La larga sombra de Trump marca las elecciones más importantes de Canadá

Los ataques del presidente estadounidense resucitan al Partido Liberal de Mark Carney, que hace unos meses iba 25 puntos por detrás en los sondeos Leer Los ataques del presidente estadounidense resucitan al Partido Liberal de Mark Carney, que hace unos meses iba 25 puntos por detrás en los sondeos Leer  

Canadá celebra hoy elecciones federales. Quizás las más importantes de su historia moderna, sin duda las que más atención han generado en el resto del planeta. Iban a ser las elecciones del cambio, uno de era más que de ciclo, con la salida por la puerta de atrás, tras una década en el poder, de Justin Trudeau, el líder que pasó de héroe e ídolo a símbolo del estancamiento y el fracaso. Iban a ser las elecciones del ajuste de cuentas, no sólo con el dominante Partido Liberal, sino con una forma de entender la política, la sociedad, el medioambiente. Iban a ser unas elecciones sobre economía, el coste de la vida, sobre lo woke, sobre el sentido común, la frustración y la rabia que se impone en todos los continentes. Iba a ser todo eso, y el gran momento del conservador Pierre Poilievre. Hasta que volvió Donald Trump.

En unas pocas semanas, el presidente de Estados Unidos le dio la vuelta a las encuestas y al país entero, generando una ola patriótica y nacionalista difícil de definir, pero muy fácil de percibir. Se ve en las banderas que cubren calles y porches, en los mensajes con hojas de arces en los supermercados instando a comprar productos nacionales. En las camisetas y los partidos de hockey, abucheando el himno de EEUU. En las llamadas al boicot o las historias de agravios y maltrato en las fronteras. Es algo que marca cada acto de campaña de los socialdemócratas y los liberales, resucitados contra todo pronóstico por los ataques, los insultos y desprecios de Trump y el temor, claramente real, a que la escalada con el vecino del sur vaya mucho más allá de los aranceles.

A finales de noviembre, Trudeau viajó a la residencia de Mar-a-lago del presidente electo Trump para hablar de aranceles, fentanilo y fronteras, una de las obsesiones de campaña del estadounidense. Ese día, en lo que parecía una broma, Trump dijo por primera vez que la solución a todos los problemas entre ambos países sería la integración. Hubo risas entre los asistentes, hasta que quedó claro que no era una broma. Dese entonces y hasta que Trudeau dejó el cargo, el líder de la primera potencia mundial lanzó una y otra vez la oferta de integración, llamando «gobernador» al primer ministro canadiense, diciendo que unirse a EEUU era la mejor y casi la única opción, flirteando incluso con revisar tratados del siglo XVIII para reclamar territorios. Cuando las dudas sobre una posible intervención militar se pusieron sobre la mesa, quedó claro que era el final de una era. Pero no la que los analistas habían anticipado en 2024.

La retórica del «estado 51» alarmó a los canadienses, la guerra arancelaria, definida como un intento de destrozar su economía, los despertó a la dura realidad de un mundo que ya no existe, uno hostil en la que nada se puede dar por hecho, empezando por la amistad y la colaboración tras siglos de buenas relaciones.

Por eso Poilievre, el hombre que a su manera, la canadiense, había imitado la retórica (que no el estilo personal) del populismo conservador antiwoke o antivacunas de Trump; que había destrozado el legado de Trudeau y convencido a millones de personas de las bondades del Canada First, pasó de ser favorito indiscutible, con más de 25 puntos de ventaja en las encuestas, a ser un recordatorio constante de todo lo que puede salir mal.

Con la doctrina Trump acechando, Mark Carney, el tecnócrata que dirigió el Banco Central de Canadá y el de Inglaterra, emergió como líder de los liberales, y ahora encabeza los sondeos, aunque por poco. Trump ha traído no una crisis, sino la madre de todas ellas, y los canadienses, a menudo caricaturizados por su buen talante, su educación y contención, parecen haber tendido una mano al hombre que mejor parece definirse como experto en épocas convulsas y economías asfixiadas.

Los votantes conservadores no han huido en desbandada. Al revés, manejan los mejores números casi en dos décadas, casi en un 40% de intención de voto. Pero los progresistas parecen haberse concentrado en torno a Carney. Incluso en Quebec.

La campaña que ayer concluyó, marcada por un atropello masivo el sábado por la noche, se ha movido al ritmo de Trump. Cuando éste apretó, atacó y mordió, la balanza se dio la vuelta y penalizó a un partido tory, conservador, incapaz de plantar cara al matón que amenaza no sólo a un Gobierno, sino a una nación orgullosa. Cuando Trump echó el freno y dejó de tuitear, provocar y pinchar (algo que coincidió con la salida de su némesis Trudeau, al que despreciaba desde que llegó al poder y que representaba todo lo contrario a lo que él cree), la campaña volvió a centrarse en la vivienda, los servicios sociales, la presión migratoria, el brutal estancamiento económico, y el impulso del Partido Liberal se desinfló.

Las de hoy son por eso, en cierto modo, las elecciones del recuerdo y del olvido al mismo tiempo. Poilievre se desgañita en cada mitin hablando de la «década perdida de los liberales», asegurando que tratan de que haya una «amnesia colectiva» sobre el Gobierno Trudeau, los impuestos, la falta de crecimiento, los incendios de 2023, las políticas medioambientales, sobre lo que consideran el peor ejemplo posible de wokismo institucional.

Del otro lado, sus rivales denuncian en sus comparecencias, notas y tuits cómo los tories intentan que se olviden las similitudes con el Partido Republicano, con el nacionalismo del America First, con las críticas a las políticas contra el calentamiento global, contras las medidas para la descarbonización. O cómo Poilievre, defensor del uso de combustibles fósiles, las criptomonedas, copiado eslóganes trumpistas, es incapaz de criticar abiertamente al líder estadounidense mientras promete devolver al país a una abstracta e idílica época pasada. Por eso los canadienses votan hoy con una certeza y un dilema. Van a tener que olvidar, pero no está claro qué.

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