Mohamed VI, el ‘rey ausente’ en un Marruecos que dice basta ya

La protesta de los jóvenes no señala a la Monarquía aunque su titular pierde crédito Leer La protesta de los jóvenes no señala a la Monarquía aunque su titular pierde crédito Leer  

«Queman neumáticos, maldicen a los ministros, pero besan el retrato del rey». Con estas palabras, el antropólogo marroquí Khalid Mouna subrayaba en un medio local que los marroquíes aún confían en la Monarquía para solucionar los clamorosos fallos en la gestión de las actuales autoridades. A tenor del desarrollo de las protestas en casi todas las ciudades del país magrebí en las últimas semanas, se podría concluir que la aseveración de Mouna refleja una realidad que, sin embargo, también se está resquebrajando. Porque, si bien es cierto que los cabecillas de GenZ 212 -el movimiento juvenil que ha impulsado la rebelión de la Generación Z para denunciar el lamentable estado de los servicios públicos (sobre todo la sanidad y la educación), la falta de empleo y la lacerante corrupción– quisieron significar su respeto por la Monarquía con un cese de las protestas el viernes, dado que ese día Mohamed VI pronunciaba su muy esperado discurso de apertura del curso político ante el Parlamento, no lo es menos que al estallar esta Primavera Árabe juvenil en Marruecos no faltaron quienes en distintas localidades se desahogaron con grafittis y pancartas en los que se denunciaban tanto la pompa real como la alianza de la Corona con Israel.

Esas incipientes críticas de los manifestantes al rey fueron enseguida duramente reprimidas y silenciadas. No se olvide que en el Reino, como denuncian las ONG, se ha recrudecido la represión en los últimos años, ni tampoco que el Estado ha disparado la censura y el férreo control sobre los medios de comunicación, estrategia que hoy por hoy también le sirve a la Monarquía para asfixiar toda reprobación a las actuaciones del soberano y su guardia de corps.

Todo son loas y alabanzas en la prensa hacia Mohamed VI. La mínima crítica resulta impensable. Y Marruecos es un enorme Reino de Oz en el que su rey, Comendador de los Creyentes además de jefe de Estado, ve cómo ante sus súbditos sigue siendo, como en la novela infantil mundialmente famosa por la película protagonizada por Judy Garland, ese misterioso y todopoderoso mago que puede hacer realidad los deseos del pueblo sólo porque éste así lo siente, o así lo cree, o así lo quiere creer.

Claro que a muchos marroquíes, como a la pequeña Dorothy, la venda se les va cayendo. Y la Casa Real marroquí es consciente de que no hay mordaza que pueda impedir que el creciente descontento social alcance también a la Monarquía, que sigue controlando todos los resortes del poder en el país -de ahí que, en realidad, las críticas al Gobierno lo son a la vez al mismo soberano- y que no ha dado ningún paso real para adoptar reformas que la transformen en una institución parlamentaria y simbólica, como corresponde a una sociedad que quiere avanzar en su democracia.

Mohamed VI ha cumplido ya 26 años en el trono. Y la figura real no está hoy por cuestionada. Pero él como rey sí es mucho más controvertido de lo que le conviene a cualquier Monarquía en aras de su misma supervivencia. Al primogénito de Hasán II se le achacan muchas cosas. Como que los aires renovadores que rodearon su proclamación dejaran de correr enseguida. Y, desde hace varios años, en especial la imagen tan polémica que proyecta, fuera y dentro del Reino: la de un monarca ultrarrico demasiado aficionado al lujo, poco interesado en la gestión -en el trabajo, en definitiva-, sin notoriedad en la escena internacional, y siempre rodeado de inexplicables compañías. Sin ir más lejos, su amistad con el campeón de artes marciales Abu Azaitar y sus hermanos, cuya posición junto al soberano alauita se compara con la perniciosa influencia de Rasputín en la Corte de Nicolas II y la zarina Alejandra, resulta un escándalo que es vox populi en nuestro vecino del sur, por más que, insistimos, la censura intente hacer magia.

Pero es que, a todo lo dicho, se suma lo que es mucho más preocupante para la estabilidad y la continuidad de la Monarquía marroquí: la delicada salud de Mohamed VI. Por más que sea un tema tabú en el Reino, a nadie se le escapa que su fragilidad es extraordinaria. Y esa debilidad sitúa al país ante lo que este verano Le Monde definía como «atmósfera de fin de reinado». Las noticias relacionadas con operaciones y recaídas del soberano menudean, sumadas a la difusión contante de rumores y fake news, como la que hace apenas dos semanas daba por fallecido al rey y que se propagó como el fuego en medios de todo el Magreb. Mohamed VI intenta contrarrestar esa campaña con gestos como el del viernes mostrándose vigoroso en su baño de masas a la llegada al Parlamento, si bien fue incapaz de disimular su enorme deterioro físico -estamos hablando de alguien de sólo 62 años- y su fatiga al pronunciar un discurso de escasos minutos.

Todo, su carácter, su maltrecha salud, su escasa querencia por las tareas de gobierno, su afición a pasar larguísimas temporadas fuera de Marruecos -en especial en sus dominios en Francia o en Gabón, también en países del Golfo-, han llevado a que Mohamed VI se haya convertido en un rey ausente para su pueblo, que nunca ha tenido el carisma de su padre o su abuelo, y poco capaz para afrontar los grandes retos y desafíos en un mundo tan convulso como el actual.

Mohamed Vi, junto a su hijo, Moulay Hasan, en el Palacio del Elíseo, en 2021.
Mohamed Vi, junto a su hijo, Moulay Hasan, en el Palacio del Elíseo, en 2021.Getty

La presión se ha incrementado, inevitablemente, para el único hijo varón del rey, su primogénito y sucesor, Moulay Hasan, considerado como la esperanza blanca entre los realistas marroquíes. El príncipe -dicen que de carácter más parecido al de su madre, Lalla Salma– tiene una imagen diametralmente opuesta a la de su progenitor: la de un joven discreto, serio -en exceso, ya que le hace mostrarse siempre muy distante-, estudioso, de apariencia sobria. Y, a diferencia de lo que es común en el grueso de dinastías reinantes en el mundo, a Moulay Hasan se le ha visto acompañando a su padre a citas con mandatarios internacionales desde que era apenas un adolescente, e incluso le ha tocado muy joven representar a Marruecos en alguna cumbre multilateral o ejercer como anfitrión de figuras tan destacadas como el presidente chino, Xi Jinping, al que recibió el año pasado en vez de su padre. El gran hándicap de Moulay Hasan es que, con apenas 22 años y sin siquiera haber concluido su formación académica, ya siente en el cogote a los corifeos que le sitúan apresuradamente en un trono en el que podría sentirse peligrosamente débil.

Por lo pronto, Mohamed VI trata de sortear el estallido de la juventud al más puro lampedusiano, con un toque de atención al Gobierno, como el que dio en su discurso del viernes, sin que se perciba que está de verdad comprometido con reformas que no sean meramente cosméticas y que atajen lacras tan incrustadas en el sistema, como la lacerante corrupción. El movimiento GenZ 212 ha pausado este fin de semana sus movilizaciones, pero ha advertido de que es «un paso estratégico que tiene como objetivo reforzar la organización y la coordinación, y garantizar que la próxima etapa sea más eficaz e influyente, lejos de cualquier improvisación o explotación extranjera».

Todo el tiempo que se desperdicie será tiempo que complique, y mucho, una sucesión estable en la única Monarquía que queda en el norte de África.

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