El Sevilla empezó la semana indigestado por la resaca del empate ante el Valencia, y la ha terminado con un feliz triunfo que, realmente, nadie preveía. Sobre todo porque, con lo de la investigación por el presunto amaño de las tarjetas amarillas de Kike Salas, el Sevilla visitaba Montilivi envuelto en un halo turbio. Desde hace demasiado tiempo, el Sevilla está empeñado en convertir su cotidianidad en carne de ficción. Los dimes y directes entre Del Nido Benavente y Junior parecen un calco, en clave hispalense, de las miserias dinerarias de la familia Roy en la memorable Succession. Aunque es verdad que, en determinados momentos, este drama se escora hacia el sainete más casposo; las trifulcas televisadas entre padre e hijo recuerdan demasiado a los tebeos de Ibáñez. La entrada en juego del presunto amaño de Kike Salas introduce en la ficción un evidente matiz de intriga mafiosa. Algo que resulta difícil de creer, viendo la cara de niño bueno -a mí me recuerda a un entrañable canguro- del jugador de la cantera sevillista. Pero las apariencias engañan. Díganselo, si no, al honrado Walter White, ese profesor que no rompía un plato y que acabó convirtiéndose en el fabricante de Meta más letal de EE.UU. en la no menos célebre Breaking Bad.La cara no siempre es el espejo del alma, aunque muchas veces sí. Ayer, por ejemplo, la cara de García Pimienta era un poema. Sus ojeras delataban bastantes noches de insomnio, diría que casi todas las de esta semana transcurrida desde el agónico empate contra el Valencia en el Sánchez-Pizjuán. Cuando Gazzaniga interceptó el penalti de Isaac, apenas transcurrido un minuto de juego, la cámara enfocó al entrenador catalán, y pareció como si hubiera envejecido, en un instante, diez años. Cuando, en el minuto 35, el Girona se adelantó en el marcador, García Pimienta ya parecía un anciano. En rueda de prensa, después, dirá lo que tenga que decir, pero no hay duda de que este Sevilla es su particular tabaco: le está perjudicando seriamente la salud.No jugó, con todo, mal primer tiempo el Sevilla, sobre todo si lo comparamos con el papelón del último partido en casa. Y en el segundo tiempo, se barruntaba desde bien pronto el empate. Lo hizo finalmente Saúl, después de cabecear un córner y que el balón regresara a él previo cachetazo en la cara de un jugador rival. Un gol poco estético, pero tampoco íbamos a pedir más, y mucho menos a Saúl, que desde su regreso tras la lesión no anda demasiado inspirado.En la banda, salió a calentar Kike Salas. Y cuando saltó a jugar, la hinchada del Girona, como era predecible, se puso faltona profiriendo cánticos alusivos a lo de las amarillas. Será lo que los juzgados consideren, pero Kike Salas tiene pocas hechuras de personaje mafioso. Más bien parece el típico sobrino díscolo e irresponsable que tiende a la travesura y al que al final la ‘famiglia’ se ve obligada a sacar del apuro: Christopher Moltisanti, el sobrino pejiguera de Toni Soprano.El más mafioso, en todo caso, por aquello de que las apariencias engañan, siempre acaba siendo el que menos lo parece. En el Sevilla, hay un Padrino que en verdad tiene aspecto de pistolero. Se llama Dodi Lukebakio, uno de los nuestros, y ayer se comportó otra vez como el gran jefazo que es. En la inolvidable Pulp Fiction, a pesar de todos los excesos sangrientos, el único personaje que daba en realidad miedo era el Señor Lobo, interpretado magistralmente por Harvey Keitel. Y era de los pocos a los que no se veía matar a nadie. Porque su especialidad era precisamente la de arreglar las cosas cuando se ponían muy feas. La de hacer el trabajo feo de limpiar las tuberías. Ayer, frente al Girona, Lukebakio se sacó de la chistera un jugadón, autopase incluido en el área, que resolvió la semana para el Sevilla, convirtiendo la película de mafiosos en una pequeña obra maestra. A sus pies, señor Lobo. El Sevilla empezó la semana indigestado por la resaca del empate ante el Valencia, y la ha terminado con un feliz triunfo que, realmente, nadie preveía. Sobre todo porque, con lo de la investigación por el presunto amaño