Además del habitual sistema de pruebas de ADN, las autoridades de Kiev recurren al reconocimiento facial para identificar las bajas de su ejército en un esfuerzo por responder al creciente reclamo de los familiares de los uniformados en paradero desconocido Leer Además del habitual sistema de pruebas de ADN, las autoridades de Kiev recurren al reconocimiento facial para identificar las bajas de su ejército en un esfuerzo por responder al creciente reclamo de los familiares de los uniformados en paradero desconocido Leer
El paisaje, un bucólico entorno de colinas y lagos, pierde su encanto en cuanto los presentes descubren el insoportable hedor que desprenden los cadáveres. Los acólitos de Oleksii Yukov han alineado las 12 bolsas sobre el prado. Algunos restos son una mera amalgama de huesos, ropa y despojos irreconocibles.
La mayoría son cuerpos de militares rusos. Oleksii se arrodilla sobre uno de los fallecidos y le agarra la mandíbula. Aunque nunca estudió nada cercano a la medicina forense, Oleksii ha desarrollado a lo largo de los años un profundo conocimiento sobre esta especialidad.
«Tiene moscas pero no han dejado larvas todavía. Será fácil reconocerlo por los dientes», comenta para establecer que los restos son recientes. Uno de los presentes le pregunta cómo puede soportar el olor y el voluntario ucraniano replica: «Antes, él también era un ser humano».
La recuperación de restos de antiguos uniformados rusos es tan vital como la de los propios ucranianos, como insiste Oleksii. «Nos permite usar estos cuerpos para intercambiarlos por los de nuestros soldados», argumenta.
Los despojos «ucranianos» resultan mucho más complicados de identificar. Oleksii ni siquiera sabe a cuantas personas corresponden. Los transporta en una decena de bolsas de plástico. Los encontraron hace menos de una semana en Yampil, a unos 30 kilómetros al norte. «Son trozos. Se los habían comido los animales», explica el máximo responsable de la agrupación Platsdarm, que se dedica desde hace años a recuperar despojos humanos en los diversos frentes bélicos del este y norte de Ucrania.
«Hemos recogido más de 2.500 cadáveres, rusos y ucranianos, desde el inicio de la invasión general en 2022», agrega.
Los huesos y pedazos de lo que antaño fue una persona tendrán que someterse a los análisis de ADN para averiguar su identidad, pero como dice Yukov, «ahora al menos, después de 3 años de espera, una familia podrá enterrar a su hijo o su padre».
La atribulada tarea que acometen los voluntarios de Platsdarm cada semana se inscribe en el esfuerzo que mantienen las autoridades ucranianas para rescatar los restos de los miles y miles de de soldados «desaparecidos en combate», los tristemente célebres MIA (por sus siglas en inglés), que se acumulan conforme la guerra entre este país y Rusia continúa su curso, generando una especial desazón entre un número similar de familias.
El Comisionado ucraniano para Personas Desaparecidas en Situaciones Especiales, Artur Dobroserdov, mantiene una base de datos que incluye a cerca de 70.000 personas «desaparecidas» -militares y civiles, incluidos-, de los cuales, según dice, al menos unos 8.000 están en cautiverio y por tanto vivos.
«Además, nosotros hemos conseguido identificar a otros 1.807 prisioneros buscando [fotos] en internet, pero que no han sido confirmados como tales por la Cruz Roja Internacional», aclara.
Sentado en su despacho de Kiev, Dobroserdov comenta a este diario que pretende intensificar esta campaña, pese a que la guerra continúa, ya que experiencias del pasado como Vietnam han demostrado que, con el paso del tiempo, ese objetivo se torna cada vez más complejo.
Cuando concluyó la guerra de Vietnam en 1973, los estadounidenses contabilizaron cerca de 2.500 soldados como MIA, incluso después de la liberación de prisioneros. Hasta finales de los años 80, los gobiernos de ambos países no llegaron a un acuerdo para permitir la búsqueda de los restos de los que seguían en paradero desconocido. Cientos de cadáveres han sido rescatados durante todos estos años, pero se continúa sin saber el paradero de cerca de 1.600 uniformados.
