El ascenso del príncipe saudí Mohamed Bin Salman a ‘rey del Golfo arábigo’ por la gracia de Trump

El presidente de EEUU viajará la próxima semana a las Petromonarquías con un anunciado regalo cartográfico y más apoyo a Riad, un actor en alza en la geopolítica Leer El presidente de EEUU viajará la próxima semana a las Petromonarquías con un anunciado regalo cartográfico y más apoyo a Riad, un actor en alza en la geopolítica Leer  

Cuando el próximo martes Donald Trump estreche en Riad la mano del príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí, Mohamed bin Salman, éste podrá relamerse a gusto recordando la visita que le hizo en julio de 2022 quien entonces era presidente de Estados Unidos, Joe Biden. El demócrata saludó a su anfitrión con un choque de puños que dio la vuelta al mundo. Porque no fue aquél un contacto efusivo ni cordial, sino un encontronazo tan frío como inevitable.

A Biden se le reflejó en la cara la incomodidad por tener que indultar públicamente al heredero del Reino del Desierto, figura demasiado importante en la geopolítica mundial como para que las más que sospechas que le apuntaban como inductor del asesinato del periodista Jamal Khashoggi pudieran dejarle fuera de juego en la escena internacional. Biden tragó quina, hizo de la necesidad virtud y, con el pragmatismo y el cinismo que exigen la realpolitik, rehabilitó a Bin Salman, aunque marcando al menos las distancias simbólicas. Con Trump ocurrirá algo bien distinto. Del descuartizamiento del cuerpo de Khashoggi en el consulado saudí en Estambul en 2018 naturalmente nadie se acuerda, ni es asunto que al actual inquilino de la Casa Blanca le provoque remilgos. Aantes al contrario, se espera un apretón de manos más que cordial con el futuro rey de Arabia Saudí, uno de los aliados en el globo más importantes para la actual Administración norteamericana.

Saludo de Biden al heredero saudí, en Riad, con un choque de puños.
Saludo de Biden al heredero saudí, en Riad, con un choque de puños.Afp

Donald Trump ya eligió Riad en 2017, pocos meses después de iniciar su primer mandato presidencial, como primer destino internacional. Su total sintonía con Mohamed bin Salman fue patente, no sólo por los acuerdos económicos que alcanzaron -incluidos los que beneficiarían al círculo familiar del republicano-, sino por una cuestión de feeling personal, de estilos de entender el poder y la gobernanza. Si la muerte del Papa Francisco no hubiera obligado a Trump a volar en un viaje relámpago a Roma para asistir al funeral en el Vaticano, su gira a las Petromonarquías del Golfo de la próxima semana también habría sido en este segundo mandato su primera salida al extranjero como presidente.

No es mera casualidad, no es el azar quien rellena la agenda en Washington. Para un Trump que tiene escrito en la frente, bien visible, el eslogan America First y cuyas directrices en política internacional son tan confusas aún como desconcertantes, el refuerzo de la alianza con Riad y con el resto de las ricas Monarquías árabes sí es una cuestión crucial y bien definida. Eso sí, a diferencia de lo que ha sido la tónica de la diplomacia estadounidense como mínimo desde los años 70 respecto a estos actores, que se caracterizaba por convertirles en piezas claves en la estabilidad de toda la región a largo plazo y en un puzle multilateral, los expertos coinciden ahora en que Trump aterrizará en el Golfo con las luces cortas, con un interés dinerario muy prioritario, y preocupado fundamentalmente de la firma de pingües acuerdos comerciales e inversiones que le permitan regresar a EEUU con la cartera rebosante.

Las Petromonarquías autoritarias están dispuestas a soltar mucha pasta, pero no quieren dejar desaprovechar su gran oportunidad para apuntalar al Golfo no sólo como el alfil energético del mundo, sino como un actor principal consolidado en la geodiplomacia, una potencia tecnológica emergente y una isla bien resguardada de todos los vientos que azotan a la región, en especial por el cataclismo que está provocando la ofensiva militar de Israel en los países vecinos desde los terribles atentados del 7-O.

Con su grandilocuencia habitual, Trump prometió días atrás que la semana que viene hará «un gran anuncio» sobre Oriente Próximo, de «la mayor magnitud posible, uno de los más importantes en muchos años». Pero, por lo pronto, en otro de sus grandes golpes de efecto, y para engatusar a Riad, parece decidido a una nueva cruzada cartográfica, cambiando la denominación de Golfo Pérsico por Golgo Arábigo o Golfo de Arabia, según informaron dos funcionarios federales a The Associated Press.

Durante años, los países árabes ribereños la extensión de mar entre Irán y la península arábiga rechazaron la denominación por la que es reconocido en todo el planeta. Pero en los años 90 la ONU zanjó el debate, tras una votación en la que otras muchas naciones árabes lo aceptaron. La portavoz adjunta de la Secretaría General de la ONU, Stephanie Tremblay, preguntada por el asunto en su rueda de prensa diaria, zanjó el miércoles: «Seguiremos llamando a esta área como lo hacemos normalmente».

Trump ha dado sin embargo sobradas muestras de que con él cualquier cosa es posible. Recordemos la polémica en curso por la orden del inquilino de la Casa Blanca de rebautizar Golfo de América al Golfo de México.

