Se les conoce como cozy (acogedor, en inglés) y también como feel good. Hay en ellos librerías, cafés, gatos y algo de surrealismo. Contienen un mundo que se parece al real, pero en el que todo aquello que podría hacer daño se ha vuelto inofensivo. Provienen de Japón —y también, aunque menos, de Corea— y no creen en las expectativas, sino en los problemas con solución y en aquello que, estoica y humildemente, cada cual considera que es la felicidad. ¿Recuerdan la última película de Win Wenders, Perfect Days? ¿Recuerdan a su protagonista, y su condición de outsider de un sistema que no está teniendo en cuenta cada segundo de vida en el que, simplemente, puedes levantar la vista y contemplar un árbol recortándose contra el cielo y sonreír porque te resulta a la vez hermoso y reconocible? Si han entrado en una librería hace poco, es probable que hayan advertido una pequeña avalancha de títulos que invocan ese espíritu.
Títulos como ‘Mis días en la librería Morisaki’ o ‘Los misterios de la taberna Kamogawa’ se convierten en fenómeno mundial proponiéndose como un refugio emocional poblado de librerías, cafés y gatos
Se les conoce como cozy (acogedor, en inglés) y también como feel good. Hay en ellos librerías, cafés, gatos y algo de surrealismo. Contienen un mundo que se parece al real, pero en el que todo aquello que podría hacer daño se ha vuelto inofensivo. Provienen de Japón —y también, aunque menos, de Corea— y no creen en las expectativas, sino en los problemas con solución y en aquello que, estoica y humildemente, cada cual considera que es la felicidad. ¿Recuerdan la última película de Win Wenders, Perfect Days? ¿Recuerdan a su protagonista, y su condición de outsider de un sistema que no está teniendo en cuenta cada segundo de vida en el que, simplemente, puedes levantar la vista y contemplar un árbol recortándose contra el cielo y sonreír porque te resulta a la vez hermoso y reconocible? Si han entrado en una librería hace poco, es probable que hayan advertido una pequeña avalancha de títulos que invocan ese espíritu.
Por ejemplo, los que firma Satoshi Yagisawa (Chiba, 48 años), ambientados en el barrio de las librerías de Tokio, Jinbōchō. Se titulan Mis días en la librería Morisaki y Una velada en la librería Morisaki. La protagonista, Tatako, es una tímida veintañera que echa una mano a su excéntrico tío Satoru en la librería que, desde hace tres generaciones, pertenece a la familia. Poco a poco, Tatako va dejando atrás una vida gris —y tristístima; no había salido de casa desde que el chico al que quería la dejó por otra— y cayendo en la cuenta de cómo el mundo había estado ahí todo el tiempo y que era ella quien era incapaz de verlo. Algo similar, solo que ambientado en la cocina y con un aderezo detectivesco, ocurre en los libros de Hisashi Kashiwai (Kioto, 73 años), en títulos como Los misterios de la taberna Kamogawa.

Los primeros los publica en español Letras de Plata, y los últimos, Salamandra. En Duomo Ediciones pueden encontrarse los de Kim Ho-yeon, títulos como La asombrosa tienda de la señora Yeom. La editorial Planeta ha creado un sello para una no ficción también cozy, Neko Books. Pero, ¿cómo y por qué? Todo parece relacionado con el auge en el mercado anglosajón, en concreto el del Reino Unido, en el que entre los principales libros traducidos el año pasado, un 43% fueron japoneses. Para Anik Lapointe, editora de Salamandra y descubridora de los libros de Kashiwai, todo esto no ha hecho más que empezar. “Llevamos mucho tiempo acercándonos a la cultura japonesa: primero fue la comida, luego el manga, el anime, la música, el cine… y siento que ahora estos libros están abriendo una nueva puerta: la de una sensibilidad distinta, más introspectiva, que empieza a tocarnos de una manera muy profunda”, dice.
Para cuando ella dio con los libros de la taberna Kamogawa, Antes de que se enfríe el café, de Toshikazu Kawaguchi, “ya había abierto el camino”. Lo había publicado Plaza & Janés en 2015 y podría considerarse un título pionero, que hoy cuenta con su propio estuche —que reúne las tres primeras entregas de la serie— y más de cinco millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, y subiendo. ¿Necesita el mundo, por su contexto, cada vez más libros de este estilo, los llamados feel good? “Sin duda. Después de la pandemia, muchos empezamos a buscar lecturas que nos ofrecieran un refugio emocional. Historias que no solo entretuvieran, sino que cuidaran. En medio de la incertidumbre global, necesitábamos relatos donde las emociones fueran suaves, los gestos tuvieran sentido y el conflicto no viniera acompañado de gritos, sino de comprensión. Y ahí es donde encajan a la perfección estos libros”, considera Lapointe.

Marián Bango es una de las dos personas al frente de Satori Ediciones, sello especializado en cultura y literatura japonesa que inició hace 18 años su andadura en Gijón. Ella entonces aspiraba a ser bibliotecaria y él, Alfonso García, era un experto en artes marciales. Solo querían poder leer los libros que les interesaban y que nadie estaba publicando. Sobre todo eran traducciones de libros de ensayo. Hoy tienen de todo. Clásicos, libros de culto, poesía y cosas particularísimas. “Es muy interesante ver cómo, por ejemplo, reinventan el género negro sin haber tenido acceso a los clásicos”, subraya Bango. “La estructura de la literatura japonesa es fascinante. Es envolvente. Empieza in medias res [en medio del asunto] y acaba sin terminar, pero te deja un poso que no para de crecer con el tiempo”, dice la editora, que también opina que la inestabilidad global puede estar aupando el bum de lo cozy. “Japón es un país introvertido y muy auténtico, y más allá de cualquier bum, engancha”, asegura.
Para la editora de Satori, el interés por Japón es “algo innato”. “Lo hablamos con lectores y llegamos a la misma conclusión. La literatura japonesa da nombre a cosas que sientes, a sensaciones que experimentas respecto a los demás y a la naturaleza, te permite sentirte más comprendido”, añade. Lapointe pone sobre la mesa otro concepto: el de healing fiction, algo así como “ficción sanadora”. “Son historias sin sobresaltos, donde incluso el conflicto se resuelve con delicadeza, y en las que los detalles cotidianos —un plato cocinado con amor, una conversación pausada, una sencilla revelación personal— cobran un sentido especial. El cozy crime o la narrativa de misterio amable se ha convertido también en una especie de bálsamo emocional. Y creo que eso explica por qué estos libros nos atraen tanto, y por qué lo hacen precisamente ahora», apunta. Lo que ambas editoras esperan es que la moda sea una puerta de entrada.
¿Una puerta de entrada a dónde? A toda esa otra literatura japonesa. Y a todo lo que tiene que ver con su cultura. En Satori se han publicado ensayos sobre los jardines japoneses, sobre samuráis, sobre arquitectura y pintura, y también clásicos medievales. Por su parte, en Salamandra se está apostando por un noir de alto voltaje urbano, irreconocible —El misterio de la mujer tatuada, de Akimitsu Takagi, o Seis cuatro, de Hideo Yokoyama—, y por supuesto autores clave, desde Yukio Mishima hasta Yasunari Kawabata, pasando por Natsume Soseki (el autor de Soy un gato) y el aún contemporáneo Haruki Murakami, con quien empezó todo, en realidad. Ha habido un regreso a la riqueza de un país que ha dado, a principios de este siglo XXI, con la llave de un nuevo tipo de mainstream literario del alcance que tuvo la chick lit, la novela sobre mujeres y romántica —de Candace Bushnell y Helen Fielding— a finales del siglo pasado.
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