Quería centrarse en la competición, en ayudar al equipo a esta asalto a la séptima Ensaladera. No quería que esta Copa Davis girara en torno a él. Decía que lo que tuviera sentir, sería después de esta semana, que ahora estaba centrado en la competición. Pero le fue imposible a Rafael Nadal no emocionarse con el himno español antes incluso de iniciarse la eliminatoria. Copa Davis Cuartos Botic van de Zandschulp 6 6 Rafa Nadal 4 4Una imagen que se repetiría después de dar el último golpe en este partido contra Botic van de Zandschulp , que termina con derrota y una ovación tremenda. Una incógnita saber si se ha visto el último drive del balear. Una realidad haber visto el partido 31 del mallorquín en esta competición que despierta en él todo lo que es y más, orgulloso de la camiseta nacional, que ha levantado en cinco ocasiones (2004, 2008, 2009, 2011 y 2019) y en la que solo había sufrido una derrota, en su estreno, ante Jiri Novak. Suma la segunda, y última en este torneo, pero qué más da.Hay salto al cielo, esprint hacia la línea de la fondo, hay saltitos para entrar en calor y espantar los nervios y la emoción; hay errores con la derecha porque no se puede esconder de los «Rafa, Rafa, Rafa», de la larguísima presentación y de la emoción con la que la grada acompaña al balear en sus últimas horas como profesional. Hay lo que ha habido siempre en los últimos veinte años. Pero es de las últimas y se nota en él, en todos.Es casi un fenómeno paranormal: Rafael Nadal no juega, Rafael Nadal hace vivir. Así lo siente el pabellón Martín Carpena, un ente que siente, que palpita, que se emociona al unísono con cada golpe y cada puño que levanta el balear. Es una experiencia mágica ahora que se vive en directo el tiempo añadido, los golpes que parecían eternos y que se quedan en la piel tan profundos como los latigazos que dedica a Van de Zandschulp, invitado de honor a este partido-homenaje al que se le atragantan tanto las defensas como las emociones.En este último servicio al tenis, fue aclamado incluso antes de salir a la pista. Alboroto cuando surgió el nombre de Carlos Alcaraz, pero nada que ver con el retumbe al escucharse un «Rafaeeeel Nadaaaal» que ya no se escuchará por la megafonía de los torneos. Para paliar el vacío, el estruendo descomunal del Martín Carpena. Aún fue mayor cuando, con sus compañeros, salió a pista, convertido de nuevo en Nadal, el guerrero, pantalón corto y bandana lista para la acción. Pero fue primero la emoción, concentrada en los ojos de Nadal mientras suena el himno. Esto no es un partido de tenis, es un sentimiento.Que se intenta sacar Nadal a derechazos y ánimos. Dos «Vamos» y un puño al aire en el primer juego. Sufre el balear, concentrado en que los puntos sean lo más rápidos posibles, un par de golpes, saque y red, evitar los largos intercambios que hacen palidecer su condición física. Y si hay apuro, petición de apoyo a la grada con ese serrucho que corta el aire y el aliento del público cuando logra el 3-2.La derecha sigue ahí, desatando pasiones con cada ejemplo. También el sudor, desatando el aplauso cuando necesita una toalla para limpiar la línea del saque. Y el pundonor para sacar adelante una bola de ‘break’ en el noveno juego. Pero han sido varios meses sin competición, y veinte años de desgaste físico y emocional, se han perdido la rapidez y los automatismos, y el neerlandés percute hacia los lados, que es donde más daño hace. Se mueve lo que puede el balear, da todo lo que tiene, pero no llega al pasante de revés de Van de Zandschulp y cede su servicio.El marcador del Carpena se niega a seguir dando el resultado. Ni siquiera a él le importa, concentrado, como todos los demás, en ver los movimientos del balear con la raqueta en la mano. Por si acaso esta es la última vez. Queda en manos de Carlos Alcaraz, y del dobles, también con Alcaraz, que eso no sea así.Nadal ha dado todo lo que tenía. Demasiado dadas las circunstancias y 113 días sin la tensión ni la adrenalina de un partido como estos, en los que se juega una victoria por él y por todos sus compañeros. Se desgañita la grada: «Sí se puede», un lema cuyo mayor ejemplo es, precisamente, Nadal. Tantas veces se le ha visto caído, tantas veces se