Los intentos internacionales para poner fin al conflicto israelo-palestino han dejado imágenes para la historia, de pactos incumplidos, esperanzas de libertad y mediación internacional Leer Los intentos internacionales para poner fin al conflicto israelo-palestino han dejado imágenes para la historia, de pactos incumplidos, esperanzas de libertad y mediación internacional Leer
Una nota en medio de una reunión se ha convertido en el símbolo de un cambio de rumbo, que podría suponer el fin de dos años de guerra en la Franja de Gaza. A miles de kilómetros de las negociaciones indirectas entre Israel y Hamas en Egipto, el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, reveló sin querer que se había logrado un acuerdo para la primera fase de un alto el fuego, que contempla el cese de la ofensiva israelí en el enclave, así como la liberación de los rehenes y presos palestinos.
El conflicto israelí-palestino, anterior al ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, ha generado otras imágenes históricas, de pactos incumplidos, esperanzas de libertad y mediación internacional:
Marco Rubio interrumpió el miércoles una reunión del presidente estadounidense, Donald Trump, para entregarle una nota manuscrita con la frase «muy cerca» subrayada. La prensa presente en el acto pudo fotografiar el contenido de la nota, en el que Rubio le recomendaba a su presidente hacer una publicación en su red social, Truth Social, en la que Trump comparte anuncios a diario. «Debe aprobar pronto una publicación en Truth Social para poder anunciar el acuerdo primero», señalaba el texto.
«Acabo de recibir una nota del secretario de Estado diciendo que estamos muy cerca de un acuerdo en Oriente Próximo, y me van a necesitar bastante pronto», comentó Trump, y añadió luego que podría viajar o incluso «hacer una gira» por la región a finales de esta semana.
Si la primera fase del pacto se cumple con éxito, se tratará del mayor logro en política exterior para Trump, que asumió el cargo hace nueve meses con la promesa de poner fin cuánto antes a las guerras en Ucrania y Gaza.
La Casa Blanca acogió en 1993 un acto que el Washington Post tituló como «Fin ritual a décadas de conflicto». En la imagen, el entonces primer ministro israelí, Yitzhak Rabin; y el presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat, se estrecharon la mano frente al Demócrata Bill Clinton.
El compromiso contemplaba una serie de acuerdos para una solución permanente del conflicto israelí-palestino, como el reconocimiento de la existencia de Israel como Estado legítimo, así como la aceptación de la OLP como representante del pueblo palestino y la retirada de las tropas israelíes de territorios ocupados.
Israel obtuvo mayor control sobre las organizaciones palestinas y el territorio. La OLP por su parte, ganó un lavado de imagen tras la primera intifada, la insurrección popular palestina contra la ocupación israelí y prometió que el acuerdo encaminaba el conflicto hacia una solución de dos estados, con la retirada israelí de Gaza y Cisjordania.
Se planeó que las partes más importantes del pacto se aplicarían durante un período de transición de cinco años, una iniciativa que quedó en papel mojado y que muchos consideran que fue el acuerdo terminó la posibilidad de establecer un Estado palestino. El analista del diario israelí Hareetz, Danny Rubinstein, lo describió en aquel entonces como un acuerdo que dio «autonomía» a los palestinos, pero «autonomía como en un campo de prisioneros de guerra, donde los prisioneros tienen la autonomía de cocinar sin interferencias y organizar eventos culturales». El pacto también estableció un marco para las elecciones palestinas, en las que se otorgó un mandato de cinco años a la Autoridad Palestina de Mahmud Abbás, que sigue dirigiendo un gobierno provisional actualmente en Cisjordania, carente de elecciones y plagado de acusaciones de corrupción.
