Si hay algo que la historia de la ciencia nos ha enseñado es que incluso los más brillantes científicos son, al final del día, humanos. Y, como veremos, están sujetos a todas esas pequeñas y grandes debilidades que caracterizan nuestra especie: el orgullo, los prejuicios y, por qué no decirlo, la obstinación.La historia de la rivalidad entre Subrahmanyan Chandrasekhar (1910-1995) y Arthur Eddington (1882-1994) es quizás uno de los ejemplos más ilustrativos de cómo estas debilidades humanas pueden retrasar el progreso científico durante décadas.Pongámonos en escena. Nos encontramos en 1930 cuando un hindú de apenas diecinueve años, durante su viaje en barco desde Madrás hasta Inglaterra, desarrolla una teoría revolucionaria sobre el destino final de las estrellas. Este joven, llamado Subrahmanyan Chandrasekhar, había descubierto algo extraordinario: existía un límite matemático para la masa de las estrellas enanas blancas, por encima del cual no podrían mantener su estabilidad.Noticia Relacionada grandes rivalidades de la ciencia estandar No Edison contra Tesla: la oscura batalla que aún hoy alumbra nuestras vidas Pedro Gargantilla Esta disputa, conocida como ‘La guerra de las corrientes’, no solo definió cómo iluminamos nuestros hogares, sino que marcó el rumbo del desarrollo tecnológico modernoEn el otro rincón del anillo científico estaba sir Arthur Stanley Eddington, el astrónomo británico más respetado de su época, el hombre que había confirmado la teoría de la relatividad de Einstein durante el eclipse solar de 1919. Eddington era, por decirlo de alguna manera, el rockstar de la astrofísica británica en aquellos momentos.El fatídico encuentroEl 11 de enero de 1935 en una reunión de la Royal Astronomical Society, Chandrasekhar presentó unos cálculos que demostraban que las estrellas con masas superiores a 1,4 veces la masa del Sol (lo que hoy conocemos como el límite de Chandrasekhar) no podían terminar sus vidas como enanas blancas estables. ¿Y qué les pasaba entonces? Bueno, esa era la pregunta del millón que no tenía respuesta.Eddington, que estaba sentado en la audiencia, pidió la palabra después de la presentación. Lo que siguió fue el equivalente académico de un asesinato en público.Con toda la autoridad que le conferían sus años de experiencia y su posición, Eddington procedió a ridiculizar la teoría del joven hindú, calificándola de «absurda» y argumentando que «debía existir alguna ley de la naturaleza que impidiese que las estrellas se comportasen de manera tan absurda».La ironía cósmicaLo verdaderamente irónico de toda esta situación es que Eddington, el mismo hombre que había ayudado a confirmar la teoría de la relatividad de Einstein (una teoría que, por cierto, en su momento parecía «absurda» para muchos), ahora se negaba a aceptar las consecuencias matemáticas de combinar esa misma relatividad con la mecánica cuántica, que era exactamente lo que Chandrasekhar había hecho.Y aquí viene la parte más sabrosa: Eddington estaba completamente equivocado. Los cálculos de Chandrasekhar eran correctos y, lo que era más importante, sentaron las bases para nuestra comprensión moderna de los agujeros negros , aunque en ese momento nadie se atrevía a sugerir tal posibilidad.La autoridad de Eddington era tal que su rechazo a la nueva teoría tuvo consecuencias devastadoras. Durante décadas la investigación sobre el colapso estelar se vio retrasada.El científico hindú, desmoralizado, pero no derrotado, abandonó esta línea de investigación y se dedicó a otros campos de la astrofísica, donde realizó contribuciones igualmente brillantes.No fue hasta los años sesenta cuando la evidencia observacional se hizo imposible de ignorar, que la comunidad científica finalmente aceptó que Chandrasekhar había estado en lo correcto todo el tiempo. En 1983, casi cinco décadas después de aquel fatídico encuentro, Chandrasekhar recibió el Premio Nobel de Física por su trabajo sobre la