Con los activos rusos y Mercosur, el canciller sobrestimó el menguante poder alemán Leer Con los activos rusos y Mercosur, el canciller sobrestimó el menguante poder alemán Leer
El canciller alemán, Friedrich Merz, ha sufrido en Bruselas una primera gran derrota política. Sus principales demandas -el desbloqueo del acuerdo con Mercosur y el uso de los activos rusos congelados para financiar a Kiev- fracasaron, dejando al descubierto no sólo los límites de su estrategia sino también la posición de Alemania en un nuevo equilibrio de poder dentro de una Unión Europea más fragmentada y menos dócil.
Merz llegó al Consejo con un discurso claro, casi inflexible: había que utilizar los activos rusos congelados -cerca de 200.000 millones de euros, en su mayoría bajo custodia en Bélgica- como garantía para financiar el esfuerzo bélico y de reconstrucción de Ucrania. Para él, no se trataba de una opción más, sino de una solución inevitable. «No hay plan B. El uso de esos activos es jurídicamente posible y políticamente necesario», repetía en los días previos.
Lo cierto es que ni la base legal estaba cerrada ni existía un consenso político suficiente. Bélgica se negó a autorizar cualquier uso sin garantías jurídicas sólidas; Francia, Italia y otros Estados expresaron reservas similares. El resultado fue un rechazo claro.
Lo que sí se aprobó fue un préstamo conjunto de 90.000 millones de euros a Ucrania, sin intereses y financiado mediante deuda común de la UE. Presentado formalmente como una solución de emergencia, el acuerdo funcionó en la práctica como un Plan B implícito, la única salida posible para evitar que el Consejo Europeo concluyera sin ningún resultado tangible tras semanas de expectativas elevadas. El préstamo no respondía a la estrategia defendida por Merz, pero permitió al menos salvar la cara del conjunto de la Unión en un momento políticamente sensible.
En términos de riesgo fiscal, el impacto para Alemania no se materializa como una aportación directa proporcional del principal, sino como una responsabilidad vinculada a su peso en el presupuesto de la UE, en torno al 14%, y repartida únicamente entre los Estados miembros que participan en el mecanismo. Países como Hungría, Eslovaquia y la República Checa quedan fuera del reparto de costes, lo que incrementa ligeramente la carga potencial sobre el resto. En un escenario de impago, la exposición alemana podría situarse en el entorno de los 13.000 millones de euros, mientras que en el corto plazo el coste se trasladaría principalmente por la vía de los intereses y de las obligaciones presupuestarias comunes.
Así se consuma la primera derrota del canciller: aceptar una solución que no era la suya, asumir un plan B cuya existencia había negado y hacerlo, además, en contradicción con los principios económicos que había defendido como innegociables. Lo que Merz presentó como inevitable terminó siendo reemplazado por una salida de emergencia que no controlaba y que desmentía su discurso.
A esta incoherencia se suma un elemento que ha alimentado duras críticas internas: Merz es abogado y fue presidente de BlackRock Alemania, una de las mayores gestoras de activos del mundo. Precisamente por esa trayectoria, numerosos analistas se preguntan cómo pudo subestimar los riesgos legales y financieros de una operación que abría la puerta a litigios internacionales y a precedentes de enorme alcance. La paradoja es evidente: quien construyó su perfil político sobre la defensa de la seguridad jurídica impulsó una iniciativa jurídicamente frágil.
Había, además, otro aspecto incómodo en el planteamiento de Merz: el desequilibrio implícito en el reparto de riesgos. Pocos observadores consideran ilegítimo preguntarse si el canciller habría mostrado la misma firmeza de haber estado los activos rusos depositados en Alemania. En la práctica, la propuesta trasladaba los riesgos jurídicos y financieros a terceros países, una asimetría que contribuyó de forma decisiva al rechazo del plan.
La segunda gran apuesta del canciller fue el acuerdo con Mercosur. Merz confió en que la presión diplomática alemana, sumada a la implicación personal de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, bastaría para desbloquear un tratado encallado desde hacía años.
En los días previos al Consejo, el canciller elevó deliberadamente el tono. En un acto público afirmó que «si la Unión Europea no firma ahora con Mercosur, el acuerdo está muerto». No hablaba de ajustes técnicos ni de aplazamientos menores: presentó el momento como una última oportunidad histórica. El mensaje buscaba forzar a los socios reticentes, pero produjo el efecto contrario.
Francia, Italia, Austria y otros Estados se mantuvieron firmes en sus objeciones -impacto sobre la agricultura, garantías medioambientales insuficientes y desequilibrios normativos-. El acuerdo no se firmó. Von der Leyen no viajó a Brasil. Y el «ahora o nunca» del canciller quedó reducido a una declaración vacía.
El conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung lo resumió con una dureza poco habitual: Merz no sólo calculó mal el momento, sino que sobrestimó el poder de Alemania para imponer voluntades en un continente donde ya no existen hegemonías silenciosas. Su error no fue la intención, sino el método: actuó como si la razón bastara, como si el liderazgo se ejerciera por derecho histórico.
A ello se suma la tensión interna que zarandea estos días a la CDU. La elección de Annegret Kramp-Karrenbauer (AKK) como presidenta de la Fundación Konrad Adenauer, frente al candidato respaldado por Merz, Günter Krings, ha sido leída como algo más que un movimiento orgánico. AKK, ex ministra de Defensa con Angela Merkel y ex presidenta de la CDU con su apoyo, se impuso por 28 votos frente a 21, con una abstención.
Aunque la fundación no ejerce poder político directo, su presidencia actúa como un indicador fiable de las correlaciones internas: el resultado confirma que Merz no controla plenamente el partido, y que los sectores heredados del merkelismo mantienen capacidad de influencia.
Esta triple derrota constituye una advertencia política clara para el canciller. En el plano europeo, Merz sale desautorizado y debilitado, al comprobar que Alemania ya no puede imponer prioridades por mera convicción o peso económico. En el plano interno, el balance refuerza las críticas dentro de la CDU y alimenta la decepción de un electorado al que había prometido firmeza, control y coherencia.
Ese desgaste no es retórico. En apenas seis meses de mandato, la aprobación de Merz ha caído por debajo del 30%. En términos comparativos, su valoración se aproxima ya a los peores momentos de Olaf Scholz y queda muy por debajo del nivel con el que Angela Merkel decidió retirarse de la política tras diecisiete años en el poder. La diferencia es el tiempo: ninguno de sus antecesores sufrió un desgaste tan rápido.
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