La Guardia Suiza: los enigmáticos soldados del Vaticano que vigilan el cónclave con preparación antiterrorista

Su presencia silenciosa ha sido una constante en todos los actos tras la muerte del Papa Francisco. El coronel y un mayor de este cuerpo han jurado confidencialidad estricta bajo riesgo de excomunión Leer Su presencia silenciosa ha sido una constante en todos los actos tras la muerte del Papa Francisco. El coronel y un mayor de este cuerpo han jurado confidencialidad estricta bajo riesgo de excomunión Leer  

Treinta hombres suizos, católicos, con una edad comprendida entre los 19 y los 30 años, con los cuatro meses de servicio militar del país helvético completados y una altura mínima de 1’74 metros esperaban que ayer fuera una de las fechas más importantes de sus vidas, algo que el fallecimiento del Pontífice ha retrasado. El 6 de mayo estaba previsto que juraran como nuevos miembros de la Guardia Suiza, el ejército más pequeño del mundo, el mismo que protege al Papa hasta con sus vidas si fuese necesario. La ceremonia, que recuerda el Saqueo de Roma de las tropas alemanas y españolas de Carlos V el 6 de mayo de 1527, en el que murieron 147 de los 189 guardias que había por entonces por defender al Papa Clemente VII, tendrá que esperar al próximo otoño, todavía sin una fecha fija.

Mientras los reclutas aguardan su momento, sus compañeros veteranos no paran de trabajar. Más allá de sus llamativos uniformes, que datan del Renacimiento italiano, y sus imponentes alabardas y cascos, su presencia silenciosa ha sido una constante en todos los actos celebrados desde la muerte del Papa Francisco, ocurrida el pasado 21 de abril. El Vaticano está desde entonces en lo que se denomina sede vacante, hasta que se escoja al nuevo sucesor de San Pedro. Desde aquel momento, los guardias dependen del Colegio Cardenalicio bajo la autoridad del camarlengo, el cardenal irlandés Kevin Joseph Farrell.

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Los miembros de la Guardia Suiza son también los encargados de la seguridad de los 133 cardenales que se reúnen a partir de hoy en la Capilla Sixtina, apartados del mundo, y que elegirán al nuevo Pontífice en un cónclave en el que ya suenan favoritos, pero que todavía no deja un nombre claro por la gran diversidad que existe entre los electores. El coronel y un mayor de la Guardia Suiza son los responsables y han tenido que jurar confidencialidad estricta por la que no podrán revelar jamás lo que vean o escuchen bajo riesgo de excomunión.

La disciplina de este pequeño ejército que controla el medio kilómetro cuadrado del Vaticano es muy estricta, su entrenamiento es militar y se forman durante un mes en técnicas antiterroristas con las fuerzas especiales de la policía suiza. Su país de origen se encarga de cubrir la mitad del coste de toda su formación. Cuando van vestidos con un traje común negro, que es con el que salen de Suiza, sirven como guardaespaldas del Papa y con este atuendo le acompañan en sus viajes oficiales. El uniforme de gala, el más conocido, se lo hace un sastre en el Vaticano, lo componen 150 piezas y necesita unas 40 horas de trabajo.

Su peor experiencia de la historia reciente y el error más señalado fue el atentado que cometió en 1981 el turco Ali Agca, de entonces 23 años, contra Juan Pablo II en plena plaza de San Pedro, cuando cuatro tiros estuvieron a punto de costarle la vida al Papa Wojtyla.

Hasta 2015, estaba compuesta por 110 efectivos, aunque ese año su número ascendió a 135 debido al aumento de servicios que les fueron encomendados, según cuenta el documental de la DW alemana El misterioso ejército del Papa, que sigue los pasos de Leo, un joven recluta, desde su despedida de su casa en Friburgo, en la Suiza francófona, hasta el juramento en la plaza de San Pedro ante Francisco hace un par de años. Tras la jura, tienen por delante al menos dos años de servicio, que son ampliables, en el que pueden tener novia, pero no podrán casarse hasta el quinto año si siguieran al servicio del Papa.

El origen de este ejército se remonta a 1506, cuando el Papa Julio II, que llevaba tres años de pontificado, reclutó a un grupo de 150 mercenarios suizos, que tenían muy buena fama, como su guardia personal. Según explica José Manuel Rodríguez García, profesor de Historia Medieval de la UNED, el nombre de estos mercenarios ya era célebre a finales del siglo XIV «por constituir un cuerpo especializado de piqueros y alabarderos, capaces de derrotar a la flor de la caballería feudal».

«Su éxito -explica este experto- radicaba en su formación cerrada de picas largas, perfectas para enfrentarse a caballería pesada. Pero para ello se necesitaba de gente fuerte, con un gran sentido de la disciplina táctica, que lo daba su espíritu de cuerpo y un entrenamiento adecuado». Su estrella empezó a decaer en la segunda mitad del siglo XVI, «con la introducción cada vez mayor de las armas de fuego individuales en el campo de batalla», algo en lo que fueron muy duchos los españoles.

Según relata el profesor Rodríguez, hay que tener en cuenta que el Papado de aquella época «se comporta más como un señor territorial que como la cabeza de la cristiandad» y, por la debilidad de su base territorial, tanto desde un punto de vista geográfico como político, «necesitaba de fuerzas reconocidas que sólo dependieran de él, que fueran su guardia personal y que en alguna ocasión pudiera desplegarlos en el campo de batalla». «No fue ni la primera ni la única guardia con la que llegaron a contar los Pontífices de la Edad Moderna, pero es la que ha perdurado hasta nuestros días», destaca este especialista.

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