Sólo el resistente chauvinismo francés explica el menú de fin de semana que la organización del Tour ha dispuesto para los aficionados al ciclismo que hayan trabajado duramente esta semana y se asomen al televisor con la esperanza de presenciar alguna aventura. El hecho de que la fiesta nacional (14 de julio) caiga este año en lunes indujo a los organizadores de la prueba ciclista más importante del planeta a situar ese día la primera gran etapa montañosa de este año; por si acaso, como para otorgarle mayor interés aún, decidieron además sacrificar las sobremesas sagradas del fin de semana con las dos etapas más absolutamente llanas y previsibles de la carrera. Los ciclistas, cansados después de una primera semana intensa tanto en lo deportivo como en cuanto a accidentes, no defraudaron este sábado a los espectadores perspicaces que aprovecharon el aburrimiento en toda Europa para disfrutar de una siesta estival.La tranquilidad y el calor describieron la etapa hasta los diez kilómetros finales de la etapa, una de las tres oportunidades que quedaban a los esprínters para conquistar una etapa en el Tour: 171 kilómetros entre Saint-Méen-le-Grand y Laval , a orillas del Río Mayenne, en la región de los Países del Loira. Dos corredores de Intermarché lucharon por una escapada que nunca llegó al minuto de ventaja, buscando al menos promocionar a sus patrocinadores durante una hora. No hubo abanicos ni acelerones hasta ese momento culminante de tensión; sólo calor, control de los equipos con velocistas y un ritmo suficiente para cumplir el pronóstico de la organización.Joao Almeida fue protagonista no querido del día al mantenerse en carrera –pese a la fractura de costilla y las abrasiones sufridas en la caída del viernes– para ayudar a su líder, Pogacar, cuando llegue la alta montaña. El luso superó el día en la cola de grupo, beneficiado por la relajación colectiva. (Eddie Dunbar sí confirmó su baja al comienzo de la etapa, sumándose a la ya conocida de Jack Haig).Sin viento no se iba a romper el pelotón. El problema adicional de estas etapas insulsas es que los ciclistas llegan enteros a los kilómetros finales, convirtiendo la preparación del esprint en una jungla de asfalto . (Tal y como sucedió en el desenlace de la tercera etapa, tras la procesión a Dunquerque, con una caída masiva a tres kilómetros de meta). Por suerte, no hubo caídas que lamentar en la meta de Laval, pese a tratarse de un esprint técnico y cuesta arriba, complicado por tres rotondas previas que pusieron a prueba la destreza y la sensatez de lanzadores y esprínters. El más rápido, por primera vez en este Tour, fue por fin el favorito: Jonathan Milan . Sólo el resistente chauvinismo francés explica el menú de fin de semana que la organización del Tour ha dispuesto para los aficionados al ciclismo que hayan trabajado duramente esta semana y se asomen al televisor con la esperanza de presenciar alguna aventura. El hecho de que la fiesta nacional (14 de julio) caiga este año en lunes indujo a los organizadores de la prueba ciclista más importante del planeta a situar ese día la primera gran etapa montañosa de este año; por si acaso, como para otorgarle mayor interés aún, decidieron además sacrificar las sobremesas sagradas del fin de semana con las dos etapas más absolutamente llanas y previsibles de la carrera. Los ciclistas, cansados después de una primera semana intensa tanto en lo deportivo como en cuanto a accidentes, no defraudaron este sábado a los espectadores perspicaces que aprovecharon el aburrimiento en toda Europa para disfrutar de una siesta estival.La tranquilidad y el calor describieron la etapa hasta los diez kilómetros finales de la etapa, una de las tres oportunidades que quedaban a los esprínters para conquistar una etapa en el Tour: 171 kilómetros entre Saint-Méen-le-Grand y Laval , a orillas del Río Mayenne, en la región de los Países del Loira. Dos corredores de Intermarché lucharon por una escapada que nunca llegó al minuto de ventaja, buscando al menos promocionar a sus patrocinadores durante una hora. No hubo abanicos ni acelerones hasta ese momento culminante de tensión; sólo calor, control de los equipos con velocistas y un ritmo suficiente para cumplir el pronóstico de la organización.Joao Almeida fue protagonista no querido del día al mantenerse en carrera –pese a la fractura de costilla y las abrasiones sufridas en la caída del viernes– para ayudar a su líder, Pogacar, cuando llegue la alta montaña. El luso superó el día en la cola de grupo, beneficiado por la relajación colectiva. (Eddie Dunbar sí confirmó su baja al comienzo de la etapa, sumándose a la ya conocida de Jack Haig).Sin viento no se iba a romper el pelotón. El problema adicional de estas etapas insulsas es que los ciclistas llegan enteros a los kilómetros finales, convirtiendo la preparación del esprint en una jungla de asfalto . (Tal y como sucedió en el desenlace de la tercera etapa, tras la procesión a Dunquerque, con una caída masiva a tres kilómetros de meta). Por suerte, no hubo caídas que lamentar en la meta de Laval, pese a tratarse de un esprint técnico y cuesta arriba, complicado por tres rotondas previas que pusieron a prueba la destreza y la sensatez de lanzadores y esprínters. El más rápido, por primera vez en este Tour, fue por fin el favorito: Jonathan Milan .
