Nacimientos simulados y muertes controladas: así es un centro de entrenamiento para salvar vidas

Una sala del Centro de Simulación Clínica en el Hospital Universitario La Paz en Madrid.

La vida transcurre como en cualquier hospital en el Centro de Simulación Clínica del Hospital Universitario La Paz, conocido como SimuPAZ: monitores encendidos, camillas preparadas para recibir a los pacientes y personal sanitario vestido como en jornada laboral. Pero lo que ocurre aquí es parte de un programa de entrenamiento. Lo simulado se convierte en una herramienta muy real para evitar consecuencias irreversibles.

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Muñeco que es utilizado en las formaciones para simular un nacimiento. Un proyecto busca reducir errores médicos y transformar la formación clínica en España al replicar emergencias reales  

La vida transcurre como en cualquier hospital en el Centro de Simulación Clínica del Hospital Universitario La Paz, conocido como SimuPAZ: monitores encendidos, camillas preparadas para recibir a los pacientes y personal sanitario vestido como en jornada laboral. Pero lo que ocurre aquí es parte de un programa de entrenamiento. Lo simulado se convierte en una herramienta muy real para evitar consecuencias irreversibles.

Se trata de formaciones en liderazgo adaptativo y son parte de un proyecto conjunto entre la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y el SimuPAZ. De acuerdo con estas entidades, entrenar a los equipos mejora de forma significativa su capacidad para responder ante situaciones complejas en entornos clínicos de alto riesgo: un paciente que se desestabiliza, una hemorragia repentina o incluso informar de un diagnóstico fatal.

La empatía, la comunicación con los pacientes, la gestión emocional o la forma de transmitir malas noticias apenas cuentan con asignaturas propias en la mayoría de universidades. Son áreas que siguen ocupando un lugar marginal en la larga trayectoria formativa de un médico. Su aprendizaje queda, en la práctica, supeditado a factores poco sistematizados: los modelos profesionales que el estudiante tenga cerca o la personalidad de cada futuro médico.

Para el investigador Ramón Rico, de la UC3M, “practicar, probar y equivocarse” tienen un valor incalculable en este ámbito profesional. Y, bajo esta premisa, comenta que pretenden expandir las capacidades de los galenos en la comunicación con los pacientes, pero también con su propio equipo. “Encontramos que los estudiantes de medicina y enfermería no reciben entrenamiento conjunto durante su formación. Aunque resulte sorprendente, esto solo ocurre en tiempo real cuando ambos colectivos se encuentran durante su práctica clínica”, detalla Rico.

Una herramienta evaluativa

En el SimuPAZ, que funciona desde hace unos diez años, las salas emulan diversos entornos clínicos. El doctor Manuel Quintana, director del centro y médico intensivista, explica que tienen estructurados cuatro escenarios principales: una consulta, un área de hospitalización, otra de simulación de urgencias y un quirófano. “Todo el centro está preparado para grabar lo que ocurre”, subraya.

En una de estas salas, una mujer visiblemente embarazada se retuerce sobre la camilla. A su alrededor, el equipo sanitario —integrado por médicos, enfermeras y residentes en ejercicio— se desenvuelve con naturalidad.

La escena es observada por los entrenadores. Estos permanecen detrás de un cristal que solo refleja hacia un lado y que permite escuchar y ver todo. Monitorean la situación en tiempo real. “Parece mentira lo fácil que se aíslan”, comenta Rico.

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La mujer embarazada pasa rápidamente de una situación controlada a una de riesgo. El equipo ahora puede practicar lo que no podría en un hospital real: el margen de error. “Enseñamos a pensar en la situación, a interpretar el cambio y decidir incluso cuando no todo está claro”, subraya el director.

El centro está diseñado para que se olviden de que se trata de una simulación, que pretender ser también una herramienta evaluativa. “Usamos la simulación como una herramienta formativa, pero queremos que sea también una herramienta de evaluación e investigación”, apunta Quintana.

El desafío de lo imprevisible

Según datos recopilados en 2017 por la Fundación por la Investigación, Docencia e Innovación en Seguridad del Paciente (FIDISP), entre el 9% y el 11% de los pacientes hospitalizados en España sufren algún evento adverso relacionado con la atención sanitaria, de los cuales más del 40% serían evitables en hospitales y hasta un 70% en atención primaria. Las causas más frecuentes son fallos en la comunicación y la coordinación entre profesionales, especialmente en momentos de máxima presión.

El proyecto, que está financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y la Agencia Estatal de Investigación, cuenta con la participación voluntaria de más de 280 médicos, enfermeras y residentes.

Están organizados en 95 equipos multidisciplinares de diversos centros sanitarios de la Comunidad de Madrid y son entrenados bajo tres condiciones diferentes: líderes y seguidores formados en liderazgo adaptativo, solo los líderes formados en liderazgo adaptativo y una formación general en trabajo en equipo para todos los miembros.

Un paciente robótico

Un simulador humanoide, al que su casa comercial ha llamado Apollo —como el dios al que los griegos culpaban tanto de las muertes repentinas como de la curación—, reposa en la camilla de otra sala. Como él, otros dummies van rotando en función de lo que se necesita. Apollo tiene pulso palpable, pupilas reactivas y respuesta fisiológica a tratamientos. “Es importante que sientan que es un paciente, no un muñeco”, dice Quintana.

Este simulador puede mejorar o deteriorarse hasta entrar en paro según las decisiones tomadas. En la demostración, Apollo entra en asistolia —un tipo de paro cardíaco—y los monitores marcan cero. “En algunos países, el dummie nunca muere”, comenta Quintana, una estrategia para que el alumno no se vaya con una sensación negativa. “Aquí sí puede morir, porque así es la medicina”, dice. En el mundo sanitario, donde no hay margen para equivocarse, Apollo existe precisamente para permitirlo. “Es mejor que se equivoquen con él que con un paciente real”, subraya este médico intensivista.

“Romper jerarquías sin romper equipos”

Quintana y Rico destacan un hallazgo llamativo: la capacidad de regulación emocional que mostraron los equipos mejor entrenados era mucho más alta que los que no. Los investigadores interpretan este fenómeno como un síntoma positivo: un clima de seguridad psicológica donde los profesionales se sienten libres para hablar, corregir o pedir ayuda sin temor a ser juzgados.

Las emociones positivas —cuando aparecen incluso bajo máxima presión— han demostrado ser un motor clave para anticipar movimientos, reajustar roles y sostener el rendimiento colectivo. Pero los investigadores insisten en que esa respuesta no surge de manera espontánea. “Hablamos a menudo de trabajo en equipo, pero la formación sigue siendo individual. Eso no tiene sentido”, señala Quintana.

Advierten de que uno de los aprendizajes más complejos tiene que ver con la comunicación, especialmente cuando quien detecta el problema no ocupa el rango más alto. “Históricamente, cuando una enfermera veía el riesgo, no se atrevía a decirlo en voz alta”, relata el director del SimuPAZ. “El liderazgo adaptativo exige romper la jerarquía sin romper los equipos”, afirma el galeno.

La idea, sostiene, es trabajar competencias que antes se daban por inherentes: “La coordinación se entrena, el liderazgo se entrena, la toma de decisiones se entrena. En una emergencia, tu nivel de respuesta es exactamente tu nivel de entrenamiento”, sentencia.

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