La economía mundial en 2025: claves para entender un año marcado por la vuelta del imprevisible Donald Trump

El mundo financiero y geopolítico cambió de forma dramática el pasado 5 de noviembre, cuando Donald Trump se impuso con contundencia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y los republicanos pasaron a dominar el Congreso, un resultado que aleja las posibilidades de un escenario business as usual para la economía mundial en 2025. No solo porque se trata de la primera economía mundial sino por el perfil del propio Trump, que ya en su primer mandato demostró ser un presidente que cambió paradigmas profundamente arraigados, como apunta Karen Karniol-Tambour, jefa de inversiones de Bridgewater Associates. De hecho, muchas de las políticas que impulsó en su primera presidencia se incorporaron automáticamente a la agenda de Joe Biden, especialmente la apuesta por ganar la competición tecnológica con China, prioridad ahora compartida por republicanos y demócratas.

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 Las políticas que adopte el próximo presidente de EE UU condicionarán en gran medida la marcha de la actividad económica en 2025  

El mundo financiero y geopolítico cambió de forma dramática el pasado 5 de noviembre, cuando Donald Trump se impuso con contundencia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y los republicanos pasaron a dominar el Congreso, un resultado que aleja las posibilidades de un escenario business as usual para la economía mundial en 2025. No solo porque se trata de la primera economía mundial sino por el perfil del propio Trump, que ya en su primer mandato demostró ser un presidente que cambió paradigmas profundamente arraigados, como apunta Karen Karniol-Tambour, jefa de inversiones de Bridgewater Associates. De hecho, muchas de las políticas que impulsó en su primera presidencia se incorporaron automáticamente a la agenda de Joe Biden, especialmente la apuesta por ganar la competición tecnológica con China, prioridad ahora compartida por republicanos y demócratas.

“La visión neoliberal que había dominado el mundo durante décadas y que pasaba por considerar que el comercio es la mejor vía para aumentar la prosperidad, que de esa forma en algún momento China se iría pareciendo más a Occidente y que no importa qué parte de la producción se hace en el propio país mientras el PIB siga creciendo, ha perdido la mayoría de sus apoyos. El proteccionismo y la política industrial son ahora la corriente dominante”, subraya Karniol-Tambour.

La vuelta a la Casa Blanca de Trump es, sin duda, el elefante en la habitación de la economía global para el próximo año y lo será, previsiblemente, durante todo su mandato. “La importancia mundial de la demanda interna de Estados Unidos, junto con la contundente victoria electoral de Trump, da a la Administración estadounidense la capacidad de impulsar sus políticas con relativa impunidad, influyendo profundamente en las perspectivas de la economía mundial en 2025″, sostiene el economista jefe del banco suizo Julius Baer, David Kolh. Muchos de los objetivos políticos del republicano resultan contradictorios entre sí, como la rebaja de impuestos y la desregulación, que pueden impulsar el crecimiento, frente a la imposición de aranceles comerciales y restricciones migratorias, que afectarán negativamente a la actividad y elevarán la inflación, lo que abre un escenario de enorme incertidumbre según pesen unas u otras en su agenda. “La impredecibilidad de Trump significa que solo vamos a conocer sobre la marcha cómo maneja las diferentes prioridades que ha ido desgranando durante su campaña”, añaden los economistas de Deutsche Bank.

Si la prioridad de la nueva Administración es el crecimiento —argumentan desde la entidad alemana—, entonces Trump procederá con las rebajas de impuestos, entre las que se incluye una extensión de la reforma fiscal de 2017, para estimular la inversión empresarial y el gasto de los hogares, así como lo que denomina el desmantelamiento de la burocracia gubernamental de la mano del presidente de Tesla, Elon Musk, y el inversor en biotecnología Vivek Ramaswamy. A su vez, ese objetivo implicaría que apenas se hacen retoques en política migratoria y en política comercial, lo que permitiría que la inflación siguiera su senda a la baja y que la Reserva Federal avance en la normalización de la política monetaria.

El panorama puede ser bien distinto si Trump decide aumentar las deportaciones y combatir la inmigración, legal o ilegal, en un mercado de trabajo tensionado, con una tasa de paro del 4,2% y que afronta en muchos sectores un evidente déficit de mano de obra. Además, la amenaza de guerra comercial tiene un alto coste para una economía como la estadounidense que tiene una dependencia significativa (en torno al 17% en 2023) de las importaciones de bienes intermedios para su propia producción. Las presiones inflacionistas derivadas de esas medidas no podrán ser ignoradas con facilidad. La Reserva Federal tendrá que evaluar su política de tipos. Y es que, como señala Carsten Brzeski, economista jefe global de ING, en su informe de previsiones, una de las lecciones que ha dejado 2024 es que “la inflación puede bajar, pero los costes pueden seguir siendo altos. Y esos costes de vida pueden decidir las elecciones, no el crecimiento del PIB o la velocidad de creación de empleo. Ya no es ‘la economía, estúpido’, sino ‘la inflación, estúpido’”. Las encuestas electorales situaban el nivel de precios como la principal preocupación de los votantes y con unas elecciones a mitad de mandato en 2026, Trump no va a querer arriesgarse a perder el control de las dos Cámaras con renovadas presiones inflacionistas. El equilibrio entre ambos objetivos no será fácil.