evolución estelar.El precio del prejuicio¿Por qué Eddington, un científico brillante y generalmente abierto a ideas revolucionarias, se mostró tan cerrado en este caso? Los historiadores de la ciencia han especulado mucho sobre sus motivos. Algunos sugieren que fue simple prejuicio racial o generacional. Otros argumentan que Eddington tenía una aversión filosófica a la idea de que las estrellas pudieran colapsar completamente, algo que le parecía «poco elegante» desde el punto de vista de la naturaleza.Hoy en día, el límite de Chandrasekhar es un concepto fundamental en astrofísica, y su nombre está grabado con letras de oro no solo en los libros de texto, sino también en el espacio: la NASA nombró uno de sus telescopios espaciales más importantes en su honor. Mientras tanto la reputación de Eddington, aunque sigue siendo respetada por sus muchas contribuciones importantes, lleva la mancha de este episodio como un recordatorio de que incluso los más grandes pueden equivocarse cuando permiten que el ego nuble su juicio.MÁS INFORMACIÓN noticia Si La guerra de los huesos: cuando el ego hizo temblar la paleontología noticia No La batalla por el cosmos: cuando Sagan se enfrentó a VelikovskyAsí que ya sabe, la próxima vez que mire las estrellas, recuerde esta historia. Recuerde que en algún lugar por ahí arriba hay estrellas que están alcanzando ese límite crítico de 1.4 masas solares, preparándose para demostrar, una vez más, que Chandrasekhar tenía razón. Si hay algo que la historia de la ciencia nos ha enseñado es que incluso los más brillantes científicos son, al final del día, humanos. Y, como veremos, están sujetos a todas esas pequeñas y grandes debilidades que caracterizan nuestra especie: el orgullo, los prejuicios y, por qué no decirlo, la obstinación.La historia de la rivalidad entre Subrahmanyan Chandrasekhar (1910-1995) y Arthur Eddington (1882-1994) es quizás uno de los ejemplos más ilustrativos de cómo estas debilidades humanas pueden retrasar el progreso científico durante décadas.Pongámonos en escena. Nos encontramos en 1930 cuando un hindú de apenas diecinueve años, durante su viaje en barco desde Madrás hasta Inglaterra, desarrolla una teoría revolucionaria sobre el destino final de las estrellas. Este joven, llamado Subrahmanyan Chandrasekhar, había descubierto algo extraordinario: existía un límite matemático para la masa de las estrellas enanas blancas, por encima del cual no podrían mantener su estabilidad.Noticia Relacionada grandes rivalidades de la ciencia estandar No Edison contra Tesla: la oscura batalla que aún hoy alumbra nuestras vidas Pedro Gargantilla Esta disputa, conocida como ‘La guerra de las corrientes’, no solo definió cómo iluminamos nuestros hogares, sino que marcó el rumbo del desarrollo tecnológico modernoEn el otro rincón del anillo científico estaba sir Arthur Stanley Eddington, el astrónomo británico más respetado de su época, el hombre que había confirmado la teoría de la relatividad de Einstein durante el eclipse solar de 1919. Eddington era, por decirlo de alguna manera, el rockstar de la astrofísica británica en aquellos momentos.El fatídico encuentroEl 11 de enero de 1935 en una reunión de la Royal Astronomical Society, Chandrasekhar presentó unos cálculos que demostraban que las estrellas con masas superiores a 1,4 veces la masa del Sol (lo que hoy conocemos como el límite de Chandrasekhar) no podían terminar sus vidas como enanas blancas estables. ¿Y qué les pasaba entonces? Bueno, esa era la pregunta del millón que no tenía respuesta.Eddington, que estaba sentado en la audiencia, pidió la palabra después de la presentación. Lo que siguió fue el equivalente académico de un asesinato en público.Con toda la autoridad que le conferían sus años de experiencia y su posición, Eddington procedió a ridiculizar la teoría del joven hindú, calificándola de «absurda» y argumentando que «debía existir alguna ley de la naturaleza que impidiese