ha levantado; tantos partidos ha estado vencido, tantos partidos ha vuelto a su favor. Pero sabe él, y todos, que cuesta, desde hace tiempo ya, cuesta encontrar esa chispa, el rodaje, la velocidad de piernas, que lo convirtió en único e inexplicable. Y Van de Zandschulp sigue ahí, haciendo su trabajo, que ha temblado un poco al inicio, pero con el ‘break’ ha entrado en una fortaleza mental y no atiende a quien está al otro lado.Por eso el segundo set es un mirar una función de teatro emocional consciente de cómo va a terminar. Un dejarse llevar por lo que acontece en la pista y que se traslada a la piel, y al álbum familiar. Porque hay detalles todavía que guardar en la retina, porque hay un juego que levanta a lo Nadal y que levanta a la grada, y el corazón, y el aplauso, aunque ya vaya perdiendo 1-2. Porque se pensaba que Nadal era eterno y ahora se está seguro de que no lo es, y de que este es el último vestigio de toda una vida entregada a sus victorias y sus derrotas que hay que guardar en todos los sentidos.Se acompaña a Nadal en sus últimos pasos con un «Rafa, Rafa, Rafa» roto en las gargantas. Un pasillo de honor, como el que deja al neerlandés para el segundo ‘break’ y definitivo, para celebrar que fue, que es, que ha movido el mundo con sus raquetazos. «Disfruta, Rafa», le grita un niño desde la grada. Lo intenta, aunque siempre también él que ya no puede, que hace tiempo que ya no puede disfrutar en una pista. Demasiadas cicatrices en el cuerpo y el alma. Pero sigue haciendo disfrutar dos juegos más. Y con tres bolas de rotura en su mano, que esto es Nadal, por si alguien lo despedía antes de tiempo: soñar y hacer soñar. Que estaba vencido, con bola en contra para el 5-1, pero levanta el puño y al banquillo y a la grada y a España porque recorta en el marcador. Que está difícil, todavía un ‘break’ abajo, pero qué más da, que es tener a Nadal un rato más haciendo historia en el tenis.Pero el neerlandés no está para emociones y no cede ante el ambiente. Con 5-4 y saque del neerlandés la grada se levanta con todo. Quiere que se alargue Nadal un poco más, pero no hay manera con Van de Zandschulp, que aún tiene que afrontar el más bravo Nadal, puños en alto, derecha limpia, convicción, músculo, pasión y honor. Pero se desquita con dos últimos grandes servicios y celebra a lo grande el primer punto de la eliminatoria para Países Bajos. ¿Ha sido el último juego de Nadal? Dependerá de Carlos Alcaraz, pero el adiós del balear no depende de este resultado, puede que de ninguno, porque la victoria más importante se la ha llevado de todas las pistas, en el corazón de la gente que le aplaude a rabiar cuando sale al centro a saludar y deja el Martín Carpena, con el corazón encogido él y todos los demás. Quería centrarse en la competición, en ayudar al equipo a esta asalto a la séptima Ensaladera. No quería que esta Copa Davis girara en torno a él. Decía que lo que tuviera sentir, sería después de esta semana, que ahora estaba centrado en la competición. Pero le fue imposible a Rafael Nadal no emocionarse con el himno español antes incluso de iniciarse la eliminatoria. Copa Davis Cuartos Botic van de Zandschulp 6 6 Rafa Nadal 4 4Una imagen que se repetiría después de dar el último golpe en este partido contra Botic van de Zandschulp , que termina con derrota y una ovación tremenda. Una incógnita saber si se ha visto el último drive del balear. Una realidad haber visto el partido 31 del mallorquín en esta competición que despierta en él todo lo que es y más, orgulloso de la camiseta nacional, que ha levantado en cinco ocasiones (2004, 2008, 2009, 2011 y 2019) y en la que solo había sufrido una derrota, en su estreno, ante Jiri Novak. Suma la segunda, y última en este torneo, pero qué más da.Hay salto al cielo, esprint hacia la línea de la fondo, hay saltitos para entrar en calor y espantar los nervios y la emoción; hay errores con la derecha porque no se puede esconder de los «Rafa, Rafa, Rafa», de la larguísima presentación y de la emoción con la que la grada acompaña al balear en sus últimas horas como profesional. Hay lo que ha habido siempre en los últimos veinte años. Pero es de las últimas y se nota en él, en todos.Es casi un fenómeno