Ciclismo
Etapa 8 del Tour de Francia
La octava etapa asume su previsible perfil tedioso en espera de la primera gran etapa montañosa del lunes. Victoria al esprint de Milan
Sólo el resistente chauvinismo francés explica el menú de fin de semana que la organización del Tour ha dispuesto para los aficionados al ciclismo que hayan trabajado duramente esta semana y se asomen al televisor con la esperanza de presenciar alguna aventura. El hecho … de que la fiesta nacional (14 de julio) caiga este año en lunes indujo a los organizadores de la prueba ciclista más importante del planeta a situar ese día la primera gran etapa montañosa de este año; por si acaso, como para otorgarle mayor interés aún, decidieron además sacrificar las sobremesas sagradas del fin de semana con las dos etapas más absolutamente llanas y previsibles de la carrera. Los ciclistas, cansados después de una primera semana intensa tanto en lo deportivo como en cuanto a accidentes, no defraudaron este sábado a los espectadores perspicaces que aprovecharon el aburrimiento en toda Europa para disfrutar de una siesta estival.
La tranquilidad y el calor describieron la etapa hasta los diez kilómetros finales de la etapa, una de las tres oportunidades que quedaban a los esprínters para conquistar una etapa en el Tour: 171 kilómetros entre Saint-Méen-le-Grand y Laval, a orillas del Río Mayenne, en la región de los Países del Loira. Dos corredores de Intermarché lucharon por una escapada que nunca llegó al minuto de ventaja, buscando al menos promocionar a sus patrocinadores durante una hora. No hubo abanicos ni acelerones hasta ese momento culminante de tensión; sólo calor, control de los equipos con velocistas y un ritmo suficiente para cumplir el pronóstico de la organización.
Joao Almeida fue protagonista no querido del día al mantenerse en carrera –pese a la fractura de costilla y las abrasiones sufridas en la caída del viernes– para ayudar a su líder, Pogacar, cuando llegue la alta montaña. El luso superó el día en la cola de grupo, beneficiado por la relajación colectiva. (Eddie Dunbar sí confirmó su baja al comienzo de la etapa, sumándose a la ya conocida de Jack Haig).
Sin viento no se iba a romper el pelotón. El problema adicional de estas etapas insulsas es que los ciclistas llegan enteros a los kilómetros finales, convirtiendo la preparación del esprint en una jungla de asfalto. (Tal y como sucedió en el desenlace de la tercera etapa, tras la procesión a Dunquerque, con una caída masiva a tres kilómetros de meta). Por suerte, no hubo caídas que lamentar en la meta de Laval, pese a tratarse de un esprint técnico y cuesta arriba, complicado por tres rotondas previas que pusieron a prueba la destreza y la sensatez de lanzadores y esprínters. El más rápido, por primera vez en este Tour, fue por fin el favorito: Jonathan Milan.
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