Grandes desafíos

Sea como sea, ninguno de estos escenarios resulta favorable para Europa. Lo primero porque las mayores economías europeas —Alemania y Francia—son muy dependientes del comercio exterior y, por tanto, vulnerables a la amenaza arancelaria de la nueva Administración estadounidense. Pero al margen del riesgo comercial, el modelo de crecimiento europeo se halla inmerso en una crisis política, social e industrial cuya deriva no parece capaz de corregir. Frente al crecimiento del 2,8% previsto por el FMI para Estados Unidos en 2025, la zona euro apenas alcanzará un 0,8%, impulsada por quinto año consecutivo por un sur boyante con España como economía más destacada de la región.

Como recuerda Isabelle Mateos y Lago, de BNP Paribas, no es que la UE carezca de herramientas para hacer frente a los desafíos que presenta esta coyuntura. “Los antiguos primeros ministros italianos Mario Draghi y Enrico Letta han ofrecido a los líderes europeos una hoja de ruta con las reformas estructurales que es necesario poner en marcha, independientemente de la política comercial de Estados Unidos”, subraya. Según el FMI, si la UE redujera un 10% de las trabas de su mercado interior eso podría añadir un 7% al crecimiento, lo que excedería con creces el impacto potencial de cualquier represalia comercial de Washington. La convulsión política que afecta a la eurozona no va a ayudar en 2025 y buena parte de la tarea de estímulo económico va a recaer sobre los hombros del Banco Central Europeo. Francia se encuentra sumida en una etapa de inestabilidad política que ya empieza a pesar sobre su prima de riesgo, que supera a la de Grecia, y que hará difícil aprobar los ajustes necesarios para poner cierto orden en sus cuentas públicas. En Alemania, las perspectivas de un giro político tras las elecciones del próximo mes de febrero para aliviar las restricciones constitucionales al endeudamiento han aumentado en las últimas semanas, pero su materialización dependerá al final de la aritmética electoral.

Una brecha que crece

En todo caso, desde la crisis energética de 2022 provocada por la guerra en Ucrania el diferencial entre la economía estadounidense y la europea no ha hecho más que ensancharse, en términos de crecimiento, de productividad e inversión privada. La pérdida de competitividad europea persiste pese a que los precios del gas han recuperado los niveles previos a la invasión rusa y basta un dato para evidenciar lo que esto significa: la economía alemana tiene el mismo tamaño hoy que hace cinco años.

Quien sí parece haber asumido la necesidad de tomar cartas en el asunto ha sido el Gobierno chino. Desde el final de la pandemia, la economía del país se ha visto en serios apuros por su elevada dependencia de la demanda exterior como motor de crecimiento. Como recuerdan los analistas de Natixis, sus exportaciones se han visto favorecidas por la debilidad de la divisa, lo que ha impulsado la competitividad de sus productos pese a las medidas proteccionistas de Estados Unidos y otros países. Pero los problemas internos persisten. Una de las lecciones aprendidas en este 2024, apunta Carsten Brzeski, de ING, es que la corrección de una burbuja inmobiliaria es cuestión de años, no de meses. Las medidas adoptadas de apoyo al sector del ladrillo, abaratamiento de los préstamos y un aumento del gasto fiscal para ayudar a los hogares han mejorado las perspectivas de crecimiento de la segunda economía mundial. Pekín ha avanzado en estos años en impulsar el consumo interno, de forma todavía demasiado tímida para muchos analistas que creen necesario que los paquetes fiscales vayan acompañados de reformas estructurales, una tarea todavía pendiente. Y ha reducido sus exportaciones a EE UU, que ahora representan el 14,3% de su comercio exterior, frente al 18,2% de 2017, según datos de UniCredit. Pero sigue siendo muy dependiente del sector exterior donde China juega además hoy un papel decisivo en la tecnología para producir energía sostenible y coches eléctricos.

Ideologías y acuerdos

Los expertos prevén que el impacto de las nuevas políticas sobre la economía se notará con más intensidad en 2026, lo que según Neil Shearing, economista jefe de Capital Economics, “hará de 2025 un año de transición”, pero que va a obligar al resto del mundo a adaptarse con rapidez a un entorno impredecible.

