasco. Durante el invierno, llevan a cabo labores de prevención y de concienciación, como limpiar los caminos de vegetación seca o hacer campañas de sensibilización.

Carlos Barrela, el capataz de uno de los 16 retenes repartidos por Guadalajara, tenía solo 14 años, pero estuvo de voluntario llevando cubos de agua donde el fuego. “Por la luz del cielo, parecía las nueve de la noche, en vez de las tres de la tarde”, relata. Aunque no decidió dedicarse a ello únicamente por el incendio de 2005 —de siempre le ha gustado el campo—, supone que eso lo “marcó”. Jonathan Carrillo, compañero de Barrela, aún recuerda que, antes del incendio, el retén donde trabajan era todo un pinar en el que “no daba ni una pizca de sol”. Los seis brigadistas del retén de Mazarete están apurando la hora de comer en una mesita de pícnic en un patio. Solo quedan un par de árboles sueltos que sobrevivieron y otros que están creciendo.

Dos décadas después del incendio que sacudió al país, la vida ha regresado sin pedir permiso. Ya no queda rastro del suelo calcinado ni del paisaje oscuro que marcó a toda una generación. El monte se rehace a su propio ritmo: en las laderas más frescas crecen robles jóvenes, en otras, pinos que superan varios metros de altura. La regeneración, aunque silenciosa, no se detiene. Miguel Aguilar explica que “en unos 30 años volverá a dar la sensación de bosque”. Aunque sea un bosque totalmente diferente.
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