paranormal: Rafael Nadal no juega, Rafael Nadal hace vivir. Así lo siente el pabellón Martín Carpena, un ente que siente, que palpita, que se emociona al unísono con cada golpe y cada puño que levanta el balear. Es una experiencia mágica ahora que se vive en directo el tiempo añadido, los golpes que parecían eternos y que se quedan en la piel tan profundos como los latigazos que dedica a Van de Zandschulp, invitado de honor a este partido-homenaje al que se le atragantan tanto las defensas como las emociones.En este último servicio al tenis, fue aclamado incluso antes de salir a la pista. Alboroto cuando surgió el nombre de Carlos Alcaraz, pero nada que ver con el retumbe al escucharse un «Rafaeeeel Nadaaaal» que ya no se escuchará por la megafonía de los torneos. Para paliar el vacío, el estruendo descomunal del Martín Carpena. Aún fue mayor cuando, con sus compañeros, salió a pista, convertido de nuevo en Nadal, el guerrero, pantalón corto y bandana lista para la acción. Pero fue primero la emoción, concentrada en los ojos de Nadal mientras suena el himno. Esto no es un partido de tenis, es un sentimiento.Que se intenta sacar Nadal a derechazos y ánimos. Dos «Vamos» y un puño al aire en el primer juego. Sufre el balear, concentrado en que los puntos sean lo más rápidos posibles, un par de golpes, saque y red, evitar los largos intercambios que hacen palidecer su condición física. Y si hay apuro, petición de apoyo a la grada con ese serrucho que corta el aire y el aliento del público cuando logra el 3-2.La derecha sigue ahí, desatando pasiones con cada ejemplo. También el sudor, desatando el aplauso cuando necesita una toalla para limpiar la línea del saque. Y el pundonor para sacar adelante una bola de ‘break’ en el noveno juego. Pero han sido varios meses sin competición, y veinte años de desgaste físico y emocional, se han perdido la rapidez y los automatismos, y el neerlandés percute hacia los lados, que es donde más daño hace. Se mueve lo que puede el balear, da todo lo que tiene, pero no llega al pasante de revés de Van de Zandschulp y cede su servicio.El marcador del Carpena se niega a seguir dando el resultado. Ni siquiera a él le importa, concentrado, como todos los demás, en ver los movimientos del balear con la raqueta en la mano. Por si acaso esta es la última vez. Queda en manos de Carlos Alcaraz, y del dobles, también con Alcaraz, que eso no sea así.Nadal ha dado todo lo que tenía. Demasiado dadas las circunstancias y 113 días sin la tensión ni la adrenalina de un partido como estos, en los que se juega una victoria por él y por todos sus compañeros. Se desgañita la grada: «Sí se puede», un lema cuyo mayor ejemplo es, precisamente, Nadal. Tantas veces se le ha visto caído, tantas veces se ha levantado; tantos partidos ha estado vencido, tantos partidos ha vuelto a su favor. Pero sabe él, y todos, que cuesta, desde hace tiempo ya, cuesta encontrar esa chispa, el rodaje, la velocidad de piernas, que lo convirtió en único e inexplicable. Y Van de Zandschulp sigue ahí, haciendo su trabajo, que ha temblado un poco al inicio, pero con el ‘break’ ha entrado en una fortaleza mental y no atiende a quien está al otro lado.Por eso el segundo set es un mirar una función de teatro emocional consciente de cómo va a terminar. Un dejarse llevar por lo que acontece en la pista y que se traslada a la piel, y al álbum familiar. Porque hay detalles todavía que guardar en la retina, porque hay un juego que levanta a lo Nadal y que levanta a la grada, y el corazón, y el aplauso, aunque ya vaya perdiendo 1-2. Porque se pensaba que Nadal era eterno y ahora se está seguro de que no lo es, y de que este es el último vestigio de toda una vida entregada a sus victorias y sus derrotas que hay que guardar en todos los sentidos.Se acompaña a Nadal en sus últimos pasos con un «Rafa, Rafa, Rafa» roto en las gargantas. Un pasillo de honor, como el que deja al neerlandés para el segundo ‘break’ y definitivo, para celebrar que fue, que es, que ha movido el mundo con sus raquetazos. «Disfruta, Rafa», le grita un niño desde la grada. Lo intenta, aunque siempre también él que ya no puede, que hace tiempo que ya no puede disfrutar en una pista. Demasiadas cicatrices en