Una fotografía de Donald Trump en la Bolsa de Nueva York el 18 de diciembre.
Una fotografía de Donald Trump en la Bolsa de Nueva York el 18 de diciembre. Spencer Platt (GETTY IMAGES)

De hecho, numerosos analistas advierten de que la amenaza arancelaria va a ser usada por la Administración de Trump como moneda de cambio para conseguir concesiones de sus socios comerciales. Ya en 2019, durante su primer mandato, Trump anunció que usaría la ley de Poderes para Emergencias Económicas Internacionales para imponer un arancel del 5% sobre las importaciones de México a menos que su vecino del sur frenara la inmigración ilegal hacia Estados Unidos. Al final, los dos países alcanzaron un acuerdo y el arancel nunca llegó a aplicarse. Ahora, pocos días después de ganar las elecciones, Trump ha amenazado a México y a Canadá, con quienes comparte tratado de libre comercio, con imponerles un gravamen del 25% a sus productos, y un 10% adicional a China, a quien considera competidor estratégico e incluso una amenaza, lo que diluye la diferencia entre socios y rivales. Es lo que Pablo García-Berdoy, antiguo embajador permanente de España ante la Unión Europea y actual líder de Asuntos Públicos de LLYC en Europa, ha denominado una relación transaccional y que implica que los tratos y las negociaciones se impondrán a la ideología.

Un escenario con tantas incertidumbres obligará más que nunca a no fiarse de las percepciones y atenerse a los hechos, para distinguir entre lo que son falsas alarmas y riesgos reales. Es la tesis que sostienen los economistas Philipp Carlsson-Szlezak y Paul Swartz, de Boston Consulting Group, en su reciente libro Shocks, crisis and false alarms. How to assess true macroeconomic risks (Harvard Business Review Press). A su juicio, es una “falacia considerar la economía como una máquina de predicción en lugar de una colección de narrativas que pueden facilitar el análisis”. Especialmente en una coyuntura en la que se entremezclan los riesgos geopolíticos, sociales y medioambientales. Por ejemplo, este año se ha cerrado una de las rutas marítimas más importantes del mundo, el paso por el Mar Rojo y el Canal de Suez, debido a los ataques de los hutíes a los buques comerciales, pero la esperada interrupción de las cadenas de suministro mundiales no ha llegado a materializarse.

El año 2024 también ha sido testigo de una escalada del conflicto en Oriente Próximo, sin que esa tensión se haya trasladado a los precios del petróleo. Una conclusión obvia, admite el economista jefe de Capital Economics en un informe, es que los analistas no suelen evaluar bien las consecuencias macroeconómicas de los acontecimientos geopolíticos. 2025 va a ser otro año en el que la geopolítica dominará los titulares, pero quizás no tendrá tanto impacto sobre la economía como podía pensarse.

De hecho, Neil Shearing se muestra muy crítico con las previsiones que realizan cada final de año los bancos de inversión y las casas de análisis (como Capital Economics) porque demasiado a menudo se limitan a elaborar un largo listado de riesgos a la baja —casi nunca al alza— en lugar de asignarles probabilidades y consecuencias. “Parece más un relato para evitar que los analistas puedan ser demandados que una ayuda para los clientes”, dice Shearing. Sin olvidar los “cisnes negros” (eventos imposibles de prever) que ha afrontado la economía global en lo que va de década, como la pandemia de la covid o las guerras en Ucrania y Oriente Próximo.

Erik Nielsen, asesor económico global de UniCredit, va más allá y asegura que, ahora más que nunca, hacer predicciones sobre el año nuevo “parece un juego de tontos”, porque estamos en medio de cuatro grandes transiciones mundiales de desarrollo incierto y que condicionarán el escenario de los próximos años. Por un lado, toda la estructura e instituciones de gobernanza mundial acordada tras la Segunda Guerra Mundial —incluida Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio e, incluso, el grupo de las siete economías más desarrolladas— está siendo arrinconada en favor de la fuerza militar. El rechazo occidental a la invasión rusa de Ucrania o a la desproporcionada respuesta de Israel a los ataques terroristas del 7 de octubre de 2023 no han conseguido detener los conflictos. En segundo lugar, los últimos 30 o 35 años de globalización comercial y de capitales están dando paso a políticas industriales nacionales y a un creciente proteccionismo. En tercer lugar, las consecuencias del cambio climático son evidentes cada vez con mayor frecuencia y dureza, mientras que la respuesta política global se está quedando atrás, lo que supone crecientes costes humanos y financieros. Por último, la era de la digitalización y de la inteligencia artificial ya es una realidad sin que los gobiernos hayan puesto en marcha medidas para limitar sus consecuencias indeseables, como las amenazas a las democracias.

Pese a semejante grado de incertidumbre, no parece descabellado apostar porque en 2025 las tensiones geopolíticas se van a intensificar, que va a crecer el proteccionismo y que las políticas industriales van a aumentar la presencia del Estado en la economía. Las distintas fuerzas que están configurando la nueva economía mundial darán lugar a sendas de crecimiento e inflación dispares a ambos lados del Atlántico. Como consecuencia, la normalización de los tipos de interés seguirá un ritmo diferente en EE UU y en la eurozona. Es la máxima certeza a la que podemos aspirar en estas circunstancias.

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