Cuando un artículo se viraliza, el autor puede estar recibiendo exabruptos durante meses. Si bien es cierto que durante las primeras horas llegan halagos, a mayor es el alcance, mayor es también el número de ofendidos. A esto ayuda que lo que se comparte suele ser un párrafo, y que poca gente se aventura a leer artículos enteros (desde que tengo uso de razón conozco el concepto “lector de titulares”). Tuve a bien hace unas semanas cagarme en la I.A., más concretamente en ChatGPT, su versión más extendida, por sus implicaciones éticas relacionadas con la creatividad. Cuál fue mi sorpresa al ver que el artículo se viralizó en LinkedIn, red social donde la gente finge trabajar a dolor, pero siempre en busca de nuevas oportunidades y conocimientos. A veces leo lo que el personal escribe ahí y no me explico cómo puedo vivir en un país en el que, a un tiempo, todo el mundo se queja de trabajar en La oficina siniestra (la que Pablo San José García dibujara en La Codorniz), pero que de puertas afuera venden como un parque de bolas del brillo intelectual.
Todo este entusiasmo por la innovación mal entendida tiene como finalidad (no sé si consciente o no) convertirnos en entusiastas de nuestra propia obsolescencia
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Todo este entusiasmo por la innovación mal entendida tiene como finalidad (no sé si consciente o no) convertirnos en entusiastas de nuestra propia obsolescencia


Cuando un artículo se viraliza, el autor puede estar recibiendo exabruptos durante meses. Si bien es cierto que durante las primeras horas llegan halagos, a mayor es el alcance, mayor es también el número de ofendidos. A esto ayuda que lo que se comparte suele ser un párrafo, y que poca gente se aventura a leer artículos enteros (desde que tengo uso de razón conozco el concepto “lector de titulares”). Tuve a bien hace unas semanas cagarme en la I.A., más concretamente en ChatGPT, su versión más extendida, por sus implicaciones éticas relacionadas con la creatividad. Cuál fue mi sorpresa al ver que el artículo se viralizó en LinkedIn, red social donde la gente finge trabajar a dolor, pero siempre en busca de nuevas oportunidades y conocimientos. A veces leo lo que el personal escribe ahí y no me explico cómo puedo vivir en un país en el que, a un tiempo, todo el mundo se queja de trabajar en La oficina siniestra (la que Pablo San José García dibujara en La Codorniz), pero que de puertas afuera venden como un parque de bolas del brillo intelectual.
Sigo anonadada con la idea que tiene la gente sobre la creatividad. A veces, en un pírrico empeño personal en documentar la morralla del mundo, me pongo a ver charlas de motivación en YouTube. Hay casos en los que individuos concretos, tras pasar por eventos traumáticos, dan su visión del mundo. Pero la inmensa mayoría de las veces se trata de gente que no ha hecho nada memorable en esta vida más allá de cobrar un cheque de cuatro cifras por una hora de cháchara compilando perogrulladas con nombres en inglés. Lo sorprendente es que empresas económicamente solventes les contraten para hablar de resiliencia e innovación de cara a un público (sus empleados) que tiene una experiencia mucho más amplia en todos los sentidos.
Todo este entusiasmo por la innovación mal entendida tiene como finalidad (no sé si consciente o no) convertirnos en entusiastas de nuestra propia obsolescencia. No, no van a aparecer 30 puestos de trabajo para suplir otros 30. Van a aparecer dos para suplir 40. Sería una cosa normal si fueran oficios obsoletos, pero se da la casualidad de que son puestos que se siguen demandando (puestos creativos), que por pura codicia serán sustituidos por programas, mientras que los propios impulsores de este nuevo sistema resoplarán ante las quejas de tanto desempleado en busca de paguitas. ¡Reinvéntate, muerto de hambre!
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Sobre la firma

Columnista en la sección de Televisión. Ha colaborado en ‘El Mundo’, ‘Letras Libres’, ‘El Confidencial’, en programas radiofónicos y ha sido guionista de ficción y entretenimiento. Licenciada en Comunicación Audiovisual, ha ganado los premios Lengua de Trapo y Ateneo de Novela Joven de Sevilla. Su último libro es ‘La conquista de Tinder’.
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