el cuerpo y el alma. Pero sigue haciendo disfrutar dos juegos más. Y con tres bolas de rotura en su mano, que esto es Nadal, por si alguien lo despedía antes de tiempo: soñar y hacer soñar. Que estaba vencido, con bola en contra para el 5-1, pero levanta el puño y al banquillo y a la grada y a España porque recorta en el marcador. Que está difícil, todavía un ‘break’ abajo, pero qué más da, que es tener a Nadal un rato más haciendo historia en el tenis.Pero el neerlandés no está para emociones y no cede ante el ambiente. Con 5-4 y saque del neerlandés la grada se levanta con todo. Quiere que se alargue Nadal un poco más, pero no hay manera con Van de Zandschulp, que aún tiene que afrontar el más bravo Nadal, puños en alto, derecha limpia, convicción, músculo, pasión y honor. Pero se desquita con dos últimos grandes servicios y celebra a lo grande el primer punto de la eliminatoria para Países Bajos. ¿Ha sido el último juego de Nadal? Dependerá de Carlos Alcaraz, pero el adiós del balear no depende de este resultado, puede que de ninguno, porque la victoria más importante se la ha llevado de todas las pistas, en el corazón de la gente que le aplaude a rabiar cuando sale al centro a saludar y deja el Martín Carpena, con el corazón encogido él y todos los demás.
Quería centrarse en la competición, en ayudar al equipo a esta asalto a la séptima Ensaladera. No quería que esta Copa Davis girara en torno a él. Decía que lo que tuviera sentir, sería después de esta semana, que ahora estaba centrado en la competición. Pero le fue imposible a Rafael Nadal no emocionarse con el himno español antes incluso de iniciarse la eliminatoria.
Una imagen que se repetiría después de dar el último golpe en este partido contra Botic van de Zandschulp, que termina con derrota y una ovación tremenda. Una incógnita saber si se ha visto el último drive del balear. Una realidad haber visto el partido 31 del mallorquín en esta competición que despierta en él todo lo que es y más, orgulloso de la camiseta nacional, que ha levantado en cinco ocasiones (2004, 2008, 2009, 2011 y 2019) y en la que solo había sufrido una derrota, en su estreno, ante Jiri Novak. Suma la segunda, y última en este torneo, pero qué más da.
Hay salto al cielo, esprint hacia la línea de la fondo, hay saltitos para entrar en calor y espantar los nervios y la emoción; hay errores con la derecha porque no se puede esconder de los «Rafa, Rafa, Rafa», de la larguísima presentación y de la emoción con la que la grada acompaña al balear en sus últimas horas como profesional. Hay lo que ha habido siempre en los últimos veinte años. Pero es de las últimas y se nota en él, en todos.
Es casi un fenómeno paranormal: Rafael Nadal no juega, Rafael Nadal hace vivir. Así lo siente el pabellón Martín Carpena, un ente que siente, que palpita, que se emociona al unísono con cada golpe y cada puño que levanta el balear. Es una experiencia mágica ahora que se vive en directo el tiempo añadido, los golpes que parecían eternos y que se quedan en la piel tan profundos como los latigazos que dedica a Van de Zandschulp, invitado de honor a este partido-homenaje al que se le atragantan tanto las defensas como las emociones.
En este último servicio al tenis, fue aclamado incluso antes de salir a la pista. Alboroto cuando surgió el nombre de Carlos Alcaraz, pero nada que ver con el retumbe al escucharse un «Rafaeeeel Nadaaaal» que ya no se escuchará por la megafonía de los torneos. Para paliar el vacío, el estruendo descomunal del Martín Carpena. Aún fue mayor cuando, con sus compañeros, salió a pista, convertido de nuevo en Nadal, el guerrero, pantalón corto y bandana lista para la acción. Pero fue primero la emoción, concentrada en los ojos de Nadal mientras suena el himno. Esto no es un partido de tenis, es un sentimiento.
Que se intenta sacar Nadal a derechazos y ánimos. Dos «Vamos» y un puño al aire en el primer juego. Sufre el balear, concentrado en que los puntos sean lo más rápidos posibles, un par de golpes, saque y red, evitar los largos intercambios que hacen palidecer su condición física. Y si hay apuro, petición de apoyo a la grada con ese serrucho que corta el aire y el aliento del público cuando logra el 3-2.
