El Papa León XIV tuvo «momentos de duda» y pensó en casarse y tener hijos

La influencia de su padre, Louis Marius Prevost, educador y catequista, fue sin embargo «fundamental» para ayudarle a elegir finalmente el sacerdocio Leer La influencia de su padre, Louis Marius Prevost, educador y catequista, fue sin embargo «fundamental» para ayudarle a elegir finalmente el sacerdocio Leer  

Días antes de su consagración como el Papa León XIV, Robert Francis Prevostconcedió una entrevista al TG1 de la Rai en la que reconocía sus «momentos de duda sobre la vocación» cuando estaba aún en el seminario: «Cuando uno es joven piensa: mejor dejo esta vida y me caso, quiero tener hijos y llevar una vida digamos que normal, como la que había visto en mi familia».

La influencia de su padre, Louis Marius Prevost, educador y catequista, fue sin embargo «fundamental» para ayudarle a elegir finalmente el sacerdocio. «El no era teólogo, pero hablaba de las cosas concretas. Me hablaba de la intimidad con mi madre, de la importancia del amor, y de lo importante que era conocer a Cristo en la vida».

«Mi vocación nació en una familia muy católica que se implicaba en la parroquia, por eso tuve esa experiencia parroquial de niño», recuerda el Papa cuando aún era cardenal. «Veía la dedicación de mis padres y la de los sacerdotes diocesanos, y eso hizo nacer en mí del deseo de convertirme en sacerdote».

Prevost hace referencia también a su madre bibliotecaria, Mildred Agnes Martínez: «Ahora ellos están con Dios… Los dos nacieron en Chicago como yo, pero los abuelos eran todos inmigrantes, franceses y españoles».

«Después conocí a mi familia religiosa, los agustinianos», agregaba el entonces cardenal. «Y tras un breve período de discernimiento, conociendo también a jóvenes que se hicieron agustinianos me dije: está bien, voy a este seminario y ya veremos. De hecho, entré en el seminario menor con 14 años y la historia siguió avanzando».

Estudió en la escuela parroquial y al ingresar en el noviciado, y por influencia de sus amistades, ya tenía claro que pertenecería a la orden que marcó su vida y con la que se ha convertido en el primer Papa agustiniano de la historia.

Estudió Matemáticas y Filosofía en su primera experiencia universitaria, aligerada por su afición al tenis. Y finalmente entró en el noviciado. «Y así acaba la primera parte de la historia, la de un chaval que vive con otros jóvenes, conociéndose a sí mismo, lo cual es un tema importante también como hijo de San Agustín, reconociendo el valor de la amistad y de la vida comunitaria».

De la ciencia dio el salto a la teología y finalmente se licenció en derecho canónico en Roma (donde perfeccionó su impecable italiano, una de las seis lenguas que habla). Al completar sus estudios sintió «el deseo de ser misionero y no quedarme en mi país, de participar de alguna manera en otro tipo de trabajo como sacerdote y como religioso».

El destino le hizo partir hacia Chulucanas, en Perú, donde fue vicario parroquial, pasando por Trujillos y finalmente como obispo en Chiclayo, a cuya diócesis saludó afectuosamente en español desde el balcón de San Pedro. Entre idas y venidas, fueron más de veinte años como misionero en Perú, que acabó calando hondo en él, hasta el punto adoptar la doble nacionalidad peruano-estadounidense.

La parte final de la entrevista, que tiene algo de confesión personal, la dedica a su visión de la Iglesia, «no como institución sino como comunidad de fieles, de mártires, con la presencia y el testimonio de hombres y mujeres que dan su vida incluso en situaciones de violencia y de guerra».

«La Iglesia es una voz que ofrece gran esperanza al mundo», concluye Prevost. «Desgraciadamente, no todos tienen la voluntad de escuchar el mensaje. Y ese es un desafío muy grande para la Iglesia. Demasiadas veces la hemos dejando convertirse en una institución. Y hay dimensiones institucionales, pero ese no es el corazón de lo que debe ser la Iglesia».

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