El viernes, tras la clasificación del Betis para la final de la Conference League, el real de la Feria amaneció plagado de abanicos del equipo verdiblanco celebrando el próximo choque contra el Chelsea. La guasa estaba asegurada. Ayer, después de que el Panda rematara la humillación del Sevilla frente al Celta con un globito, los sevillistas seguro que prefirieron quedarse en casa. No existen estadísticas, pero estoy convencido de que, en la noche del sábado de feria, ganó por goleada la presencia bética. Porque el argumento de las siete Europa League empieza a resultar demasiado ridículo e insuficiente para contestar al oprobio perpetrado por este lamentable Sevilla que huele insoportablemente a cadaverina.Hacia mediados del siglo XIX, se pusieron muy de moda las fotos post mortem. En ellas, los finados aparecían con los ojos abiertos, e incluso acompañados de otros familiares vivos. Era una forma de recordar a los fallecidos y poder lucirlos en sus salones. Durante el segundo tiempo frente al Celta, el Sevilla parecía un equipo vivo, con jugadores que aparentemente corrían persiguiendo el balón, pero en realidad estaban todos muertos. El remate fúnebre, la constatación definitiva de que a los de Nervión ya les había abandonado el pulso, fue el fallo catastrófico de Gudelj que propició el gol humillante de Borja Iglesias.En varios momentos del encuentro, enfocaron al seleccionador del equipo español, Luis de la Fuente, que estaba de espectador y quién sabe si de ojeador. Un aliciente formidable para los jugadores. Corrijo: un aliciente formidable para los jugadores del Celta. Porque si yo fuera el seleccionador, ya tendría muy claro que al Sevilla es mejor no mirarlo. Está para un entierro, pero de los rápidos, de los que se hacían sin ceremonias a los muertos por la peste para evitar el contagio.Porque vaya peste. Detrás de uno de los goles de Balaídos están haciendo obras, y lo que la tele reflejaba era una tremenda escombrera, tras la que se adivinaban bloques de vivienda y alguna carretera. Un sitio perfecto para arrojar al equipo completo, que jugó medio tiempo con uno más y pareció que jugaba con tres menos. Me recordó a uno de esos retos que, de pequeños, cuando echábamos una pachanga en el patio del colegio, nos proponían los del último curso: os damos una diferencia de tres goles y jugamos con cinco menos. Estoy convencido de que ayer los diez del Celta nos hubieran ganado a la pata coja y con un ojo tapado.Es una evidencia incontestable: durante el primer tiempo, equilibrados en número, jugamos bastante mejor que en el segundo. Pero es que en el segundo, en realidad, casi no jugamos. Y lo poco que jugamos se topó con la inspiración de Guaita. El gol de cagalástima de Kike Salas al final del descuento fue como esos maquillajes que se aplican las mujeres vestidas de gitana en el último día de feria: por más potingues que les eches, no hay quien arregle ya esas caritas perjudicadas.Humillados y ofendidos. Así se llama uno de los títulos de Dostoievski más celebrados, en el que ofrecía un friso doloroso de personajes vejados por sus circunstancias sociales y económicas. Antes de eso, el célebre autor ruso había sido sometido a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Pero ese castigo fue una conmutación de una pena de muerte. Cuando iban a ajusticiarlo, justo cuando le tapaban los ojos, un oficial a caballo entró en el patio de las ejecuciones y ordenó parar el fusilamiento por la gracia de la voluntad sagrada del zar. Stefan Zweig convirtió la historia en uno de los Momentos estelares de la humanidad. Momento heroico, tituló a ese capítulo. Y es justamente eso, un momento heroico, lo que necesita este Sevilla para salvarse ahora mismo del descenso. Pero me temo que no hay jinete ni zar ni gracia sagrada que en este caso nos vaya a salvar. La última opción para apearse del Cadalso es sentenciar a otro cadáver viviente, Las Palmas. El martes es la última posibilidad realista para que esto no acabe en entierro. El