«JesuisGisèle»: el fenómeno Gisèle Pélicot se extiende por Francia

El país celebra manifestaciones en las principales ciudades para pedir cambios en la ley cuando el juicio contra su marido y los 50 acusados de violarla llega a su fase final. Leer El país celebra manifestaciones en las principales ciudades para pedir cambios en la ley cuando el juicio contra su marido y los 50 acusados de violarla llega a su fase final. Leer  

La llama feminista en Francia no la ha avivado una activista de los derechos de las mujeres, ni una intelectual, ni una militante de izquierda, ni una dirigente política. La ha prendido en toda Francia, con eco en el extranjero, una mujer de 72 años, ya jubilada, que estuvo toda la vida con el mismo hombre, al que conoció cuando tenía 18, que fue violada durante una década por al menos 80 individuos mientras estaba inconsciente, drogada por ese marido que fue el amor de su vida.

Esa mujer que revienta todos los estereotipos del feminismo se llama Gisèle Pelicot. Víctima y heroína, la francesa, convertida en icono mundial, está en el centro de la ola de manifestaciones celebradas este sábado en distintas ciudades francesas contra la violencia sexual y en su apoyo. «JesuisGisèle» («yo soy Gisèle») es el lema con el que han salido a la calle en la protesta celebrada en París.

Partió de la estación del Norte, con lemas como «No es no», «eduque a su hijo» o «acabemos con el silencio», «que la vergüenza cambie de bando». Los organizadores dicen que ha habido cerca de 80.000 asistentes. Las marchas han sido convocadas por más de 400 organizaciones, y se han sumado también los sindicatos. La marcha de este sábado coincide con la recta final del proceso. Ha finalizado la fase de las declaraciones, ahora vendrán los alegatos de la defensa de los acusados. La sentencia se conocerá a mediados de diciembre.

En los tres meses que ya dura el proceso, Gisèle Pelicot se ha convertido en un fenómeno social. Decidió que hubiera publico, y no a puerta cerrada, el juicio contra su marido y los 50 acusados que se pudo identificar (se cree que fueron unos 80). Dijo que quería que «la vergüenza cambie de bando». Probablemente ni ella misma sabía el efecto poderoso que tendría esta declaración. Empezó acudiendo al juicio con gafas opacas. Al poco se las acabó quitando y entra y sale del juzgado entre aplausos.

Decenas de personas hacen cola cada día en el tribunal de Aviñón (al sur de Francia) donde se celebra el juicio, para poder asistir como público a las audiencias, que son abiertas. Hay gente que llega a las seis de la mañana al tribunal, tres horas antes de que abra, para asegurarse de que tienen un sitio en la sala. Decenas se quedan fuera cada día por falta de aforo.

Víctimas de violencia sexual de todas las edades, también de diferentes países, acuden solo para entregarle flores o regalos, para darle las gracias o conocerla. Muchos lloran al verla. Antes se ocultaban y, ahora, gracias a ella, ya no lo hacen. Incluso cuentan sus historias a los periodistas. También hay hombres. La frase «que la vergüenza cambie de bando» está grafiteada por las calles de muchas ciudades de toda Francia.

Este es solo uno de los logros de Gisèle Pelicot. Hay más: al inicio del juicio se empezó hablando de su marido, Dominique Pélicot, el «monstruo de Mazan», que es el pueblo donde vivían y donde se produjeron las violaciones. Hoy el verdugo ha pasado totalmente a un segundo plano. Ella es la que acapara la atención, las informaciones de la prensa. El perfil del criminal interesa menos que el de la víctima convertida en heroína.

Gisèle Pélicot ha conseguido despertar el movimiento feminista en Francia, algo dormido, a pesar de ser un país con fama de ser combativo en la calle. Gracias a este juicio, se ha puesto sobre la mesa el debate del consentimiento, incluso se habla de la posibilidad de cambiar la ley para incluir esta noción dentro del delito de violación. París mira a España como modelo.

Incluso a nivel judicial, Gisèle Pélicot y sus dos abogados han conseguido algo insólito en Francia: que los vídeos de las violaciones (su marido grababa todos los actos sexuales y los guardó) se proyecten en público, a pesar de la dureza y la violencia de los mismos. Nunca antes había ocurrido, pues la ley protege la presunción de inocencia y la dignidad del acusado. Desde esa silla donde pasa el día en la sala de audiencia, Gisèle Pelicot ha colocado en el lugar que corresponde la vergüenza y también la dignidad.

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