que las estrellas se comportasen de manera tan absurda».La ironía cósmicaLo verdaderamente irónico de toda esta situación es que Eddington, el mismo hombre que había ayudado a confirmar la teoría de la relatividad de Einstein (una teoría que, por cierto, en su momento parecía «absurda» para muchos), ahora se negaba a aceptar las consecuencias matemáticas de combinar esa misma relatividad con la mecánica cuántica, que era exactamente lo que Chandrasekhar había hecho.Y aquí viene la parte más sabrosa: Eddington estaba completamente equivocado. Los cálculos de Chandrasekhar eran correctos y, lo que era más importante, sentaron las bases para nuestra comprensión moderna de los agujeros negros , aunque en ese momento nadie se atrevía a sugerir tal posibilidad.La autoridad de Eddington era tal que su rechazo a la nueva teoría tuvo consecuencias devastadoras. Durante décadas la investigación sobre el colapso estelar se vio retrasada.El científico hindú, desmoralizado, pero no derrotado, abandonó esta línea de investigación y se dedicó a otros campos de la astrofísica, donde realizó contribuciones igualmente brillantes.No fue hasta los años sesenta cuando la evidencia observacional se hizo imposible de ignorar, que la comunidad científica finalmente aceptó que Chandrasekhar había estado en lo correcto todo el tiempo. En 1983, casi cinco décadas después de aquel fatídico encuentro, Chandrasekhar recibió el Premio Nobel de Física por su trabajo sobre la evolución estelar.El precio del prejuicio¿Por qué Eddington, un científico brillante y generalmente abierto a ideas revolucionarias, se mostró tan cerrado en este caso? Los historiadores de la ciencia han especulado mucho sobre sus motivos. Algunos sugieren que fue simple prejuicio racial o generacional. Otros argumentan que Eddington tenía una aversión filosófica a la idea de que las estrellas pudieran colapsar completamente, algo que le parecía «poco elegante» desde el punto de vista de la naturaleza.Hoy en día, el límite de Chandrasekhar es un concepto fundamental en astrofísica, y su nombre está grabado con letras de oro no solo en los libros de texto, sino también en el espacio: la NASA nombró uno de sus telescopios espaciales más importantes en su honor. Mientras tanto la reputación de Eddington, aunque sigue siendo respetada por sus muchas contribuciones importantes, lleva la mancha de este episodio como un recordatorio de que incluso los más grandes pueden equivocarse cuando permiten que el ego nuble su juicio.MÁS INFORMACIÓN noticia Si La guerra de los huesos: cuando el ego hizo temblar la paleontología noticia No La batalla por el cosmos: cuando Sagan se enfrentó a VelikovskyAsí que ya sabe, la próxima vez que mire las estrellas, recuerde esta historia. Recuerde que en algún lugar por ahí arriba hay estrellas que están alcanzando ese límite crítico de 1.4 masas solares, preparándose para demostrar, una vez más, que Chandrasekhar tenía razón.
Si hay algo que la historia de la ciencia nos ha enseñado es que incluso los más brillantes científicos son, al final del día, humanos. Y, como veremos, están sujetos a todas esas pequeñas y grandes debilidades que caracterizan nuestra especie: el orgullo, los prejuicios … y, por qué no decirlo, la obstinación.
La historia de la rivalidad entre Subrahmanyan Chandrasekhar (1910-1995) y Arthur Eddington (1882-1994) es quizás uno de los ejemplos más ilustrativos de cómo estas debilidades humanas pueden retrasar el progreso científico durante décadas.
Pongámonos en escena. Nos encontramos en 1930 cuando un hindú de apenas diecinueve años, durante su viaje en barco desde Madrás hasta Inglaterra, desarrolla una teoría revolucionaria sobre el destino final de las estrellas. Este joven, llamado Subrahmanyan Chandrasekhar, había descubierto algo extraordinario: existía un límite matemático para la masa de las estrellas enanas blancas, por encima del cual no podrían mantener su estabilidad.
