Hay algo en lo que Putin no miente: Rusia sí está preparada para la guerra contra Europa

El Kremlin lleva años movilizando a su población, su industria y su propaganda para un conflicto contra Occidente Leer El Kremlin lleva años movilizando a su población, su industria y su propaganda para un conflicto contra Occidente Leer  

Dos mundos paralelos separados por unos 8.000 kilómetros, que es la distancia entre la Casa Blanca y el Kremlin, están comenzando a converger en uno solo. En el primero, condensado en un Despacho Oval lleno de estucos y apliques dorados, Vladimir Putin es un hombre que busca la paz y que está dispuesto a negociar de buena fe para alcanzarla.

En el segundo, bunkerizado en el mayor conflicto europeo desde la Segunda Guerra Mundial, el propio Vladimir Putin, que dirige personalmente las operaciones, recibe noticias de sus generales sobre grandiosas victorias militares en ciudades que aún no han sido tomadas, sobre mapas rediseñados y figuras de madera que mueve con un rastrillo de maniobra igual que otros hicieron con la carne de cañón de Verdún, Gallipoli o Stalingrado, consuela a supuestas viudas de héroes muertos que le agradecen haberlos enviado a morir a la tierra negra de Ucrania, condecora a tullidos, aprueba presupuestos militares para fabricar armas maravillosas como su flamante misil Oreshnik y se regocija con las teorías imperiales que le sirven tres o cuatro pseudohistoriadores (de las pocas personas a las que escucha desde la pandemia) sobre las «tierras históricas», o sea, aquellas que Putin considere y que Rusia liberará en su confrontación existencial con Occidente.

Ambos mundos, encapsulados uno en supuestas victorias militares y otro en los negocios personales de su élite de promotores inmobiliarios, se dan la mano en la negociación sobre la paz en Ucrania. En medio de esos dos círculos de poder, ha quedado una impotente Europa. Cuanta más prisa muestra Trump, más paciente parece Putin, mientras más apaciguador se muestra Washington, más agresivo es Moscú. En las últimas semanas, Vladimir Putin ha elevado las amenazas contra Europa mientras que llama «cerdos» a sus políticos: «La derrota de las potencias europeas será tan absoluta en caso de confrontación que no quedará nadie para siquiera negociar un acuerdo de paz», para culminar el discurso: «Rusia no tiene intención de entrar en guerra con Europa, pero si la UE lo desea, Rusia está preparada desde ya mismo», dijo el 3 de diciembre. Cabe recordar que Putin y sus acólitos repitieron hasta la saciedad que jamás invadirían Ucrania las semanas previas a su ataque masivo.

Por desgracia, Putin no miente en esta ocasión: Rusia está mucho más preparada para la guerra que toda Europa unida. Hay varios aspectos en los que Moscú supera con creces los lentos e inciertos avances europeos en defensa, innovación y autonomía estratégica, pero también en el terreno cognitivo, donde el Kremlin lleva años de ventaja sobre cualquier oponente más allá de Ucrania.

Las fábricas de armas funcionan a tres turnos de ocho horas, siete días a la semana, para facturar no sólo el armamento clásico de las guerras del siglo XX, como blindados y cañones, sino las armas probadas en el nuevo tipo de guerra que se combate en Ucrania, o sea, los drones de todo tipo. Aunque militarmente la invasión de Ucrania ha sido desastrosa para su ejército, Moscú ha desarrollado unas capacidades que le permiten fabricar cerca de 1.000 drones Shahed al día de larga distancia, así como miles de unidades de fibra óptica, capaces de alcanzar la logística de un ejército unos 40 kilómetros en profundidad. Grupos como Rubicón, curtidos en el escenario ucraniano, forman cada día a cientos de pilotos de drones en los últimos modelos, tecnológicamente superiores a los occidentales y más baratos gracias a la tecnología china.

Europa no sólo no tiene esas capacidades, es que ni siquiera posee las que le permitirían contrarrestar esos mismos sistemas en el tiempo. Ya se vio cuando Rusia metió unos 20 drones Grebera en Polonia. La única manera de derribarlos fue hacer despegar varios cazas de tres países de la OTAN, que sólo derribaron tres aparatos no tripulados.

Rusia puede reclutar, vestir y entrenar a decenas de miles de soldados en semanas porque la guerra de Ucrania ha afilado sus colmillos, por muy mal que forme a su propia infantería. El ejército ruso puede enviar a morir a sus soldados sin que nadie tenga que responder por ello, y eso, aunque resulte atroz, es una gran ventaja con respecto a los ejércitos de países democráticos, donde hay que responder ante el parlamento.

Su aviación ha rescatado miles de bombas de la Guerra Fría y les ha colocado modernos kits de guiado, que permiten ser lanzadas a unos 50 kilómetros de distancia sin tener que exponerse a ser derribada. Europa puede acceder a este tipo de tecnología, pero no en los números actuales de Rusia. Para ello tendría que movilizar toda su industria e ingentes cantidades de dinero para alimentarla, algo que tiene un coste político evidente para un líder británico, alemán o francés, pero escaso para Putin.

