No tiene ya mucho sentido reflexionar sobre algo que parece inevitable y que gravitará sobre el desarrollo inminente del Congreso Nacional del PP. A saber, que Alberto Núñez Feijóo ganará las próximas elecciones generales. Más interesante y arriesgado es, en mi opinión, analizar y explicar lo que añadiré a continuación: que llegará a la presidencia del Gobierno si acierta en lo que haga a partir de su confirmación como líder del PP y hasta el momento de las elecciones. Ambas circunstancias, por cierto, estrechamente relacionadas con la caída, casi inevitable también, de Pedro Sánchez como presidente.
Si el líder del PP quiere gobernar debe comprender que la arquitectura institucional y la organización social de España no admite más tensión
No tiene ya mucho sentido reflexionar sobre algo que parece inevitable y que gravitará sobre el desarrollo inminente del Congreso Nacional del PP. A saber, que Alberto Núñez Feijóo ganará las próximas elecciones generales. Más interesante y arriesgado es, en mi opinión, analizar y explicar lo que añadiré a continuación: que llegará a la presidencia del Gobierno si acierta en lo que haga a partir de su confirmación como líder del PP y hasta el momento de las elecciones. Ambas circunstancias, por cierto, estrechamente relacionadas con la caída, casi inevitable también, de Pedro Sánchez como presidente.
Que esto vaya a suceder de forma inminente está por ver. De ahí que haya deslizado un “casi” que matiza lo que parece inevitable acerca de su inminente futuro. Sánchez ya ha demostrado una capacidad de resistencia que nunca deja de sorprender. Sin embargo, esta vez el margen de sorpresa elusiva es tan escaso como la capacidad de maniobra política que conserva para continuar al frente del Gobierno. De hecho, según pasan los días se enfrenta a una cita consigo mismo que no podrá evitar después de que se han conocido escándalos de corrupción que afectan a su círculo de confianza más estrecho en el PSOE. Esta circunstancia hace que el presidente se asome a un escenario previsible de caída al sufrir una ley newtoniana de gravedad que, en política, es tan tozuda como el daño que sufre la imagen de quien se tambalea por el peso del descrédito.
Este sábado tanto Feijóo como Sánchez vivirán un momento trascendental en sus respectivas biografías políticas. Uno en el Congreso Nacional de su partido, y el otro ante su Comité Federal. Ambos abordarán citas que dibujan una encrucijada vital de la que dependerá su futuro. Estoy seguro de que los dos saben lo mucho que se juegan. Feijóo, consolidarse por aclamación como líder de un partido que tendrá que cohesionar con mano firme si quiere que lo catapulte eficazmente al poder. Y Sánchez, conservar el que le queda mediante un control de daños que minimice las críticas y le permita diseñar una huida hacia delante para alargar la legislatura tanto como resista personalmente la adversidad política.
Esta introducción era, en mi opinión, necesaria para entender qué debe hacer Feijóo si quiere acertar a la hora de ser elegido presidente del Gobierno. Algo que pasa por ofrecer a la sociedad española una alternativa creíble en una coyuntura de desfondamiento generalizado de la política, pero que no se puede quedar ahí. Debe ir más lejos y aportar más cosas. La principal: saber cómo piensa sacarnos de una situación polarizada que alimenta el populismo y enrarece una atmósfera social que carece de referentes admirables que estabilicen y den sentido a nuestra convivencia democrática.
Entender esto es básico. Vivimos en un país que disfruta de una prosperidad y una paz social tan relativas y precarias que hay que decir, también, que están cogidas con alfileres. Por eso, si Feijóo quiere gobernar España después de ganar unas elecciones, debe comprender que la arquitectura institucional y la organización social del país sufre una peligrosa fatiga de materiales que no admite más tensión en el sistema. Digámoslo así para que se entienda: vamos muy justos como país en casi todo.
