La realidad también se explica por las cosas que no sucedieron, tanto en la vida como en la política. Y en las últimas semanas, en las que los casos de corrupción que rodean al Gobierno se multiplican y en las que la legislatura se demuestra frustrada en su misión más elemental, que no es otra que hacer leyes, resulta imposible no especular sobre qué habría ocurrido si Pedro Sánchez hubiera cumplido con un compromiso del que, en su momento, llegó a alardear: no gobernar a cualquier precio.
Resulta imposible no especular sobre qué habría ocurrido si Pedro Sánchez hubiera cumplido con un compromiso de no gobernar a cualquier precio
La realidad también se explica por las cosas que no sucedieron, tanto en la vida como en la política. Y en las últimas semanas, en las que los casos de corrupción que rodean al Gobierno se multiplican y en las que la legislatura se demuestra frustrada en su misión más elemental, que no es otra que hacer leyes, resulta imposible no especular sobre qué habría ocurrido si Pedro Sánchez hubiera cumplido con un compromiso del que, en su momento, llegó a alardear: no gobernar a cualquier precio.
En julio de 2023, el presidente del Gobierno todavía tenía un capital político que defender. Fue insuficiente para ganar las elecciones, pero le habría servido para reconstruir un relato a futuro sobre su propio mandato. Una prueba de su prestigio de entonces es que durante la campaña de las generales se llegó a especular con la posibilidad de que, si perdía, pudiera encontrar acomodo en algún organismo internacional. Da igual si la posibilidad era cierta: lo significativo es que, en aquellos días, era verosímil, y aquel final, ahora imposible, le brindaba a Sánchez una memoria más noble que la que en estos momentos le aguarda.
La traumática frustración de la derecha en las elecciones del 23-J infundió un entusiasmo desmedido en las filas socialistas que acabó convirtiéndose en una tentación envenenada. Para que Sánchez pudiera seguir gobernando no hacía falta acometer nada imposible: bastaba con estresar al límite la aritmética parlamentaria, hacer lo que nunca se había hecho y, lo más grave, hacer también lo que se había prometido que no se haría nunca.
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Una apuesta semejante solo tiene sentido si el saldo entre riesgo y beneficio resulta equilibrado, pero el presidente decidió acelerar. Con el tiempo, parece evidente que Sánchez estaba arriesgando, entre otras muchas cosas, su propia historia y el capital memorativo en el que legítimamente aspiran a refugiarse todos los expresidentes. De haber leído de verdad a Maquiavelo, el presidente conocería la importancia que el sabio florentino le dio a la occasione.
En las calles, en las tertulias y en los grandes despachos circulan apuestas sobre cuánto tiempo durará este Gobierno. Pero creo que es irrelevante que dure tres meses o tres años. A la vista de todo lo que ha ocurrido desde el 23-J, la pregunta relevante, y sospecho que pueden estar haciéndosela no pocos socialistas, es si esta última aventura mereció la pena. Al final, va a ser cierto eso de que, en política, lo más difícil es saber parar a tiempo.
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