La ausencia de noticias propició toda una suerte de teorías conspiranóicas sobre la presencia de supuestos prisioneros ocultos por los vietnamitas que caló tanto en la cultura popular norteamericana que incluso inspiró la segunda entrega de la saga Rambo.
«Queremos recuperar a la mayoría de nuestra gente», asegura Dobroserdov.
Según las cifras que maneja, si desde que Moscú lanzó la guerra general en 2022 Ucrania ha conseguido que los rusos les entreguen 8.835 cadáveres, sólo este año los intercambios han permitido recuperar 4.241, un número que refleja tanto una mejora en la coordinación con las fuerzas del ejército enemigo, como el aumento de la sangría que está suponiendo esta guerra.
Las autoridades ucranianas anunciaron el último intercambio de este tipo el pasado día 16, cuando recibieron 909 cadáveres, la misma cifra que en marzo y abril. A cambio entregaron los despojos de 36 caídos rusos.
«Desde octubre del año pasado la cantidad [de cuerpos que se intercambian] ha aumentado de forma drástica», agrega.
Los empleados a las órdenes de Dobroserdov han incorporado sistemas de reconocimiento facial para reconocer a las víctimas del ejército adversario, que usan en las oficinas situadas en las inmediaciones. El jefe de ese departamento, Oleg (sólo da su nombre), de 40 años, muestra el vídeo de un prisionero ucraniano al que observa tirado en el suelo. Un militar ruso le ejecuta de varios balazos. El funcionario «copia» el rostro del uniformado y lo compara con los que les ofrecen miles de páginas de redes sociales y otros bancos de datos. «Así encontramos esta foto de Volodimir Lukashov, nacido en 1975. Comparamos con nuestra base de datos y confirmamos que era un MIA. Un soldado de Sumi, que fue ejecutado en Kursk. Sabemos que el vídeo se subió a internet el 13 de noviembre de 2024 y lo asesinaron el 9 de noviembre», relata.
El trabajo del Comisionado ucraniano para Personas Desaparecidas se entremezcla con el que desarrollan otras instituciones locales como el Cuartel General de Coordinación sobre Prisioneros de Guerra o los 25 laboratorios dependientes de varias instituciones donde se certifica la identidad de los restos humanos recibidos por las autoridades.
«Comenzamos siendo capaces de procesar 1.000 muestras de ADN por mes y ahora somos capaces de lidiar con 10.000, tan sólo en los laboratorios del Ministerio de Interior», asegura Ruslan Abbasov, número dos del Centro de Forenses del citado departamento.
El equipo de Abbasov, que aprendió con expertos formados en la búsqueda de desaparecidos de la guerra de Bosnia, ha recogido entre 110.000 y 120.000 muestras de ADN de familiares de militares en paradero desconocido. El ucraniano apostilla que esa cifra puede llevar a engaño ya que hay muchos casos en los que se recolectan material genético de varios allegados del mismo MIA.
Hasta ahora, los laboratorios dependientes del Ministerio de Interior han conseguido otorgar una identidad a 10.500 despojos humanos, pero el proceso es tan lento como complejo:
«Hay que recuperar los cuerpos en el campo de batalla. Después, los reconoce un forense y la Policía abre una investigación policial. De forma paralela, los familiares reciben un certificado de que su allegado es un MIA y tienen que ir a donar ADN a la Policía«, agrega Abbasov.
Mientras habla, Abbasov pasea por las instalaciones de uno de los laboratorios citados donde varios operarios reducen a polvo muestras de huesos para extraer el ADN. Los restos de los cadáveres son lavados, secados y finalmente una centrifugadora los convierte en polvo.
Pese a los esfuerzos de la administración local, la persistente sangría que se registra en los campos de batalla ucranianos ha disparado el número de MIA y, con ello, la ansiedad de sus familiares, que como reconoce Dobroserdov, «nunca se cansan de buscar a su gente».
El pasado 13 de abril, un centenar de madres y esposas de militares de los Marines ucranianos se congregaron en la ciudad de Odesa, portando banderas nacionales estampadas con los retratos de sus familiares desaparecidos.También colocaron sillas vacías en recuerdo de los que no están.
