La prensa italiana presiona fuerte para que el Papado retorne a manos locales, pero el futuro de la Iglesia no será eurocéntrico Leer La prensa italiana presiona fuerte para que el Papado retorne a manos locales, pero el futuro de la Iglesia no será eurocéntrico Leer
Humo negro, fumata de tanteo según mandan los cánones en la primera votación. Los cánones mandan siempre, pero especialmente en la institución bimilenaria que alumbró el derecho canónico. Hoy jueves ya hay cuatro votaciones por delante y la conjetura verosímil de que la última anuncie al orbe un papa nuevo.
Es verdad que estamos ante el cónclave más nutrido y diverso que se recuerda —133 cardenales de 71 países distintos—, pero no anda sobrado Occidente de autoridad moral como para dilatar en exceso la sede vacante. Y a lo largo de doce congregaciones los electores han tenido ocasiones sobradas de ojearse, conocerse y decantarse. La decisión, en todo caso, sigue muy abierta: el cónclave de San Pedro es bastante más democrático que el comité federal de Pedro.
Una vez le preguntaron a Salvador Dalí si era creyente. El pintor respondió: «No soy creyente, pero sí practicante». Parece otra de sus boutades ampurdanesas, pero a Dalí le seducía la plasticidad de la liturgia católica como a cualquiera que jamás haya sostenido un pincel. Del capitel románico al retablo barroco, la Iglesia ha refinado durante siglos una pedagogía estética de amplio espectro, capaz de cautivar por igual al analfabeto y al instruido. Más tarde, con el avance de la secularización y el desencantamiento del mundo diagnosticado por Max Weber, los partidos políticos trataron de remedar la estrategia eclesial, pero terminaron rindiéndose al analfabeto y renunciando al instruido. Ahora les basta con demandar la fe del carbonero. Esta semana se nos pide que creamos en una conspiración de ciberterroristas, saboteadores y magistrados de carrera unidos todos contra la marcha triunfal de la Coalición Progresista (CoPro). Pero no hay púrpura que refine a Óscar Puente.
El martes me subí en el taxi de Simone, joven vecino del Trastévere y tocayo del verdugo del Barça. Simone es de la Roma y del Madrid (como Gistau, aunque en otro orden), pero sobre todo era de Francisco. Por eso pide un papa de continuidad, a ser posible de su barrio, y ese solo puede ser Matteo Zuppi. «Nosotros lo llamamos don Matteo. Es un hombre bueno, lleno de humanidad. Se ocupaba de los pobres y visitaba a los presos en la cárcel de Regina Coeli. El pueblo no quiere outsiders ni candidatos exóticos». Puede parecer un criterio un tanto ombliguista, pero no olvidemos que el Foro Romano aún conserva las ruinas del umbilicus urbis, («ombligo de la ciudad»), el monumento que marcaba el centro desde el que partían todas las vías imperiales. La Puerta del Sol de los romanos, o sea.
La prensa italiana presiona fuerte para que el papado retorne a manos locales casi medio siglo después del malogrado Juan Pablo I. Pero el futuro de la Iglesia no será eurocéntrico. Dos monjas asiáticas, quizá filipinas, se sentaron a mi lado bajo la columnata de Bernini antes del funeral de Francisco para descansar del mortificante adoquinado de Roma. Liberaron sus pies hinchados de los rígidos zapatones, casi zuecos, que los oprimían y sonrieron de alivio. Un fotógrafo quiso capturar la escena y se acercó, armado con un potente objetivo. Pero en cuanto advirtió la cámara, una de las dos crispó el gesto y lanzó un grito disuasorio: «¡No!». Dalí habría lamentado su pudor. Como buen mediterráneo era practicante, pero no creyente.
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