El Betis afrontó la vuelta de la semifinal en Florencia con personalidad. Pellegrini puso de inicio a todos sus jugones y su equipo llevó la iniciativa del partido. Incluso recibiendo dos goles en balones parados en córner —algo que suele condenarte definitivamente en un partido de este nivel— el Betis siguió confiando en la lógica: tiene mejor plantilla que la Fiore y lo demostró en ambición y juego, sin que faltara el sacrificio y la épica.Miles de béticos se plantaron en Florencia para vivir uno de los días históricos del club de sus amores: el Betis está en una final europea. A diferencia de lo que creen muchos, no todos los que viajaron a Italia gozan de una economía saneada. Hay, sencillamente, quien prioriza estos gastos, aunque tenga que sacrificar cambiar de coche o arreglarse la dentadura. Pedir un préstamo para seguir pagando la cuota de la caseta en la Feria, estrenar traje en Semana Santa aunque la economía doméstica esté en horas bajas o viajar a Florencia porque el Betis juega la semifinal de Conference son, todas ellas, acciones que mucha gente reprueba por ilógicas, irracionales, excesivas. Tienen en común que el sujeto que las realiza prioriza el sentimiento, la emoción, el deseo, por encima de cualquier cálculo racionalista. Los protestantes del norte de Europa consideraban que en el sur gastábamos demasiado en fastos y que Dios quería que invirtiéramos el dinero para crear riqueza. Ahí está, según Max Weber, el origen del capitalismo. Frente a los excesos devocionales, la celebración íntima y comedida; frene al derroche de dinero y emociones exaltadas, el ahorro y la austeridad en todas sus dimensiones. Los ilustrados también se apuntaron a la ofensiva contra el imperio de los excesos del corazón: el primado de la razón y el trabajo salvaría al hombre. El ‘homo festivus’ debía dar paso al ‘homo rationalis’ y el ‘homo oeconomicus’.Miles de almas verdiblancas demostraron que al sur de Despeñaperros seguimos defendiendo que la mejor manera de invertir dinero es en experiencias densamente emotivas con los tuyos. No genera beneficios, más que la vivencia perdurable. El bético canta con el poeta: «Confieso que he vivido». O con Píndaro, el lírico griego: «La vida del hombre es perecedera, pero sus días son inmortales».El que no viajó a Florencia, se gastó los cuartos en el Ferial, siguiendo el partido en el móvil o pasándose por alguno de los bares de Los Remedios. El trabajo dignifica, sí, pero el esfuerzo solo compensa si el salario que se obtiene puede servir para vivir momentos extraordinarios, que rompan, precisamente, con la monotonía ordinaria de doblar el lomo. Los jugadores béticos hicieron lo que mejor saben: tocar el balón, triangular para trenzar jugadas y confiar en que el potencial ofensivo es mucho mayor que el del rival. Pero también se dejaron la piel. Cuando todos luchan lo indecible, el aficionado comprometido siente que también él debe realizar un esfuerzo extra: recorriendo kilómetros, no importe lo que cueste, para desgañitarse en el campo y estar con el equipo.Mi hijo ya ha comunicado a su madre que se va a Polonia, a ver la final. Gastará la mitad de sus ahorros, pero le parece del todo razonable: «¿Para qué se quiere el dinero, si no?». El antropólogo Pedro Cantero diría que ha mamado una «educación sentimental» acorde con una cultura que considera que las cosas importantes de la vida casi nunca tienen que ver con la acumulación de objetos y riqueza por el individuo, sino con la emoción y el vínculo comunitario gestado en experiencias colectivas, catárticas. El Betis está en la final de la Conference. Algún feriante ya ha comunicado a su jefe, en el trabajo, que se va a Polonia. No hay otra. La feria, el fútbol, hay que vivir lo que se presente con intensidad. El