Dos años lleva el Real Madrid de cruzada contra el estamento arbitral, con y sin el «caso Negreira» salpimentando el rancho de sus tropas mediáticas. Un sarcasmo que quien tanto se ha beneficiado de los arbitrajes a lo largo de la historia dentro y fuera de nuestras fronteras sea ahora su azote. La campaña a diario que hace un par de temporadas hizo su cadena de televisión, y que continúa ahora de forma más esporádica, busca presionar a los colegiados antes de los partidos que disputa. Resulta menos eficaz que meter (siempre presuntamente, pese a darnos la risa tonta puntualizarlo) en nómina al antiguo vicepresidente del estamento, aunque también le renta.Que se lo digan si no al Sevilla de Almeyda y, mucho nos tememos, que el 4 de enero al Betis de Pellegrini. Porque el calendario ha querido que los sevillistas despidieran su funesto año en el Santiago Bernabéu y que los béticos estrenen allí su ambicioso 2026. Ya están avisados los verdiblancos: el único antídoto contra el veneno que destilan los silbatos en determinadas selvas de nuestro fútbol es el gol, preferiblemente desde fuera del área, donde no caben interpretaciones interesadas ni, ¡ay, Cucho! delineantes con presbicia en el VAR.Se desconoce aún el árbitro que impartirá justicia (añadamos de nuevo presunta) a los béticos en la capital. Pero sería curioso que repitiera el tal Muñiz Ruiz, colegiado del Sevilla el pasado sábado. El que no vio el pisotón en el tobillo de Rodrygo a Marcao que le hubiera mandado a vestuarios, ni la caída de Juanlu en el área madridista (no era penalti, pero el limpio despeje de Oso ante Bellingham sí lo dictaminó de primeras como tal), ni quiso a escuchar al respetuoso Almeyda en el túnel de vestuarios, cuando su gremio lo pide para sí. Al menos, los hombres de Pellegrini y el propio chileno ya estarían advertidos de su sibilina personalidad.Ya escribí que la aceptación de los dos presidentes de los equipos sevillanos como representantes de la Liga en la comisión para la reforma arbitral me pareció una mala idea. Hoy, aún peor. Dos años lleva el Real Madrid de cruzada contra el estamento arbitral, con y sin el «caso Negreira» salpimentando el rancho de sus tropas mediáticas. Un sarcasmo que quien tanto se ha beneficiado de los arbitrajes a lo largo de la historia dentro y fuera de nuestras fronteras sea ahora su azote. La campaña a diario que hace un par de temporadas hizo su cadena de televisión, y que continúa ahora de forma más esporádica, busca presionar a los colegiados antes de los partidos que disputa. Resulta menos eficaz que meter (siempre presuntamente, pese a darnos la risa tonta puntualizarlo) en nómina al antiguo vicepresidente del estamento, aunque también le renta.Que se lo digan si no al Sevilla de Almeyda y, mucho nos tememos, que el 4 de enero al Betis de Pellegrini. Porque el calendario ha querido que los sevillistas despidieran su funesto año en el Santiago Bernabéu y que los béticos estrenen allí su ambicioso 2026. Ya están avisados los verdiblancos: el único antídoto contra el veneno que destilan los silbatos en determinadas selvas de nuestro fútbol es el gol, preferiblemente desde fuera del área, donde no caben interpretaciones interesadas ni, ¡ay, Cucho! delineantes con presbicia en el VAR.Se desconoce aún el árbitro que impartirá justicia (añadamos de nuevo presunta) a los béticos en la capital. Pero sería curioso que repitiera el tal Muñiz Ruiz, colegiado del Sevilla el pasado sábado. El que no vio el pisotón en el tobillo de Rodrygo a Marcao que le hubiera mandado a vestuarios, ni la caída de Juanlu en el área madridista (no era penalti, pero el limpio despeje de Oso ante Bellingham sí lo dictaminó de primeras como tal), ni quiso a escuchar al respetuoso Almeyda en el túnel de vestuarios, cuando su gremio lo pide para sí. Al menos, los hombres de Pellegrini y el propio chileno ya estarían advertidos de su sibilina personalidad.Ya escribí que la aceptación de los dos presidentes de los equipos sevillanos como representantes de la Liga en la comisión para la reforma arbitral me pareció una mala idea. Hoy, aún peor.
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