Trump parecía tan perdido en la ceremonia como un párroco en un cabaret Leer Trump parecía tan perdido en la ceremonia como un párroco en un cabaret Leer
No es posible exagerar el carácter histórico de este sábado de abril en que la Iglesia despidió al papa que vino del fin del mundo. No hay peligro de que el abuso de la hipérbole propio del oficio desfigure esta vez la trascendencia de la jornada. Por la impronta reformista del pontificado, por el alcance popular de su figura, por la abrumadora presencia de mandatarios reunidos para tributar su último adiós al obispo de Roma. Como si fuera consciente de su papel en la liturgia, hasta el clima quiso contribuir al esplendor fotogénico del rito, derramando un sol jubiloso sobre las decenas de miles de almas congregadas en la plaza y en las calles aledañas, donde se habían instalado pantallas gigantes como si se estuviera retransmitiendo la final de una Eurocopa. Donald Trump guiñaba molesto los ojos bajo el castigo solar que amenazaba con desteñirlo. Parecía tan perdido en la ceremonia como un párroco en un cabaret.
El sencillo ataúd de madera ubicado en el centro de la escena, a los pies del altar efímero, casi parecía un mudo reproche a la ostentación del poder representado en la tribuna. Ha sido Bergoglio el papa de los descartados, pero no dejaba de ser un sumo pontífice. Y todavía en este espacio y este tiempo, en el corazón de un Occidente que acelera su proceso de desencantamiento, el líder del catolicismo es capaz de convocar la reverencia de cincuenta jefes de Estado atentos al despliegue litúrgico de sus exequias fúnebres. Un hombre de paz homenajeado por quienes tienen en su mano la posibilidad de la guerra y la vigencia de la justicia. Pedro Sánchez no estaba allí, claro. Los libros de historia nunca han sido su sitio.
La víspera, caída ya la noche, las sirenas de los coches oficiales atronaban las calles de la capital italiana, blindada para la ocasión. El turista que recorría despreocupado las calles más concurridas del centro histórico tropezaba con armas de grueso calibre en cualquier esquina, portadas por hombres muy serios de escasa disposición franciscana: nunca le han pegado a un Cristo dos pistolas. Estaba previsto que el avión del emperador aterrizara al filo de la medianoche. A la mañana siguiente se filtraron imágenes de un encuentro improvisado en el interior de la basílica entre Trump y Zelenski. ¿Penitente y confesor? ¿Podría resultar de ese diálogo el primer milagro póstumo de Francisco? También Giorgia Meloni andaba planeando una cumbre oficiosa en la esperanza de zurcir los lazos descosidos por los aranceles entre Estados Unidos y la Unión Europea. ¿Sucedió finalmente? El cardenal Re, por su parte, se condujo como un exponente de la mejor diplomacia vaticana. Todo un pleonasmo si atendemos al hecho de que la institución de la embajada nació precisamente ante la Santa Sede: fue un emisario de los Reyes Católicos. A sus 91 años, don Giovanni Battista no desaprovechó la ocasión de empujar al mundo hacia la paz en tiempos de incertidumbre: hiló una homilía sutil en memoria del finado, destinada a ser entendida por todo el que quisiera entenderla.
Los días son verdaderamente históricos cuando vuelven inviable la restauración del tiempo previo. Y podrán elegir los cardenales ahora un papa más o menos afín al francisquismo en las formas. Pero se extiende la certeza -y la encuesta de este periódico lo corrobora- de que el rumbo fijado por el nuevo inquilino de Santa María la Mayor no será drásticamente corregido por su sucesor. Quizá porque el cónclave de 2013 no decantó tanto un nombre como una estrategia. Una que fue formulada hace dos mil años.
Internacional // elmundo