Se cumple un año del gran canje de prisioneros entre Estados Unidos y Rusia: «Putin es el negociador de prisioneros más experimentado del mundo»

«Nos liberaron, pero no fue como en las películas», rememora para EL MUNDO el disidente Andrei Pivovarov, que recobró la libertad después de estar preso en una celda aislada desde 2021 Leer «Nos liberaron, pero no fue como en las películas», rememora para EL MUNDO el disidente Andrei Pivovarov, que recobró la libertad después de estar preso en una celda aislada desde 2021 Leer  

Fue un intercambio para la Historia: el más complejo, con un puñado de países ofreciendo en algunos casos a rusos en su custodia a cambio de la libertad de forasteros. El canje más abultado, con 26 presos involucrados. Y la negociación más agónica: tanto, que uno de sus participantes no llegó vivo al final. Hace un año, las cámaras siguieron a las figuras que bajaban de un avión reluciente en la oscuridad de la noche de Moscú, con una alfombra roja para espías, sicarios y delincuentes.

Otro avión salió del espacio aéreo ruso: dentro, occidentales cazados por el régimen de Vladimir Putin. Siete de los 16 prisioneros liberados de Moscú eran activistas rusos sin una segunda nacionalidad: no había precedentes de eso. Fue un momento agridulce para algunos de los implicados: Ilya Yashin, un destacado nombre de la disidencia, les dijo a sus carceleros que no quería la libertad si eso significaba exiliarse.

Como en el final de una obra de teatro en la que héroes y villanos salen juntos a saludar al público dejando a un lado su papel en la trama. En la escalerilla del avión que los trajo a Moscú, dos espías del SVR (Artem Dultsev y Anna Dultseva) que trabajaban en Eslovenia fingiendo ser argentinos hablaron ruso delante de sus hijos por primera vez. Recién aterrizado en EEUU, el periodista del medio conservador Wall Street Journal abrazaba al presidente demócrata Joe Biden. Fue un proceso áspero en muchas cancillerías, pues sabían que soltaban a culpables para recuperar a inocentes.

«Nos liberaron, pero no fue como en las películas», rememora para EL MUNDO el disidente Andrei Pivovarov, que recobró la libertad después de estar preso en una celda aislada desde 2021. «No vino nadie de uniforme a decirnos que éramos unos traidores a la patria y que nos sueltan, existe la práctica de que a los presos no se les dice a dónde van cuando ya han sido intercambiados, nos dimos cuenta de lo que iba a pasar cuando vimos a otros presos políticos, pero nadie nos dijo nada, me parece que esto es una cobardía del Estado», relata.

Casi todas las caretas cayeron en cuestión de horas. Tras la liberación, el Kremlin confirmó que Vadim Krasikov, un sicario devuelto por Alemania como parte del gran intercambio de prisioneros, era un empleado del servicio de seguridad FSB de Rusia y había servido en el Grupo Alfa, la unidad de fuerzas especiales del FSB. Putin lo saludó afectuosamente al pie del avión. Él fue la pieza clave del acuerdo ofrecido por Occidente. La pieza más relevante en el lado ruso, el líder disidente Alexei Navalny, había fallecido en prisión en febrero de ese mismo año.

Aquel 16 de febrero de 2024 fue un día crítico en las negociaciones que posibilitarían el intercambio del 1 de agosto. Drew Hinshaw, periodista del Wall Street Journal y compañero de sección de Gerskovich, no duda de que esa muerte puso en riesgo el canje, y recuerda a la perfección ese día: «A pocas horas de la muerte de Navalny, su viuda, Yulia, subió al escenario de una Conferencia de seguridad en Múnich y pidió el fin de cualquier trato con Putin». Algunos de los funcionarios europeos y americanos presentes lloraban con ella. Parecía el fin de las negociaciones: «En el Wall Street Journal estábamos en estado de shock«. Hinshaw es junto Joe Parkinson el autor de Swap (Intercambio), un libro que saldrá en inglés el 19 de agosto y que explora esta «historia secreta de la nueva guerra fría».

Navalny había muerto, pero no todo estaba perdido. «Jake Sullivan, el asesor de Seguridad nacional de la Casa Blanca, vio algo que nosotros aún no veíamos: Alemania había cruzado el umbral psicológico de liberar a Krasikov». La pregunta ahora era: ¿por quién? Fue entonces cuando la Casa Blanca empezó a enviar a gente de la CIA al otro lado del Atlántico, con listas -en papel- de posibles prisioneros para intercambiar.

Ahí aumentaron las esperanzas para un español con dos pasaportes (Pablo González, Pavel Rubtsov en el documento ruso), preso en Polonia sospechoso de espionaje. Hasta su arresto en febrero de 2022, «la CIA lo había estado vigilando durante años, siguiendo sus movimientos, sus gastos y sus contactos como parte de un esfuerzo por mapear la red de Inteligencia rusa«. El MI6 también lo tenía en la mira.

Antes del verano, mientras el entorno de González se desesperaba por su permanencia en un limbo legal y usaba esa situación como caballo de batalla, EEUU movía piezas en silencio: pedía a sus aliados en Europa que rastrearan a rusos presos intercambiables. Había que sumar nombres. «González fue muy útil para Washington», opina Hinshaw: «Si Alemania iba a liberar a Krasikov -¡un asesino a sangre fría!- era importante sacar de Rusia a la mayor cantidad posible de personas. Para eso, los aliados tenían que agrupar a espías, hackers, contrabandistas y otros rusos en un solo gran paquete de intercambio. Así comenzó un juego macabro de capturar e intercambiar prisioneros».

La partida de póquer fue larga y tensa. «Putin es el negociador de prisioneros más experimentado del mundo. Nadie ha jugado este juego durante más tiempo ni con mayor habilidad que él: el líder de una autocracia que puede encarcelar y canjear extranjeros con facilidad por supuestos delitos de seguridad nacional, sean reales o inventados», explica Hinshaw.

¿Perdió Estados Unidos la oportunidad de liberar a Navalny? «Sus partidarios estaban negociando con un espía ruso en Mónaco y Dubai un posible intercambio: Krasikov por Navalny. Pero la Administración Biden quería primero asegurarse, sin margen de duda, de que toda la coalición de Gobierno en Alemania aceptara sin romperse la idea de liberar a un asesino. Alemania, es el aliado más importante de Washington en la OTAN», sostiene el periodista.

Algunos funcionarios del Gobierno estadounidense creen que Putin nunca tuvo intención de liberar a Navalny. Otros plantean otra pregunta inquietante: ¿fueron precisamente los esfuerzos por liberarle los que que empujaron a Putin-o a sus responsables de seguridad- a matarlo? Para el activista Andrei Pivovarov, Navalny murió por su propia valía de cara al futuro: «Creo que el Kremlin se dio cuenta que continuaría luchando tras ser liberado, y con más legitimidad». Demasiado potencial para un régimen que dura medio siglo.

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