viernes, tras la clasificación del Betis para la final de la Conference League, el real de la Feria amaneció plagado de abanicos del equipo verdiblanco celebrando el próximo choque contra el Chelsea. La guasa estaba asegurada. Ayer, después de que el Panda rematara la humillación del Sevilla frente al Celta con un globito, los sevillistas seguro que prefirieron quedarse en casa. No existen estadísticas, pero estoy convencido de que, en la noche del sábado de feria, ganó por goleada la presencia bética. Porque el argumento de las siete Europa League empieza a resultar demasiado ridículo e insuficiente para contestar al oprobio perpetrado por este lamentable Sevilla que huele insoportablemente a cadaverina.Hacia mediados del siglo XIX, se pusieron muy de moda las fotos post mortem. En ellas, los finados aparecían con los ojos abiertos, e incluso acompañados de otros familiares vivos. Era una forma de recordar a los fallecidos y poder lucirlos en sus salones. Durante el segundo tiempo frente al Celta, el Sevilla parecía un equipo vivo, con jugadores que aparentemente corrían persiguiendo el balón, pero en realidad estaban todos muertos. El remate fúnebre, la constatación definitiva de que a los de Nervión ya les había abandonado el pulso, fue el fallo catastrófico de Gudelj que propició el gol humillante de Borja Iglesias.En varios momentos del encuentro, enfocaron al seleccionador del equipo español, Luis de la Fuente, que estaba de espectador y quién sabe si de ojeador. Un aliciente formidable para los jugadores. Corrijo: un aliciente formidable para los jugadores del Celta. Porque si yo fuera el seleccionador, ya tendría muy claro que al Sevilla es mejor no mirarlo. Está para un entierro, pero de los rápidos, de los que se hacían sin ceremonias a los muertos por la peste para evitar el contagio.Porque vaya peste. Detrás de uno de los goles de Balaídos están haciendo obras, y lo que la tele reflejaba era una tremenda escombrera, tras la que se adivinaban bloques de vivienda y alguna carretera. Un sitio perfecto para arrojar al equipo completo, que jugó medio tiempo con uno más y pareció que jugaba con tres menos. Me recordó a uno de esos retos que, de pequeños, cuando echábamos una pachanga en el patio del colegio, nos proponían los del último curso: os damos una diferencia de tres goles y jugamos con cinco menos. Estoy convencido de que ayer los diez del Celta nos hubieran ganado a la pata coja y con un ojo tapado.Es una evidencia incontestable: durante el primer tiempo, equilibrados en número, jugamos bastante mejor que en el segundo. Pero es que en el segundo, en realidad, casi no jugamos. Y lo poco que jugamos se topó con la inspiración de Guaita. El gol de cagalástima de Kike Salas al final del descuento fue como esos maquillajes que se aplican las mujeres vestidas de gitana en el último día de feria: por más potingues que les eches, no hay quien arregle ya esas caritas perjudicadas.Humillados y ofendidos. Así se llama uno de los títulos de Dostoievski más celebrados, en el que ofrecía un friso doloroso de personajes vejados por sus circunstancias sociales y económicas. Antes de eso, el célebre autor ruso había sido sometido a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Pero ese castigo fue una conmutación de una pena de muerte. Cuando iban a ajusticiarlo, justo cuando le tapaban los ojos, un oficial a caballo entró en el patio de las ejecuciones y ordenó parar el fusilamiento por la gracia de la voluntad sagrada del zar. Stefan Zweig convirtió la historia en uno de los Momentos estelares de la humanidad. Momento heroico, tituló a ese capítulo. Y es justamente eso, un momento heroico, lo que necesita este Sevilla para salvarse ahora mismo del descenso. Pero me temo que no hay jinete ni zar ni gracia sagrada que en este caso nos vaya a salvar. La última opción para apearse del Cadalso es sentenciar a otro cadáver viviente, Las Palmas. El martes es la última posibilidad realista para que esto no acabe en entierro.