Incluso antes de volar a Oriente Próximo, Trump ha puesto de acuerdo a dos enemigos irreconciliables, como son el régimen de los ayatolás y la oposición en la diáspora encabezada por el príncipe Reza Pahlavi. Teherán ha tachado ya de «hostil» el posible cambio de nombre al Golfo, mientras que el hijo del último sha, desde Washington -donde reside-, escribió en sus redes: «Todos los iraníes, independientemente de nuestra orientación política, creencias o perspectiva, debemos unirnos de una vez por todas para izar la bandera sobre el Golfo Pérsico». El príncipe se siente decepcionado por los últimos movimientos de la Administración Trump sobre Irán.

El ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, ha dicho esta semana que espera que este asunto no sea sino desinformación. Y subrayó que la denominación de Golfo Pérsico «no implica propiedad de ninguna nación en particular, sino que refleja un respeto compartido por el patrimonio colectivo de la humanidad». «Irán nunca se ha opuesto al uso de nombres como Mar de Omán, Océano Índico, Mar Arábigo o Mar Rojo. Por el contrario, los intentos por motivos políticos de alterar el nombre históricamente establecido del Golfo Pérsico son indicativos de intenciones hostiles hacia Irán y su pueblo, y se condenan firmemente», advirtió.

Volviendo a Mohamed bin Salman, a quien la ocurrencia trumpiana sí le habrá hecho sonreír, no es ya que hace mucho que perdiera el miedo a que las potencias occidentales se atrevieran a tratarle como un paria, es que el despiadado príncipe heredero que está transformando Arabia Saudí con visión megalómana -su Plan 2030 supone una revolución para el Reino, aunque hoy por hoy no se han disipado las dudas sobre la viabilidad económica-, tocado por la gracia de Trump se erige en una figura cuya influencia no toca techo.

Fue el primer mandatario con quien conversó el republicano tras su toma de posesión el 20 de enero, antes ya habían compartido confidencias y trazado planes en la residencia de Mar-a-Lago (California), y Trump se echó en sus brazos para tratar de desatascar lo que representa un quebradero de cabeza tan grande para él como es la guerra de Ucrania. Arabia Saudí se convirtió, de nuevo no por casualidad, en el terreno donde se han desarrollado ya reuniones de alto nivel entre delegaciones de Washington, Moscú y Kiev. Porque Riad, como el resto de las Petromonarquías del Golfo, pueden presumir en la actualidad de una interlocución igual de privilegiada con Occidente que con Rusia, lo que les da una capacidad de mediación sin igual, algo que, unido a sus reservas de hidrocarburos, hace que ni a EEUU ni a la UE les importen ni mucho ni poco sus políticas sobre derechos humanos. El Golfo también se ve bien cortejado desde hace años por China. Y precisamente Trump quiere intentar con su viaje de la próxima semana limitar al máximo el despliegue seductor de Pekín en una zona sobre la que históricamente EEUU ha ejercido su patronazgo gracias a su paraguas protector.

Está previsto que Trump visite Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar. No pasa desapercibido que vaya a pisar las tres naciones que ya hayan comprometido inversiones multimillonarias a la espera de que Trump estampe su firma. Quedan fuera de la gira países como Omán, que de momento no ha dado su brazo a torcer para rellenar las arcas de la Casa Blanca, a pesar de que el Sultanato se está creciendo en su labor mediadora, con hilo directísimo también con Washington, con un papel fundamental por ejemplo en las conversaciones indirectas entre EEUU y los hutíes de Yemen -los rebeldes proiraníes han aceptado una tregua en sus ataques a barcos norteamericanos en el mar Rojo-. Pero, en Riad, Trump se reunirá con los líderes de los seis países que integran el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo -los cuatro ya mencionados, más Kuwait y Bahrein-, todos con una posición común ante Washington fomentada por Bin Salman.

Por lo pronto, Arabia Saudí, para contentar a su visitante norteamericano, parece dispuesta a aumentar una producción de petróleo que incidiría en una guerra de precios favorable a los intereses de EEUU -también de cara a la presión negociadora hacia Putin-. Y, aunque las Petromonarquías le espetarán a Trump que no están dispuestas a aceptar su loco plan sobre convertir Gaza en la Riviera de Oriente Próximo, la ofensiva israelí en la Franja no va a enrarecer las conversaciones entre los países del Golfo y el líder norteamericano, que incluso les podrá endulzar con un presumible acuerdo impuesto a Netanyahu para que fluya ayuda humanitaria a la devastada Gaza.

Bin Salman quiere arrancarle a Trump la venia para avanzar en el programa nuclear civil saudí que lleva años en barbecho. La guerra de Israel contra Hamas, si bien, como se señalaba antes, no va a empañar la visita del presidente estadounidense al Golfo, sí hace inviable su deseo de dar un empujón a los Acuerdos de Abraham, la normalización de relaciones entre los países árabes e Israel que tanto interesa a la Casa Blanca, con el deseo de que un día se sume a ellos Riad. Por lo pronto, Washington habría dejado de considerar esta cuestión como un prerrequisito para permitir a Arabia Saudí desarrollar su plan nuclear, con fines civiles, tan codiciado por la gran potencia suní para plantar cara a la potencia chií, Irán. Y es que, a pesar de que en los últimos años Riad y Teherán han adoptado una postura de distensión, a nadie se le escapa que estamos ante dos naciones con intereses del todo contrapuestos. Y, hoy por hoy, los vientos a quien favorecen es a Bin Salman.

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