«No permanezcáis en silencio. Luchad por ellos como ellos lucharon por nosotros en Krinki», se leía en una de las pancartas.
La organización Krinki, el camino a casa lleva meses apadrinando estas convocatorias para mantener vivo el caso de los cientos de uniformados cuyo destino se desconoce tras la sangrienta batalla que se libró en esa ribera del río Dnipro, en la provincia de Jersón, entre el verano de 2023 y la misma fecha del año siguiente.
Nadiya Bohdanova perdió contacto con su hijo Alexander Sergevich, de 24 años, el 9 de diciembre pasado. Ese día fue cuando recibió una llamada para que se personara en unas dependencias oficiales donde le entregaron el temido documento que ninguna familia desea recibir: el joven era un MIA más de esa brutal confrontación.
«Había realizado ya dos desembarcos en Krinki. En el segundo resultó herido por una explosión, con una contusión. No me lo dijo para no preocuparme», relata por teléfono.
Del resto, incluido Sergevich, no se sabe nada.
La madre ucraniana se niega a asumir que Sergevich está muerto. Incluso cuando el jefe de su compañía le dijo que «había quedado debajo de los escombros de una casa» que fue aplastada por los bombardeos rusos.
«Otro compañero que estaba a 50 metros me contó que habían lanzado 3 CAB [bombas de 500 kilos] contra la posición de Alexander. Pidió permiso para ir a ver si había supervivientes pero no le dejaron», agrega.
Según los datos oficiales, en Krinki se registraron 788 MIA, de los cuales 49 han sido identificados como cautivos y otros 11 han sido devueltos como cadáveres. Los que maneja Bohdanova duplican esos guarismos. «Nuestra asociación tiene 2.000 familias de desaparecidos en Krinki. Hemos confirmado que hay 41 prisioneros y nos han devuelto 21 cuerpos», dice.
La ofensiva ucraniana contra Krinki fue una de las más costosas en vidas humanas del año pasado y generó una enorme controversia en el país ante el escaso valor estratégico del objetivo, una aldea perdida convertida en un barrizal infinito. Los propios marines consideraron que era una operación «suicida», según comentaron a este diario.
«Nadie quiere hablar de Krinki. Eso aumenta nuestro dolor, pero no queremos decir que es nuestro duelo», insiste la fémina, convencida de que existen los milagros.
La angustia de Nadiya es la misma que comparten decenas de miles de familias ucranianas. Para muchas, el hecho de que sus maridos, hijos o hermanos aparezcan en las listas de prisioneros -incluso conociendo las precarias condiciones que enfrentan en las cárceles rusas- constituye un alivio.
Pero el propio Dobroserdov es sincero. «Si no hay datos sobre un desaparecido en un periodo de tiempo, asumimos que está muerto, aunque no se puede confirmar hasta que no tenemos el cuerpo», puntualiza.
El hermano de Katya Voropai, Ivan, de 27 años, desapareció en julio del año pasado en su primera misión en el frente de Járkiv. Habían hablado por última vez el 24 de julio. Cumplía años en pocos días.
Katya y su madre contactaron con todos los posibles testigos de lo ocurrido y ellos mismos le dijeron que la patrulla de Ivan había sufrido un ataque de artillería. «Me dijeron que Ivan estaba evacuando a un herido y que apareció un dron. Ivan saltó a una trinchera pero sufrió el ataque del dron. Quedó cubierto por la tierra. Es una zona que está minada y nadie se puede acercar. Los soldados ucranianos nos han contado que pueden ver un montón de cadáveres tirados en la tierra, pero que es imposible llegar allí», narra.
La rutina de Katya durante muchas jornadas es visualizar cadáveres o prisioneros ucranianos en las páginas sociales esperando encontrar alguna pista sobre el paradero de Ivan. Una estremecedora actividad que ya ha generado serios desequilibrios a su madre.
La voz quebrada de la ucraniana refleja el dolor que todavía le produce la ausencia de noticias sobre su hermano. Reconoce que hay gente que cree «en los milagros». Y precisamente ella se siente en cierta manera «culpable» por estar «perdiendo la esperanza».
Internacional // elmundo