El Sevilla es un retrato post mortem: parece que juega, que corre tras el balón, pero en realidad todo el equipo está muerto
El viernes, tras la clasificación del Betis para la final de la Conference League, el real de la Feria amaneció plagado de abanicos del equipo verdiblanco celebrando el próximo choque contra el Chelsea. La guasa estaba asegurada. Ayer, después de que el Panda rematara la … humillación del Sevilla frente al Celta con un globito, los sevillistas seguro que prefirieron quedarse en casa. No existen estadísticas, pero estoy convencido de que, en la noche del sábado de feria, ganó por goleada la presencia bética. Porque el argumento de las siete Europa League empieza a resultar demasiado ridículo e insuficiente para contestar al oprobio perpetrado por este lamentable Sevilla que huele insoportablemente a cadaverina.
Hacia mediados del siglo XIX, se pusieron muy de moda las fotos post mortem. En ellas, los finados aparecían con los ojos abiertos, e incluso acompañados de otros familiares vivos. Era una forma de recordar a los fallecidos y poder lucirlos en sus salones. Durante el segundo tiempo frente al Celta, el Sevilla parecía un equipo vivo, con jugadores que aparentemente corrían persiguiendo el balón, pero en realidad estaban todos muertos. El remate fúnebre, la constatación definitiva de que a los de Nervión ya les había abandonado el pulso, fue el fallo catastrófico de Gudelj que propició el gol humillante de Borja Iglesias.
En varios momentos del encuentro, enfocaron al seleccionador del equipo español, Luis de la Fuente, que estaba de espectador y quién sabe si de ojeador. Un aliciente formidable para los jugadores. Corrijo: un aliciente formidable para los jugadores del Celta. Porque si yo fuera el seleccionador, ya tendría muy claro que al Sevilla es mejor no mirarlo. Está para un entierro, pero de los rápidos, de los que se hacían sin ceremonias a los muertos por la peste para evitar el contagio.
Porque vaya peste. Detrás de uno de los goles de Balaídos están haciendo obras, y lo que la tele reflejaba era una tremenda escombrera, tras la que se adivinaban bloques de vivienda y alguna carretera. Un sitio perfecto para arrojar al equipo completo, que jugó medio tiempo con uno más y pareció que jugaba con tres menos. Me recordó a uno de esos retos que, de pequeños, cuando echábamos una pachanga en el patio del colegio, nos proponían los del último curso: os damos una diferencia de tres goles y jugamos con cinco menos. Estoy convencido de que ayer los diez del Celta nos hubieran ganado a la pata coja y con un ojo tapado.
Es una evidencia incontestable: durante el primer tiempo, equilibrados en número, jugamos bastante mejor que en el segundo. Pero es que en el segundo, en realidad, casi no jugamos. Y lo poco que jugamos se topó con la inspiración de Guaita. El gol de cagalástima de Kike Salas al final del descuento fue como esos maquillajes que se aplican las mujeres vestidas de gitana en el último día de feria: por más potingues que les eches, no hay quien arregle ya esas caritas perjudicadas.
Humillados y ofendidos. Así se llama uno de los títulos de Dostoievski más celebrados, en el que ofrecía un friso doloroso de personajes vejados por sus circunstancias sociales y económicas. Antes de eso, el célebre autor ruso había sido sometido a cinco años de trabajos forzados en Siberia. Pero ese castigo fue una conmutación de una pena de muerte. Cuando iban a ajusticiarlo, justo cuando le tapaban los ojos, un oficial a caballo entró en el patio de las ejecuciones y ordenó parar el fusilamiento por la gracia de la voluntad sagrada del zar. Stefan Zweig convirtió la historia en uno de los Momentos estelares de la humanidad. Momento heroico, tituló a ese capítulo. Y es justamente eso, un momento heroico, lo que necesita este Sevilla para salvarse ahora mismo del descenso. Pero me temo que no hay jinete ni zar ni gracia sagrada que en este caso nos vaya a salvar. La última opción para apearse del Cadalso es sentenciar a otro cadáver viviente, Las Palmas. El martes es la última posibilidad realista para que esto no acabe en entierro.
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