Desde el pacto en la Casa Blanca, Cisjordania y Gaza están más política y físicamente separadas que nunca, mientras la ocupación de territorios palestinos se ha acelerado. Algunas figuras importantes del ámbito político palestino reclaman actualmente la necesidad de revivir la OLP como figura política para todos los palestinos, incluso para la futura gobernanza de Gaza. Gran parte de los miembros de Naciones Unidas reconocen al Estado Palestino, no es así con los integrantes de los Acuerdos de Oslo, un pacto que parece que las partes en conflicto quieren dejar atrás.
España fue testigo y partícipe de uno de los muchos intentos por encontrar una solución al conflicto. En 1991, el entonces presidente Felipe González acogió en Madrid a delegaciones israelíes, palestinas y de representantes de todo Oriente Próximo para trazar una hoja de ruta que luego concluyó en los Acuerdos de Oslo.
En el encuentro se discutió un marco para celebrar elecciones palestinas e Israel empezó a reconocer a la OLP como interlocutor para negociar el cese de las hostilidades en Gaza y Cisjordania. Si bien el encuentro no se cerró con medidas concretas, es considerado como una fecha histórica en la mediación del conflicto israelí-palestino, al haber reunido a representantes de toda la región que habían estado enfrentados durante décadas. La reunión dejó una imagen para la historia, de González en las escaleras del Palacio Real junto a otros líderes como George H.Bush, Mijail Gorbachov y más de una decena de líderes árabes.
Durante su primera legislatura, Donald Trump alcanzó un acuerdo histórico en el que varios países árabes reconocieron la existencia del Estado israelí y se comprometieron a mantener relaciones diplomáticas con éste, a cambio de la promesa de acuerdos de seguridad y comerciales con Washington y Tel Aviv. Con ello, Israel normalizó relaciones con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán, aunque este último país no llegó a ratificar el pacto.
El acuerdo brindó legitimidad regional a Israel, dejando de lado las demandas palestinas, mientras que aisló aún más al principal enemigo de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo: Irán. También paralizó las respuestas de la región ante el conflicto con los palestinos, tal y como se ha evidenciado a lo largo de la guerra de Gaza, en la que los países árabes han sido incapaces de encontrar una postura común ante el conflicto.
Los Acuerdos de Abraham dejaron una imagen para la historia: la del secretario de Estado estadounidense de entonces, Antony Blinken, estrechando ambas manos con los líderes del acuerdo de Abraham, un pacto forjado por Trump que tuvo una gran continuación con el presidente demócrata Joe Biden.
Arabia Saudí no se sumó a los Acuerdos de Abraham, ante la búsqueda de un pacto de defensa con Washington que se ajustara más a sus intereses de potencia regional, interesada en desarrollar su propio programa nuclear de uso civil. La guerra en la Franja de Gaza parece haber alejado esa posibilidad, ya que Riad ha insistido que no habrá acuerdo si no se reconoce el Estado palestino. Sin embargo, su postura aparentemente firme ha ido acompañada de continuas negociaciones con Washington, en un intento de conseguir un pacto de defensa al margen de la situación regional.
Las relaciones entre Riad y Trump son buenas desde que el presidente estadounidense asumió el cargo en su primera legislatura en 2017. Una de las primeras medidas que tomó en Oriente Próximo fue inaugurar un centro para combatir las «ideologías extremistas» en Arabia Saudí, confiando en el país del Golfo como líder de la región.
El acuerdo dejó más imágenes que hechos para la posteridad. En una de las fotografías, posa Trump junto a su mujer Melania, con el rey saudí Salman y el presidente egipcio, Abdel Fattah el Sisi, juntando las manos sobre una bola del mundo iluminada.
Un año después, el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, supuestamente ordenó el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, en el consulado de su país en Estambul. La desaparición del periodista y columnista saudí, exiliado en Estados Unidos y cuyo cuerpo aún no se ha encontrado, apenas causó un conflicto diplomático entre Washington y Riad. Pese a las múltiples pruebas, Bin Salman no reconoció haber ordenado el ataque, aunque asume la responsabilidad del asesinato porque «ocurrió bajo su mandato».
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