No es que Rusia esté preparada para la guerra, es que su economía ahora está totalmente focalizada en ella. El conflicto de Ucrania ha creado ganadores internos, como determinados oligarcas y gobernadores afines al putinismo, así como un modelo de crecimiento apoyado en el gasto militar desmedido: apagarlo rápido implica quiebras, paro y tensiones sociales en lugares que hoy viven del complejo militar-industrial. El dinero de los voluntarios ha llegado hasta los rincones más pobres de Rusia, lo que provoca que no haya demasiado descontento. Además, volver a una economía de paz supone gestionar el gran problema político-criminal de la desmovilización: cientos de miles de veteranos traumatizados y con armas.

Jeffrey Mankoff, miembro del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, asegura en el medio especializado War on the rocks que «el desarrollo del ferrocarril, el transporte por carretera y los oleoductos y gasoductos ha permitido a Rusia diversificar sus rutas de importación y exportación. Moscú también puede eludir las sanciones occidentales y los controles de exportación para acceder a armas (incluidos drones, proyectiles de artillería y cohetes) de Irán y Corea del Norte. Si bien China se ha abstenido de proporcionar armas letales, se ha convertido en la fuente más importante de Rusia de bienes de doble uso sujetos a los controles de exportación occidentales.

Interior de una fábrica de drones Shahed en Rusia.
Interior de una fábrica de drones Shahed en Rusia.Sveda TV

La economía de guerra rusa ha tejido una arquitectura difícil de desmontar: el crédito dirigido y subvencionado al complejo militar-industrial sostiene hoy empleo, salarios y consumo, de modo que una transición brusca a la paz podría destapar impagos y tensiones bancarias aún más fuertes que las que ya sufren las entidades rusas. Al mismo tiempo, la desmovilización implicaría recolocar a cientos de miles de trabajadores y veteranos en un mercado ya tensionado, con riesgo de choque social si caen los ingresos. También existe una trampa de demanda: trasladar recursos de la defensa a usos civiles no es automático y exige inversión, tecnología e importaciones que las sanciones dificultan. Y en lo político, el estado de guerra ha consolidado coaliciones de poder y expectativas: ponerle fin puede abrir fracturas internas entre veteranos, élites regionales-industriales y una sociedad acostumbrada al esfuerzo de guerra.

Es un campo enfocado en la comunicación política: el proceso por el que un gobierno articula un relato que legitime la guerra y genere apoyo público sostenido. Para el régimen de Moscú, el conflicto de Ucrania es sólo una guerra proxy de Occidente contra Rusia, por tanto, la narrativa lleva años trabajando en que, en realidad, las tropas de la Z no han podido todavía conquistar sus objetivos contra Kiev porque, en realidad, combate contra otros enemigos más poderosos. Se trata de un camino más fácil de recorrer para una autocracia que para una democracia.

Mark Galeotti, uno de los grandes expertos en guerra híbrida, asegura que «el Kremlin actúa como si Rusia ya estuviera en guerra permanente con Occidente, solo que la mayor parte de esa guerra se libra fuera del campo de batalla», y habla del laberinto que supone para Putin dar marcha atrás: «Cuanto más se acostumbra Rusia a vivir en guerra, más peligroso se vuelve el momento en que haya que desmovilizar a los soldados y regresar a la normalidad». El Kremlin lleva años trabajando en la preparación del frente interno, una progresiva militarización de la sociedad rusa para normalizar la idea del sacrificio y bajas masivas.

En Europa, la sociedad se encuentra en las antípodas. El general francés Thierry Burkhard, jefe del Estado Mayor de sus Fuerzas Armadas, levantó mucha polémica con estas declaraciones: «La guerra ha vuelto a Europa. La sociedad francesa debe asumir la idea de sacrificios, no solo el Ejército, tenemos que estar dispuestos a aceptar perder a nuestros hijos y a sufrir económicamente porque las prioridades se destinarán a la producción de defensa». No ha sido el único que ha intentado mentalizar a la población de lo que puede venir: en Alemania, el ministro Boris Pistorius advirtió de que el próximo verano «puede ser el último en paz». En Polonia, el jefe del Estado Mayor Wieslaw Kukula dijo que su país había entrado «en una fase prebélica». En Suecia, el jefe de la Defensa Michael Claesson alertó de que Rusia está dispuesta a asumir «enormes riesgos» para llevar a cabo «un conflicto sistémico». Pero todas estas advertencias suenan improvisadas, forzadas e irreales para un continente que disfruta ya de 80 años de paz y que se ha acostumbrado a ella.

En las guerras anteriores, los estados gastaban un 80% en cuestiones puramente bélicas y un 20% en propaganda. Ahora la tendencia es la contraria. Para este año 2025, varias fuentes sitúan la asignación a propaganda y medios estatales de Rusia alrededor de 137.2 mil millones de rublos (1,47 miles de millones de euros) del presupuesto estatal, o sea, un aumento del 13% con respecto a 2024. Para 2026, según The Moscow Times, será de 146 mil millones de rublos, o sea un 6.6% mayor que el año anterior. En Rusia, estrellas televisivas como Vladimir Soloviov, Margarita Simonián y Olga Skabeyeva (cuyo apodo es «la muñeca de acero») normalizan el marco de la guerra y convierten decisiones del poder en relatos morales que justifican sacrificios, fijan el enemigo externo y radicalizan el lenguaje. Como comisarios del prime time y altavoces de la línea dura, son el mejor termómetro para medir la temperatura de la agresividad rusa. Como decía el especialista en propaganda Peter Pomerantsev, «cuando nada es verdad, nadie puede protestar por nada».

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