No me reconozco. Con el gran respeto que le tengo yo al parné, hace unos días me sorprendí gritándole a la tele: “¡Que 15.000 euros no son nada!”. No deseo aburrir con lamentos dickensianos, pero como exmileurista de larga duración conozco lo que es pelear con los números rojos, sé bien lo que es estar pendiente de las ofertas del Lidl o de la hora de cierre del metro para no tener que gastar en taxi. Una vez, en 2017, me olvidé de apagar la calefacción porque me fui en Alsa a estar con mi familia tres días y cuando llegó la factura lloré como Boabdil. Qué bien me habrían venido en ese momento no ya 15.000, sino 500. Aún conservo la marxista manía de calcular el valor de cada hora de mi mano de obra; por eso, no comprendo de dónde salió semejante exabrupto manirroto. Primero me acordé de la década en que fui periodista en una revista del corazón. Vivía en un apartamento con cocina de un solo fogón, pero a la vez me dedicaba a poner pies de foto a relojes de 40.000. ¿A lo mejor ahí perdí la noción de la pasta? Me acordé entonces de que más de la mitad del sueldo se me va en el alquiler, que resido en una villa donde una infravivienda de tiempos de Arrese puede llegar a costar medio kilo y que pago mis impuestos en un país donde el Gordo de la lotería no da para convertirse en propietario. El mismo país donde una vez los ciudadanos regalamos 58.000 millones para salvar a los bancos y en el que el tesorero del partido que gobernaba entonces se llevó 47 que no eran suyos a cuentas de Suiza. Quizá no le gritaba exactamente a la tele, sino a un señor con pinta de Alvise, un tal Aldama, quien, al pie de un cochazo, le contaba a los periodistas que, por 100.000 menos de los 115.000 que vale su carro, había conseguido sobornar a un señor del entorno del actual presidente. Igual es culpa de la inflación, pero a estas alturas no me hincha tanto las narices un presunto caso de corrupción como que crispar el estado de ánimo de España salga tan barato.
Los alquileres están muy caros, pero caldear los ánimos sale a precio de ganga
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Los alquileres están muy caros, pero caldear los ánimos sale a precio de ganga
No me reconozco. Con el gran respeto que le tengo yo al parné, hace unos días me sorprendí gritándole a la tele: “¡Que 15.000 euros no son nada!”. No deseo aburrir con lamentos dickensianos, pero como exmileurista de larga duración conozco lo que es pelear con los números rojos, sé bien lo que es estar pendiente de las ofertas del Lidl o de la hora de cierre del metro para no tener que gastar en taxi. Una vez, en 2017, me olvidé de apagar la calefacción porque me fui en Alsa a estar con mi familia tres días y cuando llegó la factura lloré como Boabdil. Qué bien me habrían venido en ese momento no ya 15.000, sino 500. Aún conservo la marxista manía de calcular el valor de cada hora de mi mano de obra; por eso, no comprendo de dónde salió semejante exabrupto manirroto. Primero me acordé de la década en que fui periodista en una revista del corazón. Vivía en un apartamento con cocina de un solo fogón, pero a la vez me dedicaba a poner pies de foto a relojes de 40.000. ¿A lo mejor ahí perdí la noción de la pasta? Me acordé entonces de que más de la mitad del sueldo se me va en el alquiler, que resido en una villa donde una infravivienda de tiempos de Arrese puede llegar a costar medio kilo y que pago mis impuestos en un país donde el Gordo de la lotería no da para convertirse en propietario. El mismo país donde una vez los ciudadanos regalamos 58.000 millones para salvar a los bancos y en el que el tesorero del partido que gobernaba entonces se llevó 47 que no eran suyos a cuentas de Suiza. Quizá no le gritaba exactamente a la tele, sino a un señor con pinta de Alvise, un tal Aldama, quien, al pie de un cochazo, le contaba a los periodistas que, por 100.000 menos de los 115.000 que vale su carro, había conseguido sobornar a un señor del entorno del actual presidente. Igual es culpa de la inflación, pero a estas alturas no me hincha tanto las narices un presunto caso de corrupción como que crispar el estado de ánimo de España salga tan barato.
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Sobre la firma
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.
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