de las tarjetas amarillas de Kike Salas, el Sevilla visitaba Montilivi envuelto en un halo turbio. Desde hace demasiado tiempo, el Sevilla está empeñado en convertir su cotidianidad en carne de ficción. Los dimes y directes entre Del Nido Benavente y Junior parecen un calco, en clave hispalense, de las miserias dinerarias de la familia Roy en la memorable Succession. Aunque es verdad que, en determinados momentos, este drama se escora hacia el sainete más casposo; las trifulcas televisadas entre padre e hijo recuerdan demasiado a los tebeos de Ibáñez. La entrada en juego del presunto amaño de Kike Salas introduce en la ficción un evidente matiz de intriga mafiosa. Algo que resulta difícil de creer, viendo la cara de niño bueno -a mí me recuerda a un entrañable canguro- del jugador de la cantera sevillista. Pero las apariencias engañan. Díganselo, si no, al honrado Walter White, ese profesor que no rompía un plato y que acabó convirtiéndose en el fabricante de Meta más letal de EE.UU. en la no menos célebre Breaking Bad.La cara no siempre es el espejo del alma, aunque muchas veces sí. Ayer, por ejemplo, la cara de García Pimienta era un poema. Sus ojeras delataban bastantes noches de insomnio, diría que casi todas las de esta semana transcurrida desde el agónico empate contra el Valencia en el Sánchez-Pizjuán. Cuando Gazzaniga interceptó el penalti de Isaac, apenas transcurrido un minuto de juego, la cámara enfocó al entrenador catalán, y pareció como si hubiera envejecido, en un instante, diez años. Cuando, en el minuto 35, el Girona se adelantó en el marcador, García Pimienta ya parecía un anciano. En rueda de prensa, después, dirá lo que tenga que decir, pero no hay duda de que este Sevilla es su particular tabaco: le está perjudicando seriamente la salud.No jugó, con todo, mal primer tiempo el Sevilla, sobre todo si lo comparamos con el papelón del último partido en casa. Y en el segundo tiempo, se barruntaba desde bien pronto el empate. Lo hizo finalmente Saúl, después de cabecear un córner y que el balón regresara a él previo cachetazo en la cara de un jugador rival. Un gol poco estético, pero tampoco íbamos a pedir más, y mucho menos a Saúl, que desde su regreso tras la lesión no anda demasiado inspirado.En la banda, salió a calentar Kike Salas. Y cuando saltó a jugar, la hinchada del Girona, como era predecible, se puso faltona profiriendo cánticos alusivos a lo de las amarillas. Será lo que los juzgados consideren, pero Kike Salas tiene pocas hechuras de personaje mafioso. Más bien parece el típico sobrino díscolo e irresponsable que tiende a la travesura y al que al final la ‘famiglia’ se ve obligada a sacar del apuro: Christopher Moltisanti, el sobrino pejiguera de Toni Soprano.El más mafioso, en todo caso, por aquello de que las apariencias engañan, siempre acaba siendo el que menos lo parece. En el Sevilla, hay un Padrino que en verdad tiene aspecto de pistolero. Se llama Dodi Lukebakio, uno de los nuestros, y ayer se comportó otra vez como el gran jefazo que es. En la inolvidable Pulp Fiction, a pesar de todos los excesos sangrientos, el único personaje que daba en realidad miedo era el Señor Lobo, interpretado magistralmente por Harvey Keitel. Y era de los pocos a los que no se veía matar a nadie. Porque su especialidad era precisamente la de arreglar las cosas cuando se ponían muy feas. La de hacer el trabajo feo de limpiar las tuberías. Ayer, frente al Girona, Lukebakio se sacó de la chistera un jugadón, autopase incluido en el área, que resolvió la semana para el Sevilla, convirtiendo la película de mafiosos en una pequeña obra maestra. A sus pies, señor Lobo.
El tercer Tiempo
La semana se había convertido para el Sevilla en una película de mafia. Lukebakio la convirtió en una obra maestra
El Sevilla empezó la semana indigestado por la resaca del empate ante el Valencia, y la ha terminado con un feliz triunfo que, realmente, nadie preveía. Sobre todo porque, con lo de la investigación por el presunto amaño de las tarjetas amarillas de Kike …
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