Betis afrontó la vuelta de la semifinal en Florencia con personalidad. Pellegrini puso de inicio a todos sus jugones y su equipo llevó la iniciativa del partido. Incluso recibiendo dos goles en balones parados en córner —algo que suele condenarte definitivamente en un partido de este nivel— el Betis siguió confiando en la lógica: tiene mejor plantilla que la Fiore y lo demostró en ambición y juego, sin que faltara el sacrificio y la épica.Miles de béticos se plantaron en Florencia para vivir uno de los días históricos del club de sus amores: el Betis está en una final europea. A diferencia de lo que creen muchos, no todos los que viajaron a Italia gozan de una economía saneada. Hay, sencillamente, quien prioriza estos gastos, aunque tenga que sacrificar cambiar de coche o arreglarse la dentadura. Pedir un préstamo para seguir pagando la cuota de la caseta en la Feria, estrenar traje en Semana Santa aunque la economía doméstica esté en horas bajas o viajar a Florencia porque el Betis juega la semifinal de Conference son, todas ellas, acciones que mucha gente reprueba por ilógicas, irracionales, excesivas. Tienen en común que el sujeto que las realiza prioriza el sentimiento, la emoción, el deseo, por encima de cualquier cálculo racionalista. Los protestantes del norte de Europa consideraban que en el sur gastábamos demasiado en fastos y que Dios quería que invirtiéramos el dinero para crear riqueza. Ahí está, según Max Weber, el origen del capitalismo. Frente a los excesos devocionales, la celebración íntima y comedida; frene al derroche de dinero y emociones exaltadas, el ahorro y la austeridad en todas sus dimensiones. Los ilustrados también se apuntaron a la ofensiva contra el imperio de los excesos del corazón: el primado de la razón y el trabajo salvaría al hombre. El ‘homo festivus’ debía dar paso al ‘homo rationalis’ y el ‘homo oeconomicus’.Miles de almas verdiblancas demostraron que al sur de Despeñaperros seguimos defendiendo que la mejor manera de invertir dinero es en experiencias densamente emotivas con los tuyos. No genera beneficios, más que la vivencia perdurable. El bético canta con el poeta: «Confieso que he vivido». O con Píndaro, el lírico griego: «La vida del hombre es perecedera, pero sus días son inmortales».El que no viajó a Florencia, se gastó los cuartos en el Ferial, siguiendo el partido en el móvil o pasándose por alguno de los bares de Los Remedios. El trabajo dignifica, sí, pero el esfuerzo solo compensa si el salario que se obtiene puede servir para vivir momentos extraordinarios, que rompan, precisamente, con la monotonía ordinaria de doblar el lomo. Los jugadores béticos hicieron lo que mejor saben: tocar el balón, triangular para trenzar jugadas y confiar en que el potencial ofensivo es mucho mayor que el del rival. Pero también se dejaron la piel. Cuando todos luchan lo indecible, el aficionado comprometido siente que también él debe realizar un esfuerzo extra: recorriendo kilómetros, no importe lo que cueste, para desgañitarse en el campo y estar con el equipo.Mi hijo ya ha comunicado a su madre que se va a Polonia, a ver la final. Gastará la mitad de sus ahorros, pero le parece del todo razonable: «¿Para qué se quiere el dinero, si no?». El antropólogo Pedro Cantero diría que ha mamado una «educación sentimental» acorde con una cultura que considera que las cosas importantes de la vida casi nunca tienen que ver con la acumulación de objetos y riqueza por el individuo, sino con la emoción y el vínculo comunitario gestado en experiencias colectivas, catárticas. El Betis está en la final de la Conference. Algún feriante ya ha comunicado a su jefe, en el trabajo, que se va a Polonia. No hay otra. La feria, el fútbol, hay que vivir lo que se presente con intensidad.
