El fin de la buena estrella de Trudeau, otra ‘víctima’ de Trump

El declive del canadiense se aceleró por la victoria del republicano en EEUU Leer El declive del canadiense se aceleró por la victoria del republicano en EEUU Leer  

Ha sido un pésimo inicio de año para Justin Trudeau. La dimisión del primer ministro canadiense se esperaba de un momento a otro. Después de nueve años en el poder al frente del Partido Liberal, el desgaste de tres términos consecutivos era inevitable y su declive se aceleró por tensiones internas y el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca, con quien en el pasado tuvo diferencias que ahora, en vísperas de que el republicano releve al presidente Joe Biden el 20 de enero, no ha podido superar.

Trudeau, heredero del peso y prominencia de su padre, Pierre Trudeau, en el Partido Liberal y con cuatro elecciones ganadas antes de retirarse de la política en 1984, llegó al poder con una agenda progresista que durante años contó con el apoyo del electorado canadiense. Pero los vientos ya no soplan a favor de la las políticas liberales, que se han visto arrastradas por un populismo nacionalista escorado a la extrema derecha que, en el nuevo orden mundial que se vislumbra, lo preside el trumpismo. Por lo pronto, en esta segunda vuelta y con el respaldo de buena parte del electorado estadounidense, Trump ha sido diáfano en cuanto a la guerra de tarifas arancelarias que pretende imponer a socios y también a adversarios como China.

A pocos días de asumir el poder, el magnate neoyorquino lleva semanas reuniéndose en su mansión de Mar-a-Lago con líderes de todo el mundo para poner sus cartas sobre la mesa. Trudeau, debilitado por las divisiones dentro de su Partido y unas encuestas favorables a los conservadores en la oposición, visitó a Trump en noviembre. Su propósito era convencer al estadounidense de que aflojara, en su afán de imponer un arancel del 25% a los productos importados de Canadá. A fin de cuentas, el país vecino es el mayor socio económico de Estados Unidos y estaban a tiempo de llegar a acuerdos económicos y de seguridad en la frontera. El mandatario canadiense se marchó con la idea ingenua de que besar el anillo suavizaría las bravatas que ya conocía del presidente electo.

Hizo mal Trudeau en no seguir los consejos de su entonces viceprimera ministra y encargada de finanzas, Chrystia Freeland, persona de confianza que, bajo la primera administración Trump, negoció los tratados de comercio que incluían a Canadá y México. Freeland, periodista con larga trayectoria en diversos medios, conoce bien la psiquis de Trump y su necesidad de imponerse unilateralmente. En una carta abierta, en los primeros días de diciembre anunció su renuncia, frustrada por lo que consideraba «políticas de truco» por parte de Trudeau, incapaz, según ella, de abordar con seriedad el «grave» peligro al que se enfrenta Canadá por el «agresivo nacionalismo económico» de Trump. Para la ex ministra, la solución no es un aumento del déficit fiscal en un momento en el que la cruzada arancelaria que Washington está a punto de impulsar exige medidas severas.

La relación de Trudeau y Freeland se había envenenado. El Partido Liberal tocaba fondo y había que empezar a pensar en un reemplazo para rescatar de la crisis a los liberales frente al avance del Partido Conservador, un signo de los tiempos que corren. Trump no perdió tiempo en aprovechar la debacle en Ottawa, la capital política del país vecino, para debilitar aún más al primer ministro canadiense: se refirió a él como un «gobernador» de lo que podría ser el «estado número 51» de Estados Unidos. En su retórica imperialista, azuzada por Elon Musk, ese otro narcisista a la vera de Trump, el republicano vuelve a las andadas con la pretensión de «comprar» Groenlandia, tutelar nuevamente el Canal de Panamá y que su vecino del Norte sea una extensión de esa América cuya grandeza parece depender de su nuevo mandato.

A Trudeau le han faltado motivos para celebrar una Navidad que para él ha sido el fin de su buena estrella. Hijo de una pareja glamurosa en lo político y lo social –Pierre y Margaret Trudeau ocuparon portadas por su fotogenia y escándalos extramatrimoniales- también llegó a ser considerado un sex symbol en un oficio, el político, en el que lo rutilante escasea. Pero es evidente que su protagonismo en el panorama político canadiense se apaga. Según encuestas recientes, los canadienses tienen una mejor opinión de Trump que del líder liberal, con un 26% frente a un 23% favorable a Trudeau. No siempre fue así, pero el fenómeno del trumpismo también ha calado en la pacífica y próspera Canadá.

Después de la salida de Trudeau, el Partido Liberal se ve abocado a la renovación. Donald Trump celebró la renuncia de Chrystia Freeland, quien ahora pudiera resurgir como figura fuerte de los liberales bajo el lema de «Canadá primero» ante las amenazas del estadounidense. Ella entendió el juego de la guerra mejor que Justin Trudeau.

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