Lo vemos estos días en la superficie de nuestras infraestructuras, de las que nos sentíamos tan satisfechos. Pero olvidamos lo justo que vamos, sobre todo, en las profundidades más cotidianas de la administración de los muchos malestares que fluyen en el inconsciente de una sociedad que ya no da más de sí a la hora de gestionar las consecuencias de políticas públicas cada vez más disfuncionales en vivienda, educación, sanidad, cambio climático o el cuidado de nuestros mayores. Factores que se traducen en un hartazgo que colinda con la antipolítica y que hace que vayamos muy justos en la paciencia que la gente muestra hacia los partidos y la gestión que deberían hacer de estas cuestiones cuando gobiernan en los ayuntamientos, las autonomías o el Estado.
Con este panorama, ¿qué puede decirse a Feijóo si el éxito electoral está garantizado y, además, acumula tanta experiencia política a sus espaldas? Que interiorice que no puede repetir lo sucedido en 2023, cuando lo que parecía seguro después de las municipales y autonómicas se evaporó en la cita de las generales. Algo que pasó porque la precipitación por ganar como fuese dañó el liderazgo pausado que se necesitaba para gobernar. Especialmente cuando todo juega a favor y parece inevitable llegar al Gobierno. Entonces es cuando hay que recordar que esto puede hacerse mejor o peor. Y es que solo hay una parada en Moncloa y hay que bajarse a tiempo: ni antes ni después.
Algo que tiene que ver con qué línea política que eliges para llegar a tu destino. Parece que la que ofrece la ponencia del Congreso apunta hacia lo correcto, aunque con matices, que nacen de los miedos y fobias que están en el inconsciente de un partido que siempre ha querido mostrarse de centro para ganar, pero que necesita, hoy más que nunca, controlar a su derecha si quiere hacerlo con relativa holgura. Un equilibrio que siempre ha sido difícil, pero que en la actualidad puede hacer que Núñez Feijóo se baje, o no, en la parada de Moncloa. Por simplificar, si se sintiera tentado de imitar en el futuro el populismo pragmático de Giorgia Meloni se pasaría de frenada. Si quisiera parecerse a Emmanuel Macron en su pragmatismo centrista se quedaría corto. ¿Entonces? Friedrich Merz y Luís Montenegro parece que son las líneas a seguir. Digo esto porque es lo deja entrever una ponencia política de mínimos, que además está redactada de forma muy abierta. Con todo, es un texto que dice cosas que están más en sintonía con la herencia de Mariano Rajoy que la de José María Aznar. Precisemos más: podría parecer que suena a este último, pero la partitura es, sin duda, del primero y viene de Galicia aunque con muchos toques provenientes de Andalucía. En fin, que se nota que hay compromisos y alianzas de fondo que reflejan que Feijóo tiene ya una mayoría que le apoya sin fisuras en su camino hacia La Moncloa.
En cualquier caso, lo que despejará este desenlace necesitará una mayoría contundente en las urnas. Tan irresistible, sin ser absoluta, que sea inevitable para alcanzar la investidura. Para conseguirlo tendrá que sumar y añadir los votos de otros partidos, entre los que tendrán que estar los nacionalistas vascos y catalanes. Para lo cual la negociación exigirá diálogo y eso supone que el PP tendrá que esforzarse a partir de ahora en respetar a quienes no coinciden completamente con sus opiniones, pues habrá que convencerles de que le voten para gobernar.
¿Cómo puede obtenerse una mayoría contundente y crear las condiciones para que los que no sintonizan con tus propuestas políticas estén dispuestos a facilitar tu investidura? Aquí es donde el estilo, los valores y las ideas de un partido cuentan. Y lo irán haciendo más, a medida que la gente demande más ejemplaridad a sus políticos y, sobre todo, menos polarización. Los dogmáticos y los populistas ya están sobrerrepresentados. Los moderados, no. Y cuando hablo de moderados me refiero a la defensa de ese justo medio y ese equilibrio sobre el que se funda la equidad en Occidente desde Platón a nuestros días y que nace del cuidado de los límites y el trabajo compartido para reconstruir la confianza en una democracia que ha de recobrar su auctoritas para que sea respetada y no solo obedecida como mayoría. Una apuesta de fondo que requiere tener los pies en la realidad de nuestro tiempo y, sobre todo, comprender que vamos muy justos para casi todo.
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