El Betis fue superior en el partido de ida y también en el de vuelta, demostrando un juego brillante y, también, que es capaz de sufrir, física y mentalmente
Miles de aficionados celebraron su jueves de Feria en Florencia. Valía la pena el viaje
El Betis afrontó la vuelta de la semifinal en Florencia con personalidad. Pellegrini puso de inicio a todos sus jugones y su equipo llevó la iniciativa del partido. Incluso recibiendo dos goles en balones parados en córner —algo que suele condenarte definitivamente en un partido … de este nivel— el Betis siguió confiando en la lógica: tiene mejor plantilla que la Fiore y lo demostró en ambición y juego, sin que faltara el sacrificio y la épica.
Miles de béticos se plantaron en Florencia para vivir uno de los días históricos del club de sus amores: el Betis está en una final europea. A diferencia de lo que creen muchos, no todos los que viajaron a Italia gozan de una economía saneada. Hay, sencillamente, quien prioriza estos gastos, aunque tenga que sacrificar cambiar de coche o arreglarse la dentadura. Pedir un préstamo para seguir pagando la cuota de la caseta en la Feria, estrenar traje en Semana Santa aunque la economía doméstica esté en horas bajas o viajar a Florencia porque el Betis juega la semifinal de Conference son, todas ellas, acciones que mucha gente reprueba por ilógicas, irracionales, excesivas. Tienen en común que el sujeto que las realiza prioriza el sentimiento, la emoción, el deseo, por encima de cualquier cálculo racionalista. Los protestantes del norte de Europa consideraban que en el sur gastábamos demasiado en fastos y que Dios quería que invirtiéramos el dinero para crear riqueza. Ahí está, según Max Weber, el origen del capitalismo. Frente a los excesos devocionales, la celebración íntima y comedida; frene al derroche de dinero y emociones exaltadas, el ahorro y la austeridad en todas sus dimensiones. Los ilustrados también se apuntaron a la ofensiva contra el imperio de los excesos del corazón: el primado de la razón y el trabajo salvaría al hombre. El ‘homo festivus’ debía dar paso al ‘homo rationalis’ y el ‘homo oeconomicus’.
Miles de almas verdiblancas demostraron que al sur de Despeñaperros seguimos defendiendo que la mejor manera de invertir dinero es en experiencias densamente emotivas con los tuyos. No genera beneficios, más que la vivencia perdurable. El bético canta con el poeta: «Confieso que he vivido». O con Píndaro, el lírico griego: «La vida del hombre es perecedera, pero sus días son inmortales».
El que no viajó a Florencia, se gastó los cuartos en el Ferial, siguiendo el partido en el móvil o pasándose por alguno de los bares de Los Remedios. El trabajo dignifica, sí, pero el esfuerzo solo compensa si el salario que se obtiene puede servir para vivir momentos extraordinarios, que rompan, precisamente, con la monotonía ordinaria de doblar el lomo. Los jugadores béticos hicieron lo que mejor saben: tocar el balón, triangular para trenzar jugadas y confiar en que el potencial ofensivo es mucho mayor que el del rival. Pero también se dejaron la piel. Cuando todos luchan lo indecible, el aficionado comprometido siente que también él debe realizar un esfuerzo extra: recorriendo kilómetros, no importe lo que cueste, para desgañitarse en el campo y estar con el equipo.
Mi hijo ya ha comunicado a su madre que se va a Polonia, a ver la final. Gastará la mitad de sus ahorros, pero le parece del todo razonable: «¿Para qué se quiere el dinero, si no?». El antropólogo Pedro Cantero diría que ha mamado una «educación sentimental» acorde con una cultura que considera que las cosas importantes de la vida casi nunca tienen que ver con la acumulación de objetos y riqueza por el individuo, sino con la emoción y el vínculo comunitario gestado en experiencias colectivas, catárticas. El Betis está en la final de la Conference. Algún feriante ya ha comunicado a su jefe, en el trabajo, que se va a Polonia. No hay otra. La feria, el fútbol, hay que vivir lo que se presente con intensidad.
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