Comentábamos anteayer, dicho con espíritu milenario chino, no en balde abarcaría muchas épocas del club, que el factor determinante de la brillantísima clasificación para cuartos de la Conference en Guimaraes fue que el equipo creyó en sí mismo en unos momentos, tras el partido de ida, en que muchos dudábamos. Una fortaleza anímica que repitió en Leganés el pasado domingo, después de un primer tiempo que hubiera firmado Cagancho. El grupo creyó en la remontada, Bakambu en el renacimiento del goleador fiable que asombrara en el Villarreal o se saliera en el Olimpiacos y Cucho en estrenarse como artillero verdiblanco con diana de tres puntos.No puede obviarse que, como complemento a todo lo anterior, coadyuvó en el resultado la microbiota intestinal de Marko Dimitrovic, descompuesta tras el atracón del primer tiempo. Fue torpe en el control del balón, que la ambición de Bakambu transformó en penalti, y sirvió en bandeja el segundo gol al congoleño con algo que es de primero de infantiles: mandar el balón por encima del travesaño. Hubo conspiranoicos que en las redes lo tacharon de colaboracionista, pero en Sevilla se le conoce bien: gana partidos con la misma naturalidad y menos frecuencia que los pierde. De hecho, evitó en un par de ocasiones que el Betis sentenciara antes el marcador.Ahora le queda a los verdiblancos la confirmación de que su autoestima es sólida y ha eclosionado para quedarse. Primero, el día 30, que tiene todos los diodos en verde en el semáforo del derbi, y luego en la persecución, casi alcanzado el quinto, el Villarreal, de la plaza Champions, ahora predio del Athletic. Para un equipo que ha hecho quince de quince, sólo igualado por el líder, no es ni mucho menos una quimera. Como tampoco lo es disputar las semifinales de la CL. Tan es así que los haters de Manuel Pellegrini han desaparecido. En los tiempos duros, repetían sin cesar que su ciclo en el Betis estaba acabado. No es sensato entronizar aún la euforia, pero podría ser que, muy al contrario, esté comenzando uno nuevo, más ambicioso y permanente en el tiempo. Comentábamos anteayer, dicho con espíritu milenario chino, no en balde abarcaría muchas épocas del club, que el factor determinante de la brillantísima clasificación para cuartos de la Conference en Guimaraes fue que el equipo creyó en sí mismo en unos momentos, tras el partido de ida, en que muchos dudábamos. Una fortaleza anímica que repitió en Leganés el pasado domingo, después de un primer tiempo que hubiera firmado Cagancho. El grupo creyó en la remontada, Bakambu en el renacimiento del goleador fiable que asombrara en el Villarreal o se saliera en el Olimpiacos y Cucho en estrenarse como artillero verdiblanco con diana de tres puntos.No puede obviarse que, como complemento a todo lo anterior, coadyuvó en el resultado la microbiota intestinal de Marko Dimitrovic, descompuesta tras el atracón del primer tiempo. Fue torpe en el control del balón, que la ambición de Bakambu transformó en penalti, y sirvió en bandeja el segundo gol al congoleño con algo que es de primero de infantiles: mandar el balón por encima del travesaño. Hubo conspiranoicos que en las redes lo tacharon de colaboracionista, pero en Sevilla se le conoce bien: gana partidos con la misma naturalidad y menos frecuencia que los pierde. De hecho, evitó en un par de ocasiones que el Betis sentenciara antes el marcador.Ahora le queda a los verdiblancos la confirmación de que su autoestima es sólida y ha eclosionado para quedarse. Primero, el día 30, que tiene todos los diodos en verde en el semáforo del derbi, y luego en la persecución, casi alcanzado el quinto, el Villarreal, de la plaza Champions, ahora predio del Athletic. Para un equipo que ha hecho quince de quince, sólo igualado por el líder, no es ni mucho menos una quimera. Como tampoco lo es disputar las semifinales de la CL. Tan es así que los haters de Manuel Pellegrini han desaparecido. En los tiempos duros, repetían sin cesar que su ciclo en el Betis estaba acabado. No es sensato entronizar aún la euforia, pero podría ser que, muy al contrario, esté comenzando uno nuevo, más ambicioso y permanente en el tiempo.
No es sensato entronizar aún la euforia, pero podría ser que esté comenzando uno nuevo, más ambicioso y permanente en el tiempo
Comentábamos anteayer, dicho con espíritu milenario chino, no en balde abarcaría muchas épocas del club, que el factor determinante de la brillantísima clasificación para cuartos de la Conference en Guimaraes fue que el equipo creyó en sí mismo en unos momentos, tras el partido de … ida, en que muchos dudábamos. Una fortaleza anímica que repitió en Leganés el pasado domingo, después de un primer tiempo que hubiera firmado Cagancho. El grupo creyó en la remontada, Bakambu en el renacimiento del goleador fiable que asombrara en el Villarreal o se saliera en el Olimpiacos y Cucho en estrenarse como artillero verdiblanco con diana de tres puntos.
No puede obviarse que, como complemento a todo lo anterior, coadyuvó en el resultado la microbiota intestinal de Marko Dimitrovic, descompuesta tras el atracón del primer tiempo. Fue torpe en el control del balón, que la ambición de Bakambu transformó en penalti, y sirvió en bandeja el segundo gol al congoleño con algo que es de primero de infantiles: mandar el balón por encima del travesaño. Hubo conspiranoicos que en las redes lo tacharon de colaboracionista, pero en Sevilla se le conoce bien: gana partidos con la misma naturalidad y menos frecuencia que los pierde. De hecho, evitó en un par de ocasiones que el Betis sentenciara antes el marcador.
Ahora le queda a los verdiblancos la confirmación de que su autoestima es sólida y ha eclosionado para quedarse. Primero, el día 30, que tiene todos los diodos en verde en el semáforo del derbi, y luego en la persecución, casi alcanzado el quinto, el Villarreal, de la plaza Champions, ahora predio del Athletic. Para un equipo que ha hecho quince de quince, sólo igualado por el líder, no es ni mucho menos una quimera. Como tampoco lo es disputar las semifinales de la CL. Tan es así que los haters de Manuel Pellegrini han desaparecido. En los tiempos duros, repetían sin cesar que su ciclo en el Betis estaba acabado. No es sensato entronizar aún la euforia, pero podría ser que, muy al contrario, esté comenzando uno nuevo, más ambicioso y permanente en el tiempo.
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