La derecha sigue ahí, desatando pasiones con cada ejemplo. También el sudor, desatando el aplauso cuando necesita una toalla para limpiar la línea del saque. Y el pundonor para sacar adelante una bola de ‘break’ en el noveno juego. Pero han sido varios meses sin competición, y veinte años de desgaste físico y emocional, se han perdido la rapidez y los automatismos, y el neerlandés percute hacia los lados, que es donde más daño hace. Se mueve lo que puede el balear, da todo lo que tiene, pero no llega al pasante de revés de Van de Zandschulp y cede su servicio.
El marcador del Carpena se niega a seguir dando el resultado. Ni siquiera a él le importa, concentrado, como todos los demás, en ver los movimientos del balear con la raqueta en la mano. Por si acaso esta es la última vez. Queda en manos de Carlos Alcaraz, y del dobles, también con Alcaraz, que eso no sea así.
Nadal ha dado todo lo que tenía. Demasiado dadas las circunstancias y 113 días sin la tensión ni la adrenalina de un partido como estos, en los que se juega una victoria por él y por todos sus compañeros. Se desgañita la grada: «Sí se puede», un lema cuyo mayor ejemplo es, precisamente, Nadal. Tantas veces se le ha visto caído, tantas veces se ha levantado; tantos partidos ha estado vencido, tantos partidos ha vuelto a su favor. Pero sabe él, y todos, que cuesta, desde hace tiempo ya, cuesta encontrar esa chispa, el rodaje, la velocidad de piernas, que lo convirtió en único e inexplicable. Y Van de Zandschulp sigue ahí, haciendo su trabajo, que ha temblado un poco al inicio, pero con el ‘break’ ha entrado en una fortaleza mental y no atiende a quien está al otro lado.
Por eso el segundo set es un mirar una función de teatro emocional consciente de cómo va a terminar. Un dejarse llevar por lo que acontece en la pista y que se traslada a la piel, y al álbum familiar. Porque hay detalles todavía que guardar en la retina, porque hay un juego que levanta a lo Nadal y que levanta a la grada, y el corazón, y el aplauso, aunque ya vaya perdiendo 1-2. Porque se pensaba que Nadal era eterno y ahora se está seguro de que no lo es, y de que este es el último vestigio de toda una vida entregada a sus victorias y sus derrotas que hay que guardar en todos los sentidos.
Se acompaña a Nadal en sus últimos pasos con un «Rafa, Rafa, Rafa» roto en las gargantas. Un pasillo de honor, como el que deja al neerlandés para el segundo ‘break’ y definitivo, para celebrar que fue, que es, que ha movido el mundo con sus raquetazos. «Disfruta, Rafa», le grita un niño desde la grada. Lo intenta, aunque siempre también él que ya no puede, que hace tiempo que ya no puede disfrutar en una pista. Demasiadas cicatrices en el cuerpo y el alma. Pero sigue haciendo disfrutar dos juegos más. Y con tres bolas de rotura en su mano, que esto es Nadal, por si alguien lo despedía antes de tiempo: soñar y hacer soñar. Que estaba vencido, con bola en contra para el 5-1, pero levanta el puño y al banquillo y a la grada y a España porque recorta en el marcador. Que está difícil, todavía un ‘break’ abajo, pero qué más da, que es tener a Nadal un rato más haciendo historia en el tenis.
Pero el neerlandés no está para emociones y no cede ante el ambiente.
Con 5-4 y saque del neerlandés la grada se levanta con todo. Quiere que se alargue Nadal un poco más, pero no hay manera con Van de Zandschulp, que aún tiene que afrontar el más bravo Nadal, puños en alto, derecha limpia, convicción, músculo, pasión y honor. Pero se desquita con dos últimos grandes servicios y celebra a lo grande el primer punto de la eliminatoria para Países Bajos.
¿Ha sido el último juego de Nadal? Dependerá de Carlos Alcaraz, pero el adiós del balear no depende de este resultado, puede que de ninguno, porque la victoria más importante se la ha llevado de todas las pistas, en el corazón de la gente que le aplaude a rabiar cuando sale al centro a saludar y deja el Martín Carpena, con el corazón encogido él y todos los demás.
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