¿Es posible derrocar al régimen iraní de los ayatolás? El hijo del sha acaricia su eterno sueño

Facciones de la oposición iraní, como la que encabeza Reza Pahlavi, instan a dar el golpe definitivo a los mulás. Pero la profunda división entre la diáspora ayuda poco a lograrlo Leer Facciones de la oposición iraní, como la que encabeza Reza Pahlavi, instan a dar el golpe definitivo a los mulás. Pero la profunda división entre la diáspora ayuda poco a lograrlo Leer  

Sólo unas horas antes de que Israel lanzara en la madrugada del viernes la mayor oleada de ataques aéreos contra su peor enemigo, Irán, el príncipe Reza Pahlavi publicó en sus redes una extensa declaración dirigida a la comunidad internacional en la que instaba a la sociedad de naciones a apoyar al pueblo iraní para «derrocar al régimen que tiene secuestrado al país». No era, ni mucho menos, la primera vez que el primogénito del último sha reclamaba ayuda para acabar con la teocracia de los ayatolás que gobierna con puño de hierro la antigua Persia desde 1979, cuando la Revolución islámica acabó con la Monarquía. Pero el tono de ese mensaje del actual jefe de la dinastía imperial parecía anticipar la gravedad del nuevo episodio en el siempre convulso Oriente Próximo que estaba a punto de escribirse.

Y es que, muy probablemente, Reza Pahlavi era buen conocedor de los inmediatos planes del Gobierno que dirige Netanyahu. Entre otras cosas porque quien encabeza una de las facciones más importantes de la oposición iraní en el exilio tiene estrechísimos vínculos con las actuales autoridades israelíes. En abril de 2023, el príncipe protagonizó una histórica visita a Jerusalén, recibido con los máximos honores por el Ejecutivo del Estado hebreo, tratado por el primer ministro como si fuera un rey de ejercicio. Parte de la prensa local y sectores políticos pusieron su estancia en el país como ejemplo de lo buenas que podrían volver a ser las relaciones entre Irán e Israel si se restaurara la milenaria Monarquía persa. Pahlavi incluso quiso orar ante el Muro de las Lamentaciones, recordando cómo hace 2.500 años el rey Ciro el Grande liberó al pueblo judío de su cautiverio y le ayudó a construir su Templo más sagrado.

El sha Mohamed Reza Pahlavi, que en efecto había tenido una excelente relación durante su reinado con Israel, murió en El Cairo en 1980, tras vagar durante casi dos años como un auténtico apestado por países, como el mismo Estados Unidos, que le dieron la espalda tras su derrocamiento, a pesar de que durante décadas había sido su mayor aliado -su gran marioneta se podría decir también- en la región. Su primogénito, el príncipe heredero de una patria que no ha podido volver a pisar, se convertiría en uno de los rostros más emblemáticos de la oposición a los ayatolás entre la enorme diáspora iraní que reside en Occidente. Aunque no ha sido hasta este mismo 2025 cando Reza Pahlavi ha asumido con todas las consecuencias esa misión. Así, en febrero, durante la Cumbre de Derechos Humanos y Democracia celebrada en Ginebra, ofreció un discurso en el que proclamó que daba «un paso adelante para liderar el movimiento de transición» hacia la democracia en su patria, instando a la comunidad internacional, y en especial a los miembros del G-20, a actuar y a aplicar la «máxima presión» sobre Teherán.

Claro que al príncipe le sobra tanto nivel de celebridad como carece de suficiente respaldo entre la oposición iraní. Y es que uno de los problemas crónicos de ésta desde hace décadas es su profunda división y la irreconciliable divergencia entre facciones que hasta la fecha han impedido articular ningún tipo de estrategia creíble que supusiera la más mínima amenaza para el régimen de los ayatolás y proporcionara algún asidero de esperanza a millones de ciudadanos dentro de Irán que aspiran a un cambio de sistema. Los expertos subrayan que las viejas divisiones entre izquierda y derecha, monárquicos y republicanos, por no mencionar otros cleavages, no han hecho sino acentuarse entre la diáspora.

Tras las masivas protestas dentro de Irán por la muerte en 2022 de la joven Mahsa Amini -la joven detenida y torturada brutalmente por la policía religiosa islámica por no usar su hiyab correctamente-, y la ola de indignación global que despertó aquel suceso, los monárquicos que respaldan en el exterior a Reza Pahlavi se acercaron a grupos de la oposición de centroizquierda con fuerte presencia en países europeos como Francia para crear la llamada Alianza para la democracia y la libertad en Irán (ADFI), una coalición que publicó la Carta Mahsa a modo de hoja de ruta para una transición hacia una democracia laica en Irán. Aquel proyecto fallido contó con el respaldo de figuras públicas tan reconocidas como la Premio Nobel Shirin Ebadi, abogada iraní que ha dedicado toda su vida a la lucha por los derechos humanos y la democracia en su patria. Ebadi lamentaba en fechas recientes que se habló de «coalición» demasiado pronto, pero insistía en que «sin unidad en las filas de la oposición, nunca se podrá derrocar a la República islámica».

Reza Pahlavi, visto como decimos con gran recelo por amplios sectores de la diáspora que le identifican con el peor recuerdo del reinado del sha -la prohibición de los partidos políticos en 1975 y la fortísima represión de la denostada policía secreta de la Corona, el temible Savak, siguen levantando ampollas-, defiende que en su lucha por acabar con la actual tiranía en Irán no persigue ni la restauración de la Monarquía ni por desempeñar él necesariamente un futuro liderazgo en una nación libre. Pahlavi insiste en que su propósito es que los iraníes adopten una Constitución que garantice la integridad territorial de Irán, una democracia secular y la consagración de «todos los principios de los derechos humanos«, incluida la protección contra la discriminación por motivos de sexualidad, religión u origen étnico.

El hijo del sha sabe que el régimen de los ayatolás está más débil que nunca. Y su protagonismo también ha crecido con la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca. Los inmejorables contactos del príncipe con figuras tan prominentes de la Administración republicana como el secretario de Estado, Marco Rubio, sumado al indisimulado apoyo que le brinda el Gobierno israelí de Netanyahu, han dado alas a Pahlavi en sus aspiraciones. Y probablemente han contribuido a agitar su ansiedad. Como si fuera ahora o nunca. De hecho, para Pahlavi constituyó una enorme decepción el inesperado giro de guión de Trump a comienzos de abril cuando sorprendió con su disposición a iniciar un diálogo interpuesto con Teherán para alcanzar un acuerdo nuclear. El príncipe se mostró radicalmente en contra de que la Casa Blanca recuperara los cauces diplomáticos en su relación con Teherán y lo vio como una nueva estratagema del régimen para ganar tiempo y recuperar fuerzas cuando más en entredicho se encontraba.

Los ataques israelíes -sin intervención estadounidense, pero naturalmente con su imprescindible anuencia- vuelven a colocar a los ayatolás en la posición más delicada desde 1979. Un día después de lanzar la declaración que precedió a la operación militar del viernes, Reza Pahlavi se dirigió a las fuerzas militares, policiales y de seguridad en Irán para instarles a abandonar a Jamenei y sus mulás. No parece que ni el hijo del sha ni la mayoría de los líderes opositores entre la disidencia tengan hoy demasiado predicamento dentro de las herméticas fronteras de Irán. Aunque el pretendiente al trono del Pavo Real ha visto complacido cómo en los últimos años ha crecido el número de iraníes en el país que en sus protestas de desafío a la dictadura exhiben los símbolos del león y del sol de la vieja Persia asociados a la Monarquía.

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