En el otro rincón del anillo científico estaba sir Arthur Stanley Eddington, el astrónomo británico más respetado de su época, el hombre que había confirmado la teoría de la relatividad de Einstein durante el eclipse solar de 1919. Eddington era, por decirlo de alguna manera, el rockstar de la astrofísica británica en aquellos momentos.
El fatídico encuentro
El 11 de enero de 1935 en una reunión de la Royal Astronomical Society, Chandrasekhar presentó unos cálculos que demostraban que las estrellas con masas superiores a 1,4 veces la masa del Sol (lo que hoy conocemos como el límite de Chandrasekhar) no podían terminar sus vidas como enanas blancas estables. ¿Y qué les pasaba entonces? Bueno, esa era la pregunta del millón que no tenía respuesta.
Eddington, que estaba sentado en la audiencia, pidió la palabra después de la presentación. Lo que siguió fue el equivalente académico de un asesinato en público.
Con toda la autoridad que le conferían sus años de experiencia y su posición, Eddington procedió a ridiculizar la teoría del joven hindú, calificándola de «absurda» y argumentando que «debía existir alguna ley de la naturaleza que impidiese que las estrellas se comportasen de manera tan absurda».
La ironía cósmica
Lo verdaderamente irónico de toda esta situación es que Eddington, el mismo hombre que había ayudado a confirmar la teoría de la relatividad de Einstein (una teoría que, por cierto, en su momento parecía «absurda» para muchos), ahora se negaba a aceptar las consecuencias matemáticas de combinar esa misma relatividad con la mecánica cuántica, que era exactamente lo que Chandrasekhar había hecho.
Y aquí viene la parte más sabrosa: Eddington estaba completamente equivocado. Los cálculos de Chandrasekhar eran correctos y, lo que era más importante, sentaron las bases para nuestra comprensión moderna de los agujeros negros, aunque en ese momento nadie se atrevía a sugerir tal posibilidad.
La autoridad de Eddington era tal que su rechazo a la nueva teoría tuvo consecuencias devastadoras. Durante décadas la investigación sobre el colapso estelar se vio retrasada.
El científico hindú, desmoralizado, pero no derrotado, abandonó esta línea de investigación y se dedicó a otros campos de la astrofísica, donde realizó contribuciones igualmente brillantes.
No fue hasta los años sesenta cuando la evidencia observacional se hizo imposible de ignorar, que la comunidad científica finalmente aceptó que Chandrasekhar había estado en lo correcto todo el tiempo. En 1983, casi cinco décadas después de aquel fatídico encuentro, Chandrasekhar recibió el Premio Nobel de Física por su trabajo sobre la evolución estelar.
El precio del prejuicio
¿Por qué Eddington, un científico brillante y generalmente abierto a ideas revolucionarias, se mostró tan cerrado en este caso? Los historiadores de la ciencia han especulado mucho sobre sus motivos. Algunos sugieren que fue simple prejuicio racial o generacional. Otros argumentan que Eddington tenía una aversión filosófica a la idea de que las estrellas pudieran colapsar completamente, algo que le parecía «poco elegante» desde el punto de vista de la naturaleza.
Hoy en día, el límite de Chandrasekhar es un concepto fundamental en astrofísica, y su nombre está grabado con letras de oro no solo en los libros de texto, sino también en el espacio: la NASA nombró uno de sus telescopios espaciales más importantes en su honor. Mientras tanto la reputación de Eddington, aunque sigue siendo respetada por sus muchas contribuciones importantes, lleva la mancha de este episodio como un recordatorio de que incluso los más grandes pueden equivocarse cuando permiten que el ego nuble su juicio.
Así que ya sabe, la próxima vez que mire las estrellas, recuerde esta historia. Recuerde que en algún lugar por ahí arriba hay estrellas que están alcanzando ese límite crítico de 1.4 masas solares, preparándose para demostrar, una vez